Los niños de la playa de Gaza avizoraban el mar
con sus ojos palestinos, que son luz y asombro
como los ojos de todos los niños del mundo.
Jugaban con las olas, tan lejos y tan cerca de la muerte.
No lo sabían. No lo imaginaban. No cubrían sus rostros.
Eran tan sólo niños, armados como se arman todos los niños:
Con sonrisas y manos, con fiestas y colores.
Pero del mar no llegaron gaviotas ni serpentinas, sino bombas,
desquiciadas ojivas arrojadas desde la sagrada menorá,
como bolas de fuego del Armagedón.
La oscuridad cubrió los bellos ojos palestinos
de los niños palestinos.
Estallaron las sonrisas y las bellas manos
que alzaban los colores.
Pensé en Sofía y Efraín, en Manuela y Vicente,
y en todos los niños del mundo
que también tienen los ojos palestinos de los niños palestinos.
Los niños de la playa de Gaza ya no juegan
en la playa de Gaza. Las olas y la arena sangran con la sangre
de los ojos de los niños palestinos.
Allí jugaban con las olas y el balón.
Tan lejos y tan cerca de la muerte.
No lo sabían. No lo imaginaban. No ocultaban sus rostros.
Un siglo de silencio por los ojos de los niños palestinos.
(Julio 22/ 2014 – Alejandro Lavquén)