Casi mil buses destrozados, choferes agredidos, secuestrados con sus máquinas, intimidados los pasajeros por la euforia desatada por el dos a uno que quedará en la mentes y corazones de la patria como tantas otras fechas notables.
La maquinaria del Transantiago es uno de los blancos de preferencia del ciudadano afectado por la adrenalina del triunfo y que necesita con urgencia entregar su opinión política por la vía más directa. Y en cuanto puede quema, quiebra, destroza, destruye esas moles en los que la gente es maltratada cada día, un par de horas, de ida y vuelta.
Habrá interpretaciones tantas como interpretadores para el suceso. Pero desde el punto de vista de la rabia común de las personas, ¿no será que esos buses representan la cara visible de algo mucho más grande oscuro y tremendo que hace explotar una bronca anidada en la gente silvestre y marginada?
De lo contrario, habría que asumir que la ciudad está llena de vándalos irracionales que sienten una irreprimible inquietud por atacar la flota de trasporte público, como un deporte extremo, como una vía para relajar un día lleno de emociones.
¿Pero somos todos vándalos, incendiarios, anarquistas, antisociales, malvados, siniestros?
¿Diremos que a nadie que use esos armatostes inhumanos en el límite superior de su rabia cotidiana, fomentada por la espera eterna, por los apretones inaguantables, los viajes interminables, el viento que se cuela, la hediondez democrática y horizontal, no se le ha pasado por la cabeza en algún momento el deseo criminal de quemar esos buses de una vez por todas?
Postulamos que si no se ha llegado a ese límite es por pura suerte. Ganas, habrá de sobra. Y razones, muchas más.
La síntesis de lo que el modelo piensa y siente respecto de la gente común, es expresada cada día mediante la elocuencia trágica que se desprende del sistema de transporte metropolitano, el Transantiago.
Y es raro que esa misma gente no haga saber su profundo descontento, y que muchos aún corran a adelantarles dinero a sus controladores mediante la tarjetita y no pocos se enfurezcan cuando un rebelde no paga.
Contadas veces ha habido una protesta contra esa afrenta cotidiana que roba la vida de la gente sencilla. De ida y de vuelta la gente maltratada, ofendida, disminuida a una condición menor que la de un cerdo, animales que sí tienen en la ley un área mínima para sus desplazamientos al matadero, a lo sumo eleva como tanteando, su voz. De ahí no pasa.
El Transantiago es el neoliberalismo concertacionista en su más perfecta expresión. Concebido en la mente ególatra de un presidente que jamás ha dicho una autocrítica por esto que daña y ofende a millones de personas por día, ha permitido que los mismos poderosos de siempre se sigan hartando de millones a costa del maltrato del pueblo.
Y los intentos por resolver sus infinitos problemas se hace del mismo modo en que se hace en otras áreas no menos complejas y en donde se hace también evidente la extraordinaria deuda que el modelo tiene con la chusma: se le mete más plata para los que ya se han hartado de ella.
De qué nos asombramos ante la devastación que el ímpetu guerrero de la selección nacional genera en esos buses de mala muerte. Poco es para la humillación que significa para la gente modesta, cada día de sus vidas.
Moralistas bien vestidos y mejor alimentados dirán que no es la vía. Y tendrán razón. Pero mientas esas alternativas menos incendiarias sigan sin conocerse, habrá que aceptar que si Chile es campeón del mundo, de esas máquinas apestosas no debería quedar ninguna.
Vamos Sampaoli…!!