El secuestro y asesinato de tres adolescente israelíes cuando volvían a sus hogares haciendo autoestop no solo ha sacudido —con toda lógica— a la sociedad israelí sino que ha marcado un peligroso punto de inflexión. La brutalidad del acto, la edad de las víctimas y los testimonios grabados y difundidos tanto de la llamada de auxilio de uno de los jóvenes asesinados como de sus captores cantando y riendo tras haberlos matado, han horrorizado a los israelíes. La sociedad está dividida entre los que exigen al Gobierno de Benjamín Netanyahu una acción militar contundente contra los autores y contra la organización Hamas —que, sin reivindicar los asesinatos, se congratuló públicamente del secuestro mientras se buscaba a los chicos— y una minoría que directamente clama venganza “contra los árabes”.
En este contexto, la aparición en Jerusalén del cadáver de un muchacho palestino —de la misma edad que los israelíes asesinados— carbonizado y con signos de violencia ha añadido mucha más tensión, como es obvio; y fue el propio Netanyahu quien ordenó inmediatamente una rápida investigación de este —en sus propias palabras— “abominable asesinato”, a la vez que recordó que nadie está legitimado para tomarse la justicia por su mano. Para entonces, las calles de los barrios árabes de Jerusalén y de algunas localidades de Cisjordania albergaban la imagen tantas veces repetida de choques entre manifestantes palestinos y soldados israelíes en una explosión de rabia civil palestina cuando todavía no se ha apagado la indignación social israelí.
Y este es el punto novedoso y peligroso de la situación; porque el que ayer hubiera un cruce de declaraciones entre el Gobierno israelí y la Autoridad Palestina, el que se produjera el lanzamiento de proyectiles sobre Israel desde Gaza o que la aviación israelí bombardeara la Franja, no supone —desgraciadamente—, una variación notable en la pugna permanente entre ambas partes. Pero es el hartazgo civil ante el goteo de muertes y la decisión social de optar por el enfrentamiento lo que introduce un peligroso factor en la complicada ecuación de la paz entre israelíes y palestinos.
Pedir calma a las partes cuando los sentimientos están a flor de piel y todos creen tener la mochila de las razones bien cargada puede parecer un ejercicio inútil. Pero es la única vía racional en una situación de imprevisibles consecuencias en caso de que la violencia se imponga.