Diciembre 26, 2024

La hegemonía de don Gutenberg

Gutenberg ha echado mano a un concepto marxista (e incluso leninista, porque proviene de Gramsci) para explicar la falta de peso político de la DC en la Nueva Mayoría.

Como siempre, Gutenberg no entendió nada del marxismo, porque lo lee partiendo de la base de que es una inhumana apostasía y, sin duda, un conjunto de ideas que apuntan a debilitar y destruir su propiedad privada.

 

Para él no puede haber “hegemonía” en la alianza política a la que pertenece, es decir, para él la hegemonía es una especie de prepotencia que algunos políticos aliados ejercen sobre otros políticos aliados, y por tanto esa prepotencia debe ser desterrada.

 

Para Gramsci, el autor del concepto – un alto dirigente comunista italiano de los años 30- los estados capitalistas europeos industriales, -que se establecen en sociedades complejas- se sostienen y desarrollan sobre dos grandes poderes sociales: la fuerza armada regular y las ideas que hacen prevalecer sobre el conjunto de la sociedad civil por su trabajo intelectual.

 

Eso distinguía a la Italia de los años 30 con la Rusia de los años 10.

 

La hegemonía, entonces, es el peso superior de las ideas que determinada corriente política ejerce sobre la sociedad, y que hace que ésta pase a considerarlas como “suyas” y “naturales”. “Obvias”, diría una joven concertacionista.

 

Diría que, hasta 2011 (y desde fines de la década de los 70) la hegemonía, en materia de ideas políticas específicas (economía, educación, salud, previsión, etc.) la ejerció la alta burguesía, que retomó el poder militar sobre el Estado en 1973 y mantuvo su hegemonía hasta fines del primer gobierno de Bachelet y comienzos del de Piñera.

 

Hasta esa fecha no era para nada obvio que lo principal en educación es la educación pública y que ella debe ser gratuita (“nada es gratis en esta vida” decía nada menos que el electo Presidente de la República); no era obvio que el estado debe garantizar el derecho a la salud y a una previsión justa (en un país de ya “legítimas” AFP e Isapres impuestas por la fuerza en los años de la dictadura.

 

La nueva hegemonía fue promovida (y lo es) por sus intelectuales orgánicos (los dirigentes universitarios), así como en la Edad Media lo hicieron, con más lentitud por cierto, los curas católicos, intelectuales orgánicos de la época. Todo ello parafraseando a Gramsci.

 

Entonces, el problema de la actual DC es mucho más grave que el visto, con anteojeras y miopía, por Gutenberg.

 

No se trata de que un grupo de partidos (dizque “de izquierda”) ejerzan hegemonía sobre la centrista DC (a la que además “no quieren mucho”) o que “el humanismo laico” trate mal al “humanismo cristiano”. A la pasada, ahora don Gutenberg ubica al Partido Comunista entre “los humanistas laicos”.

 

Se trata de que un conjunto de ideas –propuestas en las calles- por un movimiento social universitario (que empapó a muchos otros) se fue imponiendo en la inmensa mayoría de la sociedad.

 

Ese conjunto de ideas sociales, que, desde el inicio, no gustó para nada a políticos como Gutenberg y su presidente Walker, fue hecho suyo por la ex Presidenta Bachelet, estando ella en la ONU, y –un poco a regañadientes- por la vieja izquierda chilena de radicales, comunistas viejos, y variados grupos de otros socialdemócratas (en los que están, a vía de ejemplo, Alberto Arenas, Nicolás Eyzaguirre (que antes fue neoliberal), la Ministra de Salud, varios congresistas de dentro y fuera de la Nueva Mayoría, y muchos destacados dirigentes sociales cuyas viejas ideas progresistas estuvieron dormidas o dormitando durante décadas, especialmente en los 90).

 

Ese es el problema.

 

Incluso, y muy claramente, “la doctrina” DC sobre familia,matrimonio, aborto, homosexualismo, consumo de algunas drogas y hasta la importancia de Dios en la política (recuérdese la campaña de Orrego) fue derrotada estrepitosamente por la votación democrática.

 

La hegemonía ha sido perdida por Gutenberg y su gente, pero no sólo por ellos sino por los representantes de los negociantes de la educación, de la salud y de la previsión.

 

Y eso es también lo “extraño”.

 

El poder militar (cuya ideología actual puede ser la de antes pero está muda), el alto poder económico (el bancario y el de los monopolios y los grandes servicios públicos “privatizados”), el casi monopólico poder de las comunicaciones, NO se corresponden con el de la nueva hegemonía, recién nacida.

 

Gutenberg, afortunadamente, no entiende de hegemonía ni de extrañeza.

 

La discusión con él casi no tiene importancia.

 

Lo que sí la tiene es la lucha de “lo nuevo” contra “lo viejo”.

 

Lo nuevo que no termina por nacer versus lo viejo que no termina por morir”, al decir también de Gramsci.

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