El verano pasado, llevé a mi hija a conocer uno de los lugares más hermosos del planeta. Tomamos la ruta terrestre que va desde Puerto Varas a Cochamó y luego entramos en un valle que rompe la cordillera y termina en Argentina. Ahí, en ese valle encantado, están los grandes bosques de alerce andino que ya cuentan con miles de años de existencia. Ya ellos eran sumamente viejos cuando nació Cristo y mucho más viejos aún cuando llegaron los españoles a América.
Contagiada por la solemnidad de nuestro entorno, mi hija me lanzó una pregunta que fue muy difícil de contestar. ¿Por qué América Latina, que tiene esta imponente naturaleza y además cuenta con una riqueza natural tan grande que podría hacer rica a la mitad de la humanidad, aún sigue tan pobre y subdesarrollada? Gasté largos momentos en pensar una respuesta apropiada. Finalmente, dije, creo que hay una explicación importante y ella tiene que ver con la cultura. El carácter nacional de todos los pueblos latinoamericanos fue creado en un gigantesco crisol donde se mezclan españoles, indios y negros. Todos estos valiosos componentes humanos vienen de tradiciones milenarias que conforman lo que los poetas han denominado “el realismo mágico”. Es decir, son culturas que tienen gran dificultad para separar la realidad objetiva, de su subjetividad, imaginación e ilusión innata.
Los españoles del siglo XV tenían tendencia a creer como verdadera, la fabulosa mitología inventada en las muchas historias de caballería medieval. Es así como estaban predispuestos a encontrar en América a seres fantásticos tales como amazonas, gigantes, y otras especies mitológicas. Por su parte los nativos, tanto los mayas como los aztecas y también los de la civilización andina, tenían su propia mitología brillantemente narrada en el Popol Vuh y otros textos precolombinos. Finalmente, los negros trajeron a América, todo un sistema de creencias fantásticas que gustosamente donaron a este crisol de ilusiones. Para darte sólo un ejemplo, los cronistas españoles del siglo XVI señalaban que la conquista de Tenochtitlán se había hecho con la activa y real participación del apóstol Santiago y de la virgen María.
Después de cuatro siglos de cocimiento a fuego lento, se formó el carácter nacional de los latinoamericanos. La inmensa mayoría nos caracterizamos por tener tendencias patriarcales, paternalistas, machistas, tradicionalistas, autoritarias, epicúreas, hedonistas, amorales y familistas. Este carácter latinoamericano, no logra separar en forma radical y tajante lo verdadero de lo imaginario. La literatura americana está llena de relatos, poesías y novelas donde se discute este fenómeno. Naturalmente creo que a mi juicio, la más brillante de estas obras es el trabajo de Gabriel García Márquez en su ya famoso libro “Cien años de soledad”. Para este autor ganador del premio Nobel de literatura, Latinoamérica no es nada más ni nada menos que un gigantesco Macondo.
Macondo fue un mítico lugar en el Caribe colombiano que fue fundado por un puñado de criollos blancos y que avanzaba desde la cordillera hacia el mar. Durante varios siglos, esta comunidad de fantasía, evolucionó en cinco etapas definidas. Primero fue una sociedad agraria benigna, donde reinó la paz y la armonía y todo esto fundado en un ambiente de igualdad, asociatividad y trabajo constante y productivo. Luego viene una segunda etapa, caracterizada por un proceso de rápido crecimiento económico, donde a las actividades agrícolas tradicionales se agregan pequeños talleres industriales y numerosas casas comerciales. La llegada de nuevos inmigrantes árabes y también de jornaleros, contribuyeron a este proceso de desarrollo. No obstante la sociedad ya no era homogénea y unida como antes. A la clase dominante y terrateniente ahora se le había agregado una pequeña clase media de comerciantes y también un incipiente proletariado. La corrupción y la injusticia social se incrementan y comienza el conflicto entre conservadores y liberales. Este nuevo conflicto social culmina violentamente en una tercera etapa que produce un largo periodo de guerras civiles que hunden a Macondo en un periodo de subdesarrollo y pobreza general. Una cuarta etapa se inicia, cuando capitalistas estadounidenses, visitando Macondo, se dan cuenta del deterioro civilizacional y moral del pueblo y deciden transformarlo en una colonia productora de bananos. Luego de muchos años de dominación yanqui, se produce la decadencia total de la sociedad y hasta la elite criolla se ve obligada a obedecer a los nuevos conquistadores anglosajones. La explotación de los obreros bananeros es tan brutal que estos inician una larga huelga general, la que es violentamente reprimida y causando la muerte de miles de trabajadores cuyos cadáveres son tirados al mar tal como se hacía con la fruta podrida. Una quinta y última etapa se caracteriza por un gigantesco diluvio que dura casi cinco años. Este evento de la naturaleza termina por causar la ruina económica, social y política de todo el pueblo. La sociedad macondiana finalmente desaparece cuando un gigantesco huracán barre del mapa todo rasgo de existencia humana.
Al parecer, el mensaje poético de García Márquez en 1967, era que América Latina estaba en su cuarta etapa evolutiva, es decir, estaba sometida al colonialismo estadounidense. Naturalmente, se predice que si la región, no reacciona a tiempo, el futuro se ve muy negro para todo el continente. Esta es la razón por la cual García Márquez fue un gran admirador de todos aquellos líderes latinoamericanos que luchaban por la segunda independencia de América Latina. Es conocida su amistad con Fidel Castro y también con los nuevos líderes del socialismo del siglo XXI.
Pero fuera de demostrar su admiración por la revolución cubana, García Márquez no parece ir más al fondo del problema. Y este problema no es otro que cómo hacer el cambio radical y revolucionario del carácter nacional latinoamericano. Este cambio cultural cuesta muchísