El Transantiago no es sólo un fracasado sistema de locomoción pública. Es la síntesis de lo que el modelo piensa y siente respecto de la gente común, y que expresa a cada hora del día. Es una expresión refinada de castigo a los pobres y una increíble forma de premio para los empresarios que hacen de su gestión torpe una agosto eterno.
Y aunque parezca increíble, salvo los pocos que se arriesgan a no pagar, no hay expresiones de la mayúscula bronca debería explotar en la gente común. Abusada y vuelta a abusar cada día. En rigor, esos buses deberían haber sido lapidados por sus víctimas, fundidos para levantar un túmulo que recuerde para siempre a los malditos que abusan de la gente. Quemados en las esquinas para pasar el frío.
La inmolación de un dirigente de los aporreados choferes de esas máquinas, operadores en el lenguaje tramposo de las autoridades, que toma esa medida extrema en el límite de su desesperación, para hacer patente la desesperación en la que viven, hace mella en los malditos a cargo del sistema.
Y, peor aún tampoco hizo mella en sus compañeros sobrevivientes que debieron pararse cuando algunos de los más gallos de sus colegas, llamaron a la huelga. Para que decir la indolencia de ese apéndice del Ministerio del Trabajo, también llamada CUT.
Armatostes inhumanos, esperas eterna, viajes interminables, el viento colándose por sus infinitos intersticios, hediondez democrática y horizontal, explotación de sus choferes, tratos degradantes, y un fenomenal desprecio, han caracterizado un servicio por el cual, más encima, hay que pagar precios de asalto.
Es raro que aún no haya deflagrado un movimiento que proponga el deseo criminal de quemar todos esos buses de una vez por todas. Postulamos que si no se ha llegado a ese límite es por pura suerte. Ganas, habrá de sobra. Y razones, muchas más.
Y es raro que esa misma gente no haga saber su profundo descontento, y que tantos aún corran a adelantarles dinero a sus controladores mediante la tarjetita y no pocos se enfurezcan cuando un rebelde no paga.
Contadas veces ha habido una protesta contra esa afrenta cotidiana que roba la vida de la gente sencilla y a sus trabajadores. De ida y de vuelta la gente maltratada, ofendida, disminuida a una condición menor que la de un cerdo, animales que sí tienen en la ley un área mínima para sus desplazamientos al matadero, a lo sumo eleva como tanteando, su voz. De ahí no pasa.
El Transantiago es el neoliberalismo concertacionista en su más perfecta expresión. Concebido en la mente ególatra de un presidente que jamás ha dicho una autocrítica por esto que daña y ofende a millones de personas por día, ha permitido que los mismos poderosos de siempre se sigan hartando de millones a costa del maltrato del pueblo.
Y los intentos por resolver sus infinitos problemas se hace del mismo modo en que se hace en otras áreas no menos complejas y en donde se hace también evidente la extraordinaria deuda que el modelo tiene con la chusma: se le mete más plata para los que ya se han hartado de ella.
Hoy los trabajadores y cualquiera habitante con el corazón puesto en el lugar humano, no pude sino condolerse ante la imagen de Marco Antonio Cuadra, inmolándose de desesperanza y aflicción. Tras esa muerte, hay una cultura que la hace posible, y que no se conmueve ante la tragedia.
Sin embargo hay un hecho que acompaña a esa desgraciada muerte, y esa es la actitud de los estudiantes de la Enseñanza media y universitaria. Ante una sociedad que debió salir airada y espantada a las calles, los estudiantes dan la respuesta que otros no pueden o no quieren. Y en conjunto con los dirigentes de los trabajadores del Transantiago, llamaron a movilizarse.
Es cierto que desde el punto de vista de los números, el paro fue un fracaso. Pero no lo fue desde el punto de vista del ejemplo a seguir y de lo que puede y debe llegar a ser una articulación de trabajadores y estudiantes.
Este primer paso es un hecho relevante que debería tener a los poderosos y a sus oscuros asesores en materia de seguridad pública buscando los mecanismos para adelantarse a los acontecimientos que pueden impulsar a niveles pocas veces visto la rabia de la gente.
Hay en el aire un germen que pude prever horizontes de mayor alcance en la lucha del movimiento social: el paso a niveles de lucha política de mayor envergadura en donde trabajadores y estudiantes pueden hacer la diferencia entre lo que hay y lo que puede haber.