El nuevo “califato islámico”, anunciado en las últimas horas por milicianos yihadistas, desde Irak a Siria, ocupa un territorio equivalente a Hungría (poco más de 93 mil kilómetros cuadrados).
El territorio actualmente controlado por el Estado Islámico (a cuyo fin el domingo se agregó la denominación “del Irak y el Levante”, ISIS), al norte va desde Mosul, segunda ciudad iraquí, hasta los suburbios de Aleppo, segunda ciudad siria.
Al sur, desde Falluja, en Irak, hasta Dayr az Zor, en Siria.
El territorio está atravesado por el principal río de Medio Oriente, el Eufrates. Y está recubierto de pasos fronterizos con Turquía y Jordania.
Se trata de un conjunto de regiones divididas desde la frontera sirio-iraquí hace sólo un siglo, justo cuando las potencias coloniales de entonces, Francia y Gran Bretaña, se dividían los dominios del Imperio Otomano que, por siglos, había reivindicado justamente como propio el derecho a ser guía de un califato.
La reciente proclamación del Estado Islámico, en Siria y en Irak, es bien diferente según los contextos en los que opera.
En la Siria lacerada por más de tres años de violencia, sobre el fondo de una revuelta antirégimen, transformados en guerra por el poder con fuertes connotaciones confesionales, los milicianos yihadistas, llegados en 2012-13 desde la región iraquí de al Anbar, imponen su poder en la población local, convertida en primera víctima de los delitos bárbaros del Estado Islámico.
El régimen del presidente Bashar al Assad hasta ahora ha tolerado la presencia del Estado Islámico en el este del país, visto que los jihadistas operan en terreno contra los rebeldes contrarios a Damasco.
Sólo en los últimos días, se registraron los primeros ataques aéreos sirios contra puestos del Estado Islámico cerca de la frontera con Irak.
En cambio, en Irak la ofensiva del Estado Islámico tuvo éxito gracias también al apoyo, directo o indirecto, de amplios estratos en la población sunnita exasperada por años de políticas discriminatorias del filo iraní premier chiíta Nuri al Maliki.
En Nínive, Salaheddin, Diyala y ad Anbar, los qaedistas combaten contra las fuerzas de Bagdad y contra los milicianos chiítas voluntarios.