Diciembre 26, 2024

El traje del Ministro del Interior

El Ministro del Interior como buen neo derechista, tiene el convencimiento que la delincuencia se ataca dotando a los organismos de inteligencia de más y mejores condiciones y medios.

Como buen poderoso que entrena sus primeras armas represivas, cree que la delincuencia es un problema técnico, una especie de externalidad que afecta su modelo y que hay que enfrentarlo con más recursos para las policías, y para los servicios de inteligencia. Una especie de pediculosis capitis rebelde a la que hay que atacar con algo más fuerte que la cuasia.

 

No hay poderoso que no crea que la delincuencia es un problema de las policías. Mezcladas en partes iguales, ignorancia, prejuicio y prepotencia, intentan convencer a quien oiga que todo se resuelve con mano y leyes duras. Como si se pudiera probar que en alguna parte del mundo, esta receta, propia de fachos encubiertos o no, haya dado algún resultado alguna vez.

 

Para quien entienda la delincuencia como una opción tomada, a conciencia pura, por irresponsables que se dedican a robar por gusto y gana, todo lo resuelve una buena policía que atrape, una buena ley que juzgue y una buena cárcel que encierre.

 

Ni hablar de las condiciones que permiten que niños que sexto básico ya anden con una nueve milímetros, trafiquen lo que venga, roben en donde se dé la mano y que les dé lo mismo caer o no caer presos. Y que ya a esa altura de sus vidas, trenzarse a tiros, incluso recibir su balazo, sea algo bien visto por el medio.

 

El Presidente de la Corte Suprema, con mucho más sentido de lo real que el aspirante a poderoso Ministro del Interior, afirma lo obvio: la delincuencia es un problema del ámbito de la política más que de lo técnico. Y concluye lo que sabe hasta el más inadvertido con algo de sentido común: “La delincuencia sólo es un fenómeno que surge a raíz de las desigualdades en la sociedad imperantes y que no atendemos”.

 

La delincuencia, tal como la conocemos, sus formas, sus técnicas, métodos y objetivos, es una dilectísima hija de la Concertación. No reconocida, es cierto, pero el desconocimiento filial no le quita el sello que es posible rastrear en sus huellas genéticas inmodificables.

 

La delincuencia es ante todo, producto de la política utilizada por el neoliberalismo. En los hechos, el que roba entrega su opinión política a su manera, y exige a quienes le dieron la vida, el derecho y el espacio que le niegan y que parece ser sólo para sus hijos reconocidos y preferidos: los que roban por otros medios, todos los días, a cada rato, en todos lados.

 

La Concertación hizo un esfuerzo mayúsculo para crear guetos inexpugnables en los cuales se reproduzca la pobreza sin afear paisajes destinados a los ricos, y bien lejos del fino olfato de los poderosos.

 

Así, limpió gran parte de los bolsones miserables de las comunas ricas, y luego, despachó a decenas de miles de familias pobres a rancheríos en las márgenes de las comunas más apartadas de la ciudad, creando guetos con habitaciones de tres por tres, donde el Estado abandonó su rol por completo.

También la Concertación creó una educación para los efectos de hacer saber su preocupación por la población más vulnerable, que es como se comenzó a llamar a los que antes eran simplemente pobres.

 

Los colegios municipales pasaron a ser lugares en los cuales los profesores intentan por todos los medios salvar a los niños, la mayoría prioritario como la eufemística concertacionista se refiere a los aún más pobres, del futuro inevitable que los espera en la puerta de esas escuelas misérrimas.

 

La Concertación, por su sensibilidad compañera, también articuló una red de salud para esos habitantes. Consultorios inmundos, abarrotados, miserables; hospitales sin médicos, sin ambulancias, sin especialistas, sin medicinas: un cascaron vacío y frío, un edificio al que acuden los que van a morir y que saludan.

 

Y para completar su vocación popular, creó un sistema de locomoción colectiva que contribuye a templar los espíritus en travesías de espanto, en armatostes destartalados por donde se cuela el frío y el agua en los inviernos y en los cuales afirmarse de alguna parte ya es un esfuerzo importante. Baste decir que los animales, por ley, viajan más holgados cuando van al matadero: un metro cuadrado por cada quinientos kilos de peso.

 

De tarde en tarde la televisión se solaza mostrando preadolescentes capturados por sus andanzas de mecheo, monra, lanzazo, asalto y una que otra especialidad novedosa. A partir de ese hecho se pone en marcha el tiovivo comunicacional en que hablan los mismos zánganos inútiles, diciendo las mismas palabras inútiles, y se producen las mismas e inútiles acusaciones cruzadas, y se prometen los mismos proyectos de leyes inútiles que, finalmente, no van a resolver nada.

 

Y de todo eso, lo que queda, son los comentarios acerca del perfecto corte del terno del Ministro.

 

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *