Diciembre 26, 2024

¿Es Chile un país democrático?

El título hace alusión, en forma análoga, a una pregunta del padre Alberto Hurtado “¿Es Chile un país católico?” Para empezar, hay que diferenciar entre la democracia formal y la sustantiva. Este primer artículo me limitaré sólo a la formal, dejando para otra ocasión lo relativo a aspectos económico-sociales y a democracia directa.

 

La democracia formal supone, al menos: 1) que los ciudadanos elijan libremente a sus representantes; 2) que haya separación de poderes y un consecuente equilibrio, control y balance entre ellos; 3) igualdad ante la ley y partícipe en el recargo de cargas públicas, es decir, que el sistema impositivo sea equitativo.

 

Hay que advertir que ninguna de estas tres condiciones se da en Chile. Veamos: en primer lugar, los ciudadanos no eligen a sus representantes, sino que, en su lugar, lo hacen las distintas mafias que dirigen los partidos políticos – para ser elegido es necesario el apoyo de los grandes empresarios y dueños de Chile, pues la política está corrompida por los negocios, lo cual explica que en Chile logre la presidencia de la nación un multimillonario como Sebastián Piñera, que osa llevar al poder a sus pares – y, para reafirmar mi argumentación, el sistema electoral actual es espurio, pues garantiza el triunfo de la segunda mayoría y, además, la permanencia ad aeternum de los parlamentarios en sus cargos – se reelige, prácticamente, el 80% de los incumbentes -.

 

En segundo lugar, no existe ninguna separación de poderes: el presidente de la república detenta, en la práctica, todos los poderes como monarca y, es más, podríamos decir dictador civil, que sólo se diferencia del absolutismo por su carácter electivo y no de dinastía hereditaria; podríamos agregar que no existen controles y balances propios de la democracia, salvo la acusación constitucional, que se hace casi imposible de lograr si el jefe de Estado cuenta con mayoría parlamentaria – ni en el parlamentarismo ni en el presidencialismo ha existido una división de poderes – y sólo podría darse en un sistema semipresidencial, de poder dual, donde la autoridad de presidente y del parlamento emanan de la soberanía popular.

 

En tercer lugar, los cargos públicos se reparten entre las mafias políticas, que se apropian del Estado y las cargas públicas recaen todas en trabajadores, pues los ricos en Chile no pagan impuestos.

 

En la democracia representativa, según Edmund Burke, los representantes no tienen que rendir ninguna cuenta a los representados, como tampoco pueden ser removidos hasta finalizar su mandato, así, solamente podrían ser evaluados cada cuatro años; este principio se lleva a la práctica, en todas sus letras, en nuestro país, con el agregado de no son nunca evaluados, pues se las arreglan siempre para ser reelegidos.

 

Si Chile no es, ni siquiera, una democracia representativa o formal, ¿qué cosa es? Una plutocracia – en este país unas pocas familias son dueñas de gran parte del PIB, en consecuencia, se distribuyen el poder político sin dificultad. El Chile de hoy es muy similar al de la república parlamentaria o a la república veneciana: el dinero maneja, a su antojo, la vida y la muerte de los habitantes de este país.

 

¿Es una oligarquía? Por cierto. Un pequeño grupo de “notables” se ha apropiado de todas las instituciones y ejerce el poder a su amaño. ¿Es una partidocracia? Por cierto. El sistema político está pensado de tal forma que el duopolio pueda apropiarse del poder. Esta es la razón por la cual la ciudadanía cree cada vez menos en los procesos electores y de ahí la desafección a la democracia que, como hemos probado, no existe en Chile.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

14/06/2014   

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