Faiza Tanboura llevaba 21 días sin hablar, desde que un misil destruyó su casa. En las primeras horas de esta mañana encontró su voz: Los niños… ¡que no maten a los niños!, gritó al salir corriendo al patio de juegos de una escuela de Naciones Unidas, bajo el fuego de tanques israelíes.
El ataque de este martes a la Escuela Elemental para Niñas Jabaliya ha sido descrito por la ONU como un posible crimen de guerra. El organismo señaló que se habían hecho no menos de 17 llamados a las autoridades israelíes para advertirles que estaba llena de refugiados; el último mensaje se envió a las 8:50 de la noche. Pero, siete horas y media después, una serie de proyectiles impactó en el edificio y destruyó dos de los salones de clases, mató a 19 personas y lesionó a más de 100.
Pierre Krahenbuhl, comisionado de la agencia de la ONU para refugiados palestinos, describió los asesinatos como una fuente de vergüenza universal. Las investigaciones mostraron con claridad, añadió, que el fuego israelí era el culpable, y condenó en los términos más enérgicos esta grave violación de las fuerzas israelíes al derecho internacional.
Los militares israelíes sostuvieron que militantes lanzaron disparos de mortero desde las inmediaciones de la escuela y que los soldados devolvieron el fuego: un vocero añadió que se llevaba a cabo una investigación para esclarecer lo ocurrido. Hamas y la Jihad Islámica han sido acusados repetidas veces de almacenar y utilizar armas en zonas civiles, y los israelíes han mostrado fotografías que según ellos son de cohetes acumulados en mezquitas.
Esta noche, luego que Israel declaró una tregua humanitaria de cuatro horas, se produjo un nuevo ataque en un atestado mercado de Shijaiyah, entre Ciudad Gaza y la frontera israelí, en el que perecieron 15 personas y 150 resultaron heridas.
Antes, Krahenbuhl subrayó que quienes estaban en la escuela fueron colocados en la línea de fuego después de que el ejército israelí les ordenó dejar sus hogares. Se comunicó al ejército israelí 17 veces la ubicación precisa de la escuela y que albergaba miles de personas, para asegurar su protección.
The Independent se reunió hace diez días con algunas de las familias refugiadas allí. Le dije que volvería, señaló la mañana de este martes Abú Jarad, enmedio de la destrucción. ¿Recuerda que le comenté que algo así iba a ocurrir? Muchos de nosotros lo sentíamos, pero nos quedamos. ¿Adónde más podríamos ir? No hay ningún lugar seguro, agregó, mientras observábamos a los trabajadores de la ONU reunir partes de cuerpos y retirar trozos de metralla.
Ocho miembros de la familia Abú Jarad murieron hace 10 días en un ataque con misiles a su hogar, en el poblado de Beit Hanun. Cuatro eran niños; el más pequeño, Moussa, era un bebé de siete meses. En el funeral, su cuerpecito y el de Hania, de dos años y medio, con sangre en las mortajas y en los rostros, fueron llevados en relevos por varios hombres. Mahmoud Abu Jarad, tío de ellos, expresó: Queremos que los israelíes vean lo que han hecho. Tal vez sientan algo de piedad y paren esta matanza.
El refugio de Jabaliya ya estaba desbordado cuando 10 miembros de la familia Abú Jarad llegaron, el 19 de julio, y fueron colocados en un salón de clases donde se alojaban 30 personas. Una de las otras familias era la de los Al-Tanbouras, muy preocupados por Faiza, mujer de 30 y tantos años que apenas si había musitado palabra desde que salió huyendo de su hogar en llamas, en el poblado de Al-Atrat. Tendremos que llevarla al doctor cuando todo esto termine; ahora están ocupados atendiendo a los heridos, señaló Somaya, prima suya.
Nuestra capacidad es de unos 700; ahora tenemos que lidiar con más de mil 600, declaró en esa ocasión Nassar Al-Jadiyan, director de la escuela: ahora son tres mil. La cuota mortal de palestinos en ese día era de 340; hoy son alrededor de mil 340.
La semana pasada hubo un ataque a una escuela de la ONU en Beit Hanun, en la que perecieron 15 personas; hubo recriminaciones mutuas entre la ONU y Hamas por no haber realizado una evacuación. Aquí no hubo advertencias de los israelíes y me sorprende mucho que haya ocurrido esto, declaró Jadiyan. Cuando lo de Beit Hanun pensé, bueno, está más cerca de la frontera, pero no entiendo por qué aquí. Cualquier ataque va siempre a producir un montón de muertos y heridos. Los números han crecido; los pobladores tienen mucho miedo y por eso siguieron viniendo, no podíamos echarlos.
La presión de los números significaba que muchos, casi todos hombres, dormían afuera, en un patio que se usaba como campo de juegos cuando la escuela estaba abierta.
Entre ellos estaban Talal Ghamayem y sus tres hijos: Ahmed, de 5 años; Younis, de 15, y Mohammad, de 11. Venían de Beit Hanun; en reuniones anteriores habían hablado de su anhelo de volver a casa y luego descubrieron, durante una tregua temporal, que ya no había casa a la cual volver.
Cuando la primera explosión demolió un salón del frente del edificio, donde ocurrió la mayoría de las muertes, Halima al-Ghamayem corrió al patio para buscar a su marido y sus hijos. El siguiente proyectil dio en el patio; ella resultó herida por los trozos de metralla, al igual que su hijo Ahmed.
Ghader, de 17 años, había intentado detener a su madre. Pero no pude; estaba desesperada. Logramos levantarla después de que la hirieron, y la arrastramos al interior. Ella sólo quería saber de Ahmed. Él tuvo mucha suerte; su herida no era grave. Pero ¿qué pasará la próxima vez?
La joven Ola Abú Jarad estaba en un colchón en el piso, oyendo el estruendo cada vez más cercano de los proyectiles al caer y pensaba, dijo, en miembros de su familia que ya han muerto. En algún momento le pareció escuchar gritos de dolor y temió que ya estuvieran atacando la escuela.
Lo que ocurrió en realidad fue que le habían dado a un potrero cercano y los gritos eran de asnos y caballos heridos. Los usaban para llevar refugiados al albergue, pues el combustible para vehículos se ha agotado desde hace mucho en algunas zonas fronterizas.
Minutos después se produjeron los impactos en la escuela; los Abú Jarad pasaron la hora siguiente tratando de encontrarse unos a otros entre el humo y la confusión. Esta tarde, Mohammed Abú Jarad intentaba con desesperación encontrar otro lugar donde guarecerse.
Necesitamos salir de aquí, todos necesitamos salir. De otro modo usted y los otros periodistas tendrán que regresar después; ellos volverán a atacar este lugar. Pero no podemos encontrar nada, es imposible.
Personas entraban y salían corriendo de los salones, preguntando por los heridos, con la desesperación de no saber si en toda Gaza hay algún lugar donde puedan estar seguros.
Faiza Tanboura permanecía ajena a todo, sentada en un rincón, con las manos pegadas a las rodillas, meciéndose con suavidad hacia adelante y atrás. Otra vez ha dejado de hablar, dijo una prima.
Publicado en The Independent
Traducción: Jorge Anaya