Noviembre 25, 2024

La guerra asimétrica y la violencia en Venezuela

Ha pasado más de medio siglo desde que Mao Tsetung declarara a la periodista estadunidense Anna Louise Strong que el imperialismo norteamericano era un “tigre de papel”. Corría 1956 y Mao le aclaró a Strong que hablaba en términos “estratégicos”, pero que en lo “táctico” había que tomar muy en serio a Estados Unidos, porque poseía “garras y dientes”.  Un par de años después, en el marco de la ruptura sino-soviética, cuando Mao criticó el “apaciguamiento” de las autoridades de Moscú frente a Washington, Nikita Khrushchov aseveró que el tigre de papel tenía “dientes nucleares”.

Al comenzar el segundo decenio del siglo XXI, Washington es la superpotencia militar mundial y sigue ejerciendo un poder global, planetario, aunque declinante.  Para analistas como Atilio Borón, el imperio estadunidense ha superado su cenit y debido a factores estructurales e internacionales ha comenzado a recorrer el camino de su lento pero irreversible ocaso.  Es decir, ha entrado en una fase de deterioro sin regreso.  En la coyuntura, la decadencia imperial podría abrir paso a una transición geopolítica global que difícilmente podrá llevarse a cabo de manera pacífica, en un escenario donde existen varios actores nacionales y privados que disponen de arsenal atómico.

Para intentar conservar su amenazada hegemonía, Estados Unidos sigue recurriendo a una vasta combinación de métodos militares, políticos, económicos, culturales y comunicacionales al margen de las normas internacionales, en el marco de lo que se ha dado en llamar el Poder Inteligente (Smart Power) y el Poder Blando (Soft Power) de la administración de Barack Obama.

En particular, Washington y sus aliados subordinados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han venido recurriendo a una amplia gama de acciones injerencistas y subversivas violentas y/o destructivas, vía sanciones, bloqueos y sabotajes económicos, intentos de magnicidios y declaraciones hostiles, y promoviendo invasiones militares, golpes de Estado, movimientos secesionistas, guerras mediáticas, espionaje cibernético y operaciones psicológicas encubiertas con apoyo de grupos paramilitares y compañías privadas de mercenarios.

Como antaño, la reconfiguración geopolítica del orbe por métodos violentos tiene que ver con afanes de dominio neocoloniales y el acceso a los mercados y los recursos geoestratégicos.  En particular, los energéticos.  Recordemos Irak, Libia, Afganistán, la ex Yugoslavia, Colombia, Siria, México, Ucrania.

Difuminadas por sucesivas y sostenidas campañas de intoxicación mediática propaladas por grandes consorcios “comunicacionales” bajo control privado, para millones de pobladores del planeta pasa desapercibido, a diario, que las actividades sediciosas, subversivas y encubiertas de Estados Unidos y sus aliados cuentan, para su ejecución, con una amplia telaraña de altos funcionarios, personalidades, agencias gubernamentales, empresas multinacionales, ejércitos, centros académicos, think tanks, fundaciones, organizaciones no gubernamentales e intelectuales orgánicos, cuyos miembros, directivos y asesores se encuentran de manera indistinta en los directorios de corporaciones como Chevron, Exxon Mobil, el Grupo Carlyle, Halliburton, Blackwater y en los puestos de mando del Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Departamento de Estado y el poderoso Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), así como en instituciones supuestamente independientes como la Rand Corporation, Ford Foundation, Human Rights Watch, Transparencia Internacional, Freedom House, la Fundación Nacional para la Democracia y el Instituto de una Sociedad Abierta del multimillonario George Soros.

Las FOE y el manual para la subversión

Diversos trabajos académicos y reportes periodísticos dan cuenta de que Estados Unidos mantiene alrededor de 13 mil elementos de sus Fuerzas de Operaciones Especiales (FOE) desplegados y operando en más de 75 países. Las FOE están integradas por unidades de élite del ejército, la infantería de marina y la fuerza aérea estadunidenses, que en su mayoría responden al Comando de Operaciones Especiales Conjuntas del Pentágono, cuyo cuartel general está en MacDill, estado de Florida.

Entre esas unidades dedicadas a misiones de carácter subversivo figuran las Fuerzas Delta, la Fuerza de Tarea 714, Rangers y las llamadas Unidades de Investigación Confidencial, grupos secretos de agentes élite subordinados a la CIA y a la Agencia Antidrogas DEA. Se trata de militares y civiles expertos en operaciones de guerra psicológica, actividades clandestinas o encubiertas, acciones de desestabilización, sabotaje, espionaje, ataques cibernéticos y asesinatos selectivos.

En marzo pasado, el almirante William McRaven, jefe del Comando de Operaciones Especiales, dijo ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, en Washington, que en 2015 las FOE incrementarán su presencia en todo el mundo en el marco del plan denominado Visión 2020.  En febrero anterior, el secretario asistente de Defensa, Michael D. Lumpkin, había señalado que las FOE están bajo un proceso de transición y tendrán un rol cada vez más importante en el futuro cercano. Lumpkin abogó entonces por la ampliación del alcance y despliegue de fuerzas y energías en el exterior, “de una manera más consistente con las realidades económicas y geopolíticas actuales”.

