Noviembre 24, 2024

Salario mínimo: un caso de entrega total

Lo que mejor refleja el sentido y fondo del acuerdo logrado con relación al salario mínimo, lo entrega el senador de ultra derecha Hernán Larraín, lo encuentra razonable. No cabe duda que esta opinión representa el sentir íntimo y agradecido de los poderosos.

La ultraderecha es hábil en el uso de eufemismos: presuntos desaparecidos, flexibilidad, crecimiento, excesos policiales, apremios ilegítimos. Hoy agrega, para disimular su regocijo, el de razonable, para no decir miserable, egoísta, injusto, al salario mínimo entregado así no más por la CUT.

 

Lastimosa la gestión de la CUT, en especial de su presidenta. Después de exigirle a Piñera un sueldo mínimo de doscientos cincuenta mil, hoy, embarca a los trabajadores que ni siquiera representa, a esperar hasta el 2016, para llegar a esa cifra, desde ya escuálida.

 

La CUT ha mutado en un apéndice del Ministerio del Trabajo. Deslegitimada en su origen por la técnica para elegir a sus dirigentes, como por su permanente vinculación con las más altas esferas del poder desde donde saca influencias y dineros extraños, ese organismo constituido a imagen y semejanza de las necesidades pacificadoras de la Concertación, ha sido un freno para las luchas legítimas de los trabajadores. En rigor, la CUT no representa a nadie.

 

En los hechos, que finalmente son los que importan, esa organización es una forma que adopta el neoliberalismo en su intento por arrasar con todo lo que potencialmente se le cruce en el camino.

 

Así, se ha constituido en una forma de control del potencial luchador de los trabajadores, más que en representante de éstos. Con exiguas cifras de sindicalización, con el cuoteo de cargos en una estructura acromegálica en al cual a cada quien se le reparte su pedacito, ha venido quedando fuera del movimiento estudiantil que ha impuesto por la fuerza de sus movilizaciones, los temas que hoy, mal o bien, se debaten.

 

Ante quien le pregunte, su presidenta hace denodados esfuerzos por explicar lo inexplicable, abusando de su firme convencimiento de que toda la gente es un hato de imbéciles que se conforma con cualquier cosa.

 

Así, concluye que la mejor lectura de su vergonzosa negociación por el salario mínimo es entenderlo como un avance: desde los 193 mil en la época de Sebastián Piñera, hasta los actuales 225 mil. Se demora un poco, y lo relaciona con la época en que se pagaba con fichas. Y se cubre gloria por el portento.

 

Esta nueva operación pone en relieve la imperiosa necesidad de superar estas estructuras tan viejas, frías y carcomidas como sus sedes. Y deja en claro un hecho por demás significativo y peligroso: las organizaciones gremiales y sindicales no han se han rebelado ante la vergonzosa tratativa que hipoteca hasta el 2016 la posibilidad de subir el miserable sueldo mínimo a 250 mil pesos, no menos miserables.

 

Si algo habría que aprender de los estudiantes, lúcidos, valientes, audaces, es que ningún dirigente puede eternizarse a la cabeza de sus organizaciones. Se corre el riesgo de transformarlos en funcionarios controlados por los poderes que operan en la sombras o bajo la plena luz del día, según sean las condiciones de la meteorología.

 

Las organizaciones reales y honestas y sus dirigentes probos y consecuentes, deberían terminar de una vez por todas con la corrupción que se adueñó de un tipo de sindicalismo que no es precisamente, ni por su nombre ni por su rol, la heredera legítima de los tiempos pasados.

 

Urge, para estar a tono con los tiempos y el rol debido de los trabajadores ante la arrasadora peste del neoliberalismo, fundar un nuevo movimiento sindical, asentado necesariamente sobre las cenizas y escombros del actual.

 

Habrá quienes intenten despercudir el fantasma del divisionismo argumentado como una manera de hacerle el juego a los poderosos. Y tendrán razón. La división más perjudicial que afecta al movimiento sindical, está definido entre los que se entregaron y los que luchan.

 

 

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