Don Paulo Slachevsky,
Nos gustaría responder, aunque no haya sido una pregunta, a su carta acerca de la vergüenza que experimenta hoy en día de pertenecer al pueblo judío. Suponemos que su confesión no está exenta de un gran dolor. Pero, como judíos que viven en Israel, y conociendo su trabajo, nos sentimos de inmediato un tanto afectados por su carta. Ante todo, sentimos la necesidad de decirle que comprendemos. Pero quisiéramos que se permitiera la opción de una visión diferente de este conflicto terrible que nos incumbe a todos los judíos.
En nuestro caso, los que aquí escriben, hemos criticado fervientemente la política de este gobierno desde que Bibi Netanyahu tomara el poder por tercera vez. Estamos lejos de ser santos y el país se ha tornado, sin duda más intolerante. Somos también conscientes de que no se han hecho las concesiones suficientes como para llegar a la paz y la construcción de asentamientos no ha ayudado en este sentido. Sin embargo. Sin embargo, para ser justos, es necesario conocer el contexto en su totalidad. Cuando durante 16 años vives con la amenaza constante de misiles sobre tu cabeza, como viven los ciudadanos del sur, corriendo a refugios en 15 segundos, tus niños crecen traumados y con miedo y cualquier sonido recuerda a una sirena, creo que lo menos que se puede hacer es defender, sin hipocresías, el derecho a la defensa. Lógicamente, quien no sabe (porque no se informa o no le informan) lo que ocurre de este lado del conflicto, lo primero que puede pensar es que Israel es un país asesino y cruel, sediento de sangre. En todo caso, sería menos nefasto que los judíos de la diáspora dijeran que sienten vergüenza de Israel, pero no de sus raíces. Eso nos resulta un tanto insondable.
Lamentablemente, no hay enfrentamientos armados que no dejen víctimas, y cada muerto conlleva, para algunos, el deseo de venganza o de justicia. Una justicia maltratada por voces que no desean la paz sino el odio, la continuación de esta guerra maldita que nos carcome. Y al final, como siempre, la que recibe más golpes y más heridas es la verdad. Y la verdad, tal como la vemos nosotros, en este momento no la tiene nadie. Se nos ha criticado mucho. Y toda crítica es legítima. Lo que no es legítimo es condenar apasionadamente sin conocer el contexto que nos ha llevado hasta aquí, o dejarlo en mano de las emociones o de las imágenes de los medios de comunicación, que terminan aplastando las razones. No pretendemos con esto decir que no debemos conmovernos y apenarnos por el dolor ajeno, por el contrario: su vergüenza, Pablo, de alguna manera nos demuestra una vez más el corazón noble del pueblo judío, su capacidad de auto-crítica y su tolerancia. Desearíamos que los que se encuentran en el exterior no se dejaran confundir por los gritos de aquellos que jamás han gritado ante ninguna otra miseria humana. No faltan malintencionados que, en vez de ayudar a conciliar, lo único que hacen es avivar la discordia. Vitorean los argumentos para difamar, justificar o aplaudir. Hay mucha mentira en medio.
Toda la vida hemos pensando que el diálogo es preferible al uso de las armas y los compromisos son menos dolorosos que los enfrentamientos. Pero esa misma vida nos ha demostrado, con gran pesar, que nuestra supervivencia no está garantizada. Después de tantos años de civilización, avances tecnológicos, descubrimientos científicos, aventuras espaciales, no hemos logrado sobreponernos a las rivalidades entre los distintos grupos humanos, o los deseos de poder o dominio. Es un razonamiento contra otro. Una fe por sobre otra. Los pueblos generalmente son sacrificados por sus gobernantes y pagan con sus vidas los errores que sus gobiernos cometen. Hay quienes alimentan el miedo y otros que enseñan el martirio. Lo más triste es malgastar el potencial humano destruyendo todo aquello que podría transformarse en bienestar para los pueblos. Pero existe algo casi tan doloroso como la guerra: la ceguera de los prejuicios o la ignorancia. Vivir enceguecidos por el odio es tan peligroso como vivir complacido por la indiferencia.
Nos gustaría hacerle llegar algunas secciones de los estatutos del Hamás:
‘Israel existirá y continuará existiendo hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que ha destruido a otros en el pasado’ (Preámbulo).