El plan Visión 2020 tiene un enfoque “multiagencias”, no únicamente militar.  Al respecto, la Circular de Entrenamiento TC-18-01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales del Pentágono, publicada en noviembre de 2010 bajo el título “La Guerra No Convencional (GNC)”, asienta en su epígrafe 1-49 que “teniendo en cuenta la naturaleza política y militar de la guerra no convencional, resulta vital la participación interagencias de Estados Unidos para lograr un enfoque gubernamental y el éxito a largo plazo.  En varios momentos de un conflicto no convencional resulta necesaria la integración de las comunidades multinacionales, intergubernamentales e interagencias”.

En ese sentido, el almirante McRaven ratificó el punto ante el Comité de Servicios Armados, cuando dijo que las FOE cumplirán misiones en estrecha cooperación con la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA).  Asimismo, es evidente la participación del Departamento de Estado, como expresión de la diplomacia de guerra de la Oficina Oval, a lo que hay que adicionar todo el Sistema del Terreno Humano −como le llama el Pentágono−, es decir, especialistas civiles en áreas de ciencias sociales, antropología, sociología, ciencias políticas, estudios regionales y lingüística, que deben dotar de sus conocimientos a los efectivos militares antes de los despliegues en diversas regiones del orbe.

Según la Rand Corporation −uno de los “tanques pensantes” del Pentágono y el Departamento de Estado−, las FOE son el brazo armado de las intervenciones militares en gran escala de Washington y de apoyo a grupos subversivos compuestos por paramilitares y mercenarios.  La Circular de Entrenamiento TC-18-01 confirma la importancia que el Comando de Operaciones Especiales Conjuntas confiere a dichas unidades de élite. De acuerdo con la circular, las FOE son un factor clave en las acciones clandestinas subversivas, ya que están capacitadas para “explotar las vulnerabilidades psicológicas, económicas y políticas de un país adversario, desarrollar y sostener las fuerzas de resistencia (o insurgencia) y cumplir objetivos estratégicos estadunidenses”.  Además de que son las únicas fuerzas específicamente designadas para ese tipo de guerra irregular o asimétrica, por sus capacidades para “infiltrarse en terreno enemigo”, posibilitar el “desarrollo” y “entrenamiento” de grupos subversivos o guerrilleros al servicio de Washington y “coordinar sus acciones” al interior de países hostiles, así como para “coaccionar, alterar o derrocar a un gobierno”.

Para desautorizar a un gobierno legítimo considerado enemigo, el manual del Pentágono sugiere acudir al apoyo de “un socio de coalición o un tercer país”, con la finalidad de debilitarlo y restarle credibilidad, segmentar a la población y generar descontento, influir o crear líderes y unificarlos ideológicamente, utilizar a los emigrados, provocar actos catalizadores y crear condiciones favorables para la intervención (de Estados Unidos) con el empleo de propaganda (“que incremente la insatisfacción de la población y presente a la resistencia como una alternativa viable”), manifestaciones y sabotajes, aún en ausencia de hostilidades declaradas.

De acuerdo con el manual TC-18-01, la Guerra No Convencional consta de siete fases. Durante la primera etapa los promotores externos y la “resistencia” u “oposición interna” realizan la preparación psicológica para unir a la población en contra del gobierno considerado enemigo y la preparan para que acepte el apoyo de Estados Unidos. 

Entre la segunda y la sexta fases, los equipos de las FOE penetran en el área de operaciones, contactan con el movimiento subversivo, entrenan a sus líderes y les proporcionan la logística necesaria.  En esas etapas se potencian denuncias de corrupción contra el régimen de turno, que es acusado de totalitario y/o dictatorial; se genera un clima de malestar permanente mediante manifestaciones y protestas violentas (que son cubiertas por los conglomerados mediáticos privados como “acciones pacíficas” o “no violentas”) y se promueven intrigas y rumores falsos, con eje en temas tales como la defensa de los derechos humanos y la libertad de prensa.

Lo anterior forma parte de operaciones psicológicas encubiertas y a través de la desestabilización se busca generar un clima de ingobernabilidad para forzar la renuncia del Presidente.  En la séptima etapa se produce la intervención militar directa del Pentágono o el gobierno del país en cuestión cae debido al éxito de la subversión, y las unidades sediciosas toman el control del territorio nacional y las instituciones.

Con sus variables y especificidades, la Guerra No Convencional o asimétrica ha funcionado con éxito, últimamente, en países como Afganistán, Irak, Egipto, Libia, México y Ucrania, pero no ha podido cristalizar en otros como Cuba, Venezuela, Bolivia y Siria.

