Las más altas esfera del gobierno interviene el Ministerio de Educación para corregir los estragos que genera la egolatría de su titular, y las carencias políticas de sus asesores.
Y para el efecto, hacen enroques para dislocar cuadros de mayor peso político, que es como decir, facultados para agarrar de la bolas al que no permita que las cosas circulen como debieran.
Así, a algunos asesores les debe quedar poco tiempo en sus oficinas de todopoderosos y sueldos magníficos. Y, de no mediar cambios, doble contra sencillo que el ministro Eyzaguirre está jugando los descuentos. A los desprolijos proyectos de ley que ya han enviado para salir del paso infligido por los plazos auto impuestos, ahora enviarán otra desprolijidad mayor: la reforma al sistema público. A ver si se arregla el pescado.
En el fondo, lo que ordena el malabarismo oficial es la decisión del sistema de no entregar la educación. Retoques, pinturas, maquillajes, eso sí. Cambios relevantes, jamás.
Es no es posible. Bajo las definiciones del actual paradigma, nunca habrá una educación democrática, de responsabilidad del Estado, formadora de personas críticas, inclusiva, laica, integral, desterrada del lucro.
Para la actual cultura, aceptar algo así, significaría su lápida. A continuación, vendría todo lo demás: un sistema político decente, pensiones humanas, autoridades honestas, salud para personas, medio ambiente pasable, poderosos controlados, traidores encarcelados, criminales en la cárcel, y la perspectiva de una buena vida para los habitantes.
Y eso es inconcebible en el actual orden. Antes, mucho antes, el caos, la asonada, el cuartelazo.
Para evitar complicaciones, el sistema hará cuanto esté de su parte para modificar todo aquello que dé la impresión de un cambio, aún cuando no sea sino un artilugio creado para ganar tiempo.
Y no es una técnica nueva. Traicionando a los estudiantes, se cambio la anterior Ley Orgánica Constitucional de Educación, por otra Ley General de Educación y el único avance mensurable fue que con la nueva ley el sostenedor no podía meter bajo un mismo RUT una carnicería, una compra venta de automóviles y un colegio.
La Moneda se está urgiendo. Necesita con una urgencia vital desactivar esa extraña energía que en algún momento prendió entre los estudiantes y que parece una condición propia de esos jóvenes, que por más que pasen los años y las generaciones persiste en una especie de huella genética que los impele a sumarse a la pelea de quienes los antecedieron.
Resulta casi inimaginable la cantidad de dinero del que se comienza a hablar para cosas tan extrañas como reforzar la educación pública o apuntar a la calidad de ésta, curiosamente ambos conceptos aún sin definir.
Lo esencial para las autoridades, lo realmente importante reside en evitar que sea por la vía de insistir en cambios profundos en educación, que el sistema entre en un colapso de una envergadura terminal. La pregunta es cómo hacer para que se desactive la insistencia de los estudiantes, que no se conforman con nada. Una respuesta es descontinuar a los inútiles asesores con los que cuenta el ministro y luego, despachar al mismo Eyzaguirre.
Pero ya es algo tarde. La educación no es lo único que huele a podrido: es de todo el sistema del que emana el mal olor. Aunque es la educación el eslabón más débil.
Es que los estudiantes han partió de una premisa que debería ser imitada por todos los chilenos: no le creen a las autoridades. Y ese ejercicio de higiene, les ha permitido errar muy pocas veces.
La nueva configuración del gabinete ministerial, no sólo será más de lo mismo, sino peor que lo visto por cuanto trae el tufillo peligroso del criterio represivo del Ministerio del Interior.
Pero los muchachos han aprendido. No creen. Y son capaces de reconocer un chamullo sólo con verlo, con la misma facultad maravillosa que tienen los enanos para reconocerse entre sí, a primera vista.