‘La exclusiva naturaleza musulmana de la zona’
‘La tierra de Palestina es un Waqf [posesiones sagradas] islámico consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. Nadie puede renunciar a ella ni abandonarla, como tampoco lo puede ser ninguna parte de la misma’ (Articulo 11).
‘Palestina es una tierra islámica… En vista de que esta es la situación, la liberación de Palestina constituye una obligación individual para cada musulmán dondequiera que se encuentre’ (Articulo 13).
El llamado al Jihad:
‘El día que los enemigos usurpan parte de la tierra musulmana, se convierte el Jihad en la obligación individual de todo musulmán. Ante la usurpación de los judíos, es una obligación que sea izada la bandera del Islam’ (Articulo 15)
‘Se estrecharán filas, combatientes se unirán a otros combatientes, y las masas en todo el mundo islámico irán hacia adelante en respuesta al llamado del deber, pronunciando en voz alta: ‘Viva el Jihad!’. Este grito llegara al cielo y continuará resonando hasta que sea lograda la liberación, sean vencidos los invasores y realizada la victoria de Alah’
Como puede ver, en las bases fundamentales del Hamás no hay respeto por la vida, ni por la libertad ni por la dignidad. No estamos en condiciones de tomar con ligereza este manifiesto. Quizá, conocerlo, le pueda ayudar a comprender el trasfondo de este conflicto, que no deja de ser religioso, y que además de estar alimentado por el fanatismo está financiado por Irán y Qatar, que no son muy amigos de nuestro pueblo. Nadie puede estar ciego a lo que el extremismo religioso islámico ha hecho y sigue haciendo en su propia tierra, entre los suyos, entre los cristianos en Siria y los que proclaman otra fe. ¿Por qué habríamos de creer que se detendrían ante nosotros? Basta con mirar la destrucción de los monumentos en Bamiyan, las explosiones de Madrid, Londres, N York, Bombay, Buenos Aires, etc. Los planes de la Jihad incluyen a España. En Suecia hay ciudades por las que los judíos ya no pueden caminar tranquilos. En Francia tampoco. El islamismo extremista ha convertido el suicidio en una profesión, en un ideal; la autoinmolación junto a inocentes para llegar al paraíso, y declarar que la única fe válida es la suya. Suena a paranoia. Lo sabemos. Esta no es la forma más adecuada para conversar sobre la paz o convivencia. Pero, a las pruebas nos remitimos, entre los años 1995 y el 2001 hubo 70 atentados terroristas en Israel, 495 muertos. Desde el octubre de 2001 hasta el 2004, las organizaciones terroristas palestinas han asesinado a 647 civiles en un total de 890 atentados. Hamás prometió no hacer actos de terrorismo si nos retirábamos. En el 2005, tras el Plan de retirada, nos fuimos, liberamos Gaza y Cisjordania (por cierto, desde entonces no hemos regresado a pesar de que la gente cree que sí, que estamos ocupando Gaza). El plan propuso eliminar toda presencia permanente civil israelí de la Franja de Gaza, así como eliminar cuatro asentamientos de la parte norte de Cisjordania, administradas por Israel desde la Guerra de los Seis Días. Después de abandonar la franja de Gaza, en el año 2005, Hamás, la Jihad y otras facciones fundamentalistas que se encuentran en la franja, han sometido a los poblados aledaños a un ataque incesante de cohetes, misiles y morteros. Más de un millón de israelíes han servido de blanco permanente. Los ataques y los intentos de atentados —infructuosos, en su mayoría, desde la creación del muro—, no han cesado jamás. Hace más de una década que la población del sur sufre de una lluvia sin tregua de misiles. En el mes de Junio solamente fueron lanzados 63 misiles, la mayoría detectados por la cúpula de hierro. Israel empezó a perder la paciencia y avisó que si no se detenían, respondería. La respuesta del Hamás fue más o menos una invitación: incrementar el lanzamiento de misiles. Israel entra entonces por aire. Hamás responde con misiles de más alto alcance. No sabría decirte cuántos misiles han caído en el correr de este mes ni quiero imaginar lo que habría ocurrido si no contáramos con la cúpula de hierro. No disparan contra un ejército de ocupación ni contra campamentos militares sino contra civiles inocentes. Tú nos dirás que hacemos lo mismo. Y te diremos dónde radica la diferencia, la penosa e incomprensible —para nuestra forma de ver el mundo— la gran diferencia: nosotros no escondemos dinamita en las escuelas ni en los hospitales, en nuestras escuelas no se alimenta el odio a los palestinos a través de los textos de estudio ni guardamos explosivos en los armarios de nuestros baños. Si al Hamás le importara su propio pueblo no habría convertido a su población en prisioneros entre dos fuegos. Hubiese dedicado todos estos años a construir una mejor vida para su pueblo. Cada intento de acercamiento, cada cesión de territorio, siempre ha sido interpretado como debilidad o ha servido como enclave para educar o adoctrinar el odio. Si hasta Egipto le cerró las puertas pero ahora resulta que Israel es el único culpable. Cada alto al fuego que Israel estuvo dispuesto a conceder en esta ocasión, Hamás respondió con misiles. Todas estas muertes podrían haberse evitado si el Hamás hubiese aceptado un alto al fuego con la primera propuesta de Sisi. Pero dijo “NO”. Por qué dijo que no aún no lo comprendemos. Ésta guerra ha servido para quienes nos miran con antipatía. No es de ahora. Pero esto les da la oportunidad para sacar todo su arsenal a la intemperie, utilizar la causa para acusarnos sin piedad, sin miramientos, sin querer saber qué ocurre realmente. No es el pueblo palestino lo que les interesa sino acabar con Israel. La cantidad de manifestaciones antisemitas en todo el globo es una prueba. ¿Dónde está toda esta gente cuando se violan niñas en África o en India? ¿Cuándo nuestra gente explotaba por los aires en bares y autobuses? No los escuché quejarse.
¿Qué haría usted si su vecino le tira piedras, no digo misiles sino piedras, en la ventana todos los santos días porque asegura que está usted ocupando la casa de sus ancestros? Y usted le dice “¡pero si es la tierra de mis ancestros!” Estás dispuesto a compartirla pero tu vecino te dice que no, que es toda suya y que debes morir. Que no parará hasta tener toda su casa y hasta no acabar contigo y con toda tu familia. ¿Qué haría usted? La pregunta es injusta porque la respuesta es dura: eres tú o él. Ahora elije. Así vive uno en Israel mientras del otro lado haya un grupo terrorista.
¿Hubiese sido nuestra muerte preferible? ¿Hubiese sido mejor esperar y ver qué ocurría? No creo que nadie hubiese corrido tal riesgo. Nadie en ninguna parte del mundo se sienta a esperar que lo maten. Tener que elegir entre ellos o nosotros es una pregunta éticamente insoportable, un gran peso. Esas son las preguntas a las que los ciudadanos israelíes nos vemos enfrentados diariamente. Nosotros no tenemos la posibilidad de las respuestas fáciles e indiscutibles. Eso no existe aquí: la certeza de la verdad. Solo quienes están allí, lejos, pueden darse ese lujo. Lo que usted llama, en su carta, “intereses a corto plazo” es la vida de nuestros hijos, Pablo. Del otro lado del muro están nuestros hermanos. Pero también un grupo que quiere nuestra destrucción. Allí, allí radica la diferencia. Mientras el mundo no comprenda este pequeño punto, muchos como tú sufrirán, erróneamente, de un pesadísimo e injusto cargo de consciencia.
Por supuesto, todo lo anterior puede aún no justificar el sufrimiento del pueblo Palestino pero tampoco se puede desconocer el desarrollo de los acontecimientos. Culpar solamente a Israel no nos parece justo. Y que los judíos carguen con el peso de la culpa, un dolor innecesario. En todo caso, compartamos la culpa. Es bueno saber que ya se escuchan algunas voces sensatas dentro del pueblo palestino también. Eso da fuerza. Israel ha cometido muchos errores, se lo puede acusar de muchas faltas, pero NUNCA ha utilizado a su población civil como escudo. Nuestro mayor error ha sido creer que no le debemos explicaciones a nadie, ser vanidosos quizá, si se quiere. Es casi increíble que esta guerra, que se está jugando tanto en los medios de comunicación como en Gaza, la estén ganando Ismail Haniyeh y Khaled Mashal mientras, muy distendidos y jugando al ping pong en hoteles cinco estrellas le dicen que no a toda propuesta de cese al fuego. Quizá porque comprendieron la fórmula de la guerra moderna, que una foto vale más que mil palabras y que, para eso, necesitan —ellos dominan este asunto mejor que nosotros—, que haya sangre y que sea la de los suyos. Cuanto más, tanto mejor. Así que se puede discrepar, criticar, pero lo que no se puede es desconocer los hechos y menos el derecho de Israel a existir. Israel no es la causa de todos los males y los judíos no somos responsables, como quieren hacernos creer, de todas las injusticias. El enfrentamiento entre los que desean vivir y los que no les importa morir siempre acabará en una tragedia. No se equivocó tanto Golda Meir cuando dijo que “sólo tendremos paz cuando nuestros enemigos quieran a sus hijos tanto como nos odian a nosotros”. Nuestra Democracia puede estar herida pero sigue siendo un ejemplo para todos los países y las personas que nos calumnian. Karl Popper, uno de los pensadores más importantes del siglo XX expuso hace ya tiempo la necesidad de “tolerancia con todos los que no son intolerantes y que no propician la intolerancia”.
En su carta dice “desde el mismo texto bíblico Éxodo, está explícita la necesidad y experiencia de la libertad de un pueblo, de las aspiraciones y derechos cuando se está sometido al yugo, al sometimiento”. ¿Tú crees que los palestinos serán libre cuando Israel detenga esta guerra? Lo sentimos, pero te equivocas. Los palestinos son rehenes de Israel y de Egipto por haber elegido a un gobierno terrorista por elecciones democráticas. Me da mucha pena por ellos, pero no es Israel quien pueda liberarlos. Puede ayudarlos, sin duda, pero no está en nuestras manos que elijan por la libertad de expresión y los derechos de las mujeres, por los matrimonios prohibidos a niñas menores, por el derecho a la homosexualidad y al pluripartidismo. De eso no podemos hacernos cargo. Tú tampoco. Quítate ese peso de encima, porque pesa y mucho.
En cuanto a la crítica como antisemitismo, imposible responder aquí. Quisiéramos remitirlo al libro de Alain Finkielkraut, En el nombre del Otro, Ed. Seix Barral. Uno de los tantos posibles. Recomendarle la lectura del libro Hijo de Hamás, de Mosab Hassan Yousef, grupo Nelson, 2011. O que se acercara a la declaración de Oriana Fallaci, escrita en el 2001, tras años de apoyar a la OLP, Yo me avergüenzo. Puede que no sea toda la verdad, pero tampoco es mentira.
Para ir acabando este texto demasiado extenso ya, si aún siente que todo esto está mal, que lo que ha hecho Israel es imperdonable, quisiéramos pedirle entonces, que no crea que los “sueños que marcaron a generaciones de jóvenes que fueron ensanchando el mundo con sus aspiraciones de libertad, de comunidad, de justicia, de hermandad, que transversalmente han cruzado colores de piel y naciones” ha muerto. ¿Por qué cree que eso se ha perdido? En la plaza de Rabin se han manifestado miles de personas a pedir que detengan la guerra. Son las mismas que han puesto fotos de los caídos en Gaza, además de los 45 soldados que han dado su vida por Israel, los mismos que denuncian las injusticias de este gobierno, que las hay, día y noche por un país mejor, más justo. Los que escriben artículos y dicen lo que piensan (sin temor a ser arrastrados por las calles de Tel Aviv por un grupo de motociclistas que gritan Allah Akhbar). Es una pena que la voz de la tolerancia no sea tan fuerte como la de los fanáticos. Siempre fue así. Pero están los otros, los que usted olvida cuando dice que ser judío le da vergüenza: están los más de 50 soldados que se han negado a combatir en esta guerra (al menos por ellos, no te avergüences), los que se sacan la comida de la boca para dársela a dos niños palestinos, o el soldado que lleva en brazos a una mujer palestina, o el que le venda la pierna a un adolescente. Esos también son judíos. Así que no te avergüences. No te avergüences porque existe David Grossman y Amos Oz, Etgar Keret, Nir Baram, Ahinoam Nini y otros tantos que opinan como tú pero no son famosos. No he escuchado decir a ninguno de ellos que le da vergüenza ser judío. Ellos también son su pueblo. No lo olvide.
Un saludo cordial,
Maia Blank Losch y Rubén Yudelevich