Para manipular a la opinión pública (local e internacional), el Pentágono se vale de las llamadas Operaciones de Información (OI).  La Publicación Conjunta 3-13 del Departamento de Defensa señala que las operaciones de información tienen como objetivo influir, desestabilizar, corromper o usurpar el comportamiento humano, y se realizan para afectar los sistemas informativos del país enemigo, utilizando rumores y desinformación que se expanden de forma amplia con la finalidad de influir en las opiniones de las personas a las que van dirigidas.

A finales de 2013, el diario USA Today señaló en un artículo que las OI se han realizado bajo un manto de misterio y constituyen una especialidad reconocida pero cuyas prácticas controversiales se mantienen en secreto.  De acuerdo con el rotativo, que citó un informe de la Oficina General de Supervisión, que depende del Congreso estadunidense, las Operaciones de Información son un conjunto de actividades que “utilizan la información para influir en las audiencias extranjeras para que se conviertan en actores favorables e incondicionales a los intereses de Estados Unidos”.

La NED, Soros, Sharp y la USAID

Un estudio publicado en marzo de este año por el Colegio de Guerra de Estados Unidos, firmado por el experto Steve Tatham, asegura que para cumplir tales objetivos la Casa Blanca utiliza firmas privadas y especialistas a través de los preceptos de la mercadotecnia.  Asimismo, la GNC recurre a fundaciones y grupos no gubernamentales como la Open Society Institute de Georges Soros, Freedom House y la Institución Albert Einstein de Gene Sharp, que con los auspicios de la USAID y recursos encubiertos del Pentágono y la CIA, canalizados a través de la Fundación Nacional para la Democracia (NED) y el Instituto Republicano Internacional, que responde al Partido Republicano, promovieron, por ejemplo, las llamadas “revoluciones de colores” o “golpes suaves” (“blandos”) en Serbia, Ucrania y Georgia.

Como parte de esos esfuerzos subversivos y desestabilizadores, Estados Unidos, a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID, por sus siglas en inglés), implementó en 2009 una plataforma ilegal y secreta, denominada ZunZuneo, para impulsar un Twitter cubano y manipular a sectores de la población con mensajes políticos con el objetivo de generar una “primavera cubana”.

Venezuela es un caso paradigmático en América Latina porque es víctima de una guerra no declarada de Washington, que sigue los cánones descritos en el manual TC-18-01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales del Pentágono.  En alianza con los barones del capital monopólico privado, la jerarquía católica conservadora y la ultraderecha política local, Estados Unidos ha venido implementando un plan sedicioso violento, cuyo objetivo es derrocar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro.

La intentona golpista continuada, que incluye a políticos de la región como los ex presidentes Álvaro Uribe y Vicente Fox, de Colombia y México respectivamente, cobró alta visibilidad mediática en febrero y marzo pasados, cuando partidos y movimientos extremistas de corte neonazi, como Voluntad Popular, de Leopoldo López, la ONG Súmate de la ex legisladora opositora María Corina Machado (desaforada), la organización juvenil FORMA y Gustavo Tovar Arroyo, de la ONG Humano y Libre y quien participó en la reunión “Fiesta Mexicana” en un hotel del Distrito Federal −todos fabricados y financiados por la USAID y la NED−, llamaron a “salir a la calle sin retorno”, hasta lograr la renuncia del mandatario.

La violencia en las calles se dio a través de medidas típicas de los “golpes suaves”, combinadas con el uso de francotiradores, asesinatos selectivos con armas con mirilla láser y acciones francamente insurreccionales (propias de una guerrilla urbana), que incluyó la destrucción de más de un centenar de unidades del transporte público y estaciones del Metro, la quema de centrales eléctricas y de 15 universidades, aunque estuvo acotada a unos pocos municipios de clase media y alta, y abarcó a un par de estados fronterizos con Colombia, desde donde podrían actuar grupos paramilitares que sirven de retaguardia y que eventualmente podrían ser instrumentalizados para impulsar acciones secesionistas.  Incluso, ha surgido un autodenominado Frente Marabunta, que opera a la manera de un escuadrón paramilitar y busca desplegar un plan de persecución, acoso y sometimiento en urbanizaciones de clase media contra los partidarios de la revolución bolivariana.

La “rebelión de los ricos”, como la llamó el diario The Guardian de Londres, busca atizar el odio pequeño-burgués entre agrupaciones protofascistas asentadas en sectores universitarios y juveniles urbanos, que han venido promoviendo el caos y la desestabilización, con un saldo violento de más de 40 muertos.  El plan busca llevar a Venezuela hacia un golpe de Estado o a una guerra civil −como se preludia en la Ucrania actual−, que abra las puertas a una “intervención humanitaria” occidental y/o a la injerencia militar directa del Pentágono.

*Carlos Fazio es periodista, colaborador del diario La Jornada (México) y el semanario Brecha (Montevideo), y docente universitario en las áreas de ciencias políticas y derechos humanos.

 

 

Fuente: Alai-Amlatina

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