A comienzos de año, Ril Editores publicó el libro “Thrash Metal: del sonido al contenido”, escrito por el sociólogo Maximiliano Sánchez y que tiene por objetivo dar cuenta del origen y desarrollo de una contracultura social y musical que apareció en Chile a mediados de los ochenta del siglo pasado.
El thrash metal surge a fines de los 70, comienzos de los 80, en el momento en que bandas de speed metal incorporaron a su música tiempos más rápidos, voces guturales, canciones cuya duración no duraban más de un minuto y letras sobre política introduciendo un sentimiento anarquista a su música, tomando el nombre al sonido que surge cuando la púa se recarga con más fuerza y raspa la cuerda de la guitarra.
A Chile, llega a mediados de la década de los ochenta, gracias a que jóvenes que podían viajar a Estados Unidos o a Europa traen los discos de sus bandas favoritas y a través del cassette prestado o regalado entre jóvenes que compartían gustos similares.
En esos momentos, el panorama cultural de la época era fuertemente controlado desde los medios de comunicación y desde el poder de la época imponiendo un modelo socio cultural muy estricto, lo que sirvió como caldo de cultivo para un movimiento musical muy subterráneo, muy underground, que generó sus propios medios de comunicación, su propia autogestión para los conciertos. En eso ayudó, que las letras de las canciones de thrash metal a menudo recogen problemas sociales, con un lenguaje directo y de denuncia.
Fue tan sigilosa su aparición e inserción en Chile, que en varias oportunidades Carabineros detuvieron a jóvenes que lucían poleras con la iconografía thrash, para preguntarles a que partido político pertenecían.
Con el tiempo el thrash se ha incorporado como una expresión artística más, aún cuando sigue siendo un movimiento subterráneo y silencioso, más cercano al kat, con elementos más simples, más directos, más contestatarios que los originados en la ciudad de San Francisco, donde muchos jóvenes vivían en los suburbios con una vida considerada caótica.
En una mezcla de realidad con irrealidad que se refleja en las letras, que hablan de la juventud, con una visión de mundo, crítica, dispersa y confusa respecto al futuro, el thrash muestra lo que muchos jóvenes ven en el mundo que los rodea, porque en las letreas aparecen emociones como el miedo, la ira, la ansiedad, la entrega, el compañerismo, la hermandad, la unidad frente a un el enemigo común transformándose en el reflejo de lo que late en los corazones juveniles.
Lo anterior, logra que este movimiento cultural que nace en la precariedad total, de manera marginal y demonizado sea plenamente aceptado y reconocido a pesar de continuar siendo de elite.
Esa debe ser la razón de la fuerte identificación de sus fans con esta música y que la letra de las canciones se consideren como reales, aunque se hable, en realidad, de cosas que parecen irreales.
Para el autor, “muchas personas engancharon en el tema por rebeldía personal hacia el sistema, hacia la sociedad o a la música que se tocaba en la radio. Sin embargo, cuando ese joven entendió la música, se hizo metalero de por vida”.
Esta música que surge de un grupo minoritario que en su momento tenía un nivel socio económico superior a muchos jóvenes chilenos, paulatinamente se fue haciendo más autónomo pero con un profundo compromiso emocional de quienes comparten este movimiento musical.
Para Maximiliano Sánchez “es la música lo que trasciende las bandas; ella sigue haciendo eco, el estilo se va reinventando a gran nivel y continúa generándose fanatismos. Mientras exista un compromiso emocional con el tema, fans van a haber siempre y por siempre”.