Ya estamos en el año 14 del siglo XXI, en plena revolución de las redes sociales, con las altas tecnologías desarrollándose a ritmo vertiginoso y el mundo conectado como nunca antes lo había estado. Las distancias culturales se han estrechado al punto de casi mimetizarse con el NO lugar de internet, fundiendo en un solo click colores, expectativas, soledades y luchas.
El mundo actual ya cuenta con 7 mil millones de habitantes, cantidad impensada para nuestros antepasados de hace doscientos años atrás, cuando la tierra la habitaban solo mil millones de humanos.
Si bien el capitalismo ha agarrado un desarrollo que haría eyacular al mismísimo Marx y por ende las diferencias entre pobres y ricos siguen siendo abismantes, especialmente en países tercermundistas y monopólicos como el nuestro, es innegable que el actual mundo ha mejorado considerablemente su calidad de vida, si es que lo medimos desde la dimensión de mortalidad por plagas, pestes, guerras mundiales o invasiones bárbaras.
Sumado a lo anterior, es de ciegos o necios no reconocer que el mundo de hoy ofrece sistemas políticos y contratos sociales mucho menos nocivos que los que entregó el planeta de Atila, Nerón, Napoleón o Pinochet (Por ejemplo, Chile recién abolió la esclavitud en 1962 gracias a la reforma agraria)
De hecho, si al occidente del mundo actual lo miramos desde el anhelo y parábola de Nietzsche y su súper-héroe Zaratustra, somos cada vez menos creyentes y por ende más libres y despreocupados de la muerte eterna y el castigo divino.
Sin embargo, en este año 14 del siglo XXI, hemos vuelto a ver atrocidades que hasta ahora, el humano actual, sólo conocía gracias a libros de historia, documentales y películas.
El genocidio que el Estado de Israel y sus líderes sionistas, autodefinidos como “pueblo elegido”, han comenzado a ejecutar en Gaza, nos ha hecho retroceder a épocas pretéritas, donde el fanatismo religioso y la lógica de imperio dominaban la existencia.
Esa época en que el pueblo de Moisés era perseguido y casi aniquilado por Egipto. O esa otra época, donde en Europa los curas encerraban a los hijos de Abraham en templos cristianos y les ofrecían bautismo o muerte.
Y para qué recordar ese oscuro momento del siglo pasado, en el que un frustrado pintor austriaco, convertido a locuaz y apasionado político populista, influenciado por teorías claramente mal interpretadas, que hablaban de lo inconveniente que podía resultar para la humanidad la expansión de la Torá , intentaba exterminar a todos los judíos que moraban en Europa.
Esos fueron tiempos violentos, en los que muchos judíos, cansados de la persecución de faraones, curas y nazis, optaban por renunciar a su fe, e incluso, cambiaban apellidos y escondían circuncisiones.
Pero la historia parece ser una bola de fuego que va y viene, despreocupada de avances tecnológicos y casi burlesca de los desarrollos alcanzados por el hombre actual. Ahora son los hijos o familiares de muchos de aquellos desvalidos hebreos que entraban a Auschwitz y que llorábamos en las películas de Hollywood , los que comenzaron a ejecutar su propio holocausto contra el pueblo palestino. Contra esos vecinos que por orden de la ONU, tuvieron que ver, a punta de guerras, restringido su territorio ante la llegada de los perseguidos por Hitler.
Estos son tiempos violentos, especialmente en los territorios donde sigue reinando aquel dios cabrón que elige a unos por sobre otros y que además, recibe la impunidad de los mandamases bélicos de la actualidad: USA y la ONU.
Impunidad que es sufrida principalmente por niños palestinos, quienes cuando ven llover sobre sus cabezas, misiles israelíes, no encuentran misericordia en ese dios que entregara a Abraham, justo cuando este iba a sacrificar a su pequeño hijo, un carnero para evitar el crimen.
“No extiendas tu mano contra el niño, ni le hagas nada; pues ahora conozco que eres temeroso de Dios. El monte de Yavé provee” Génesis 22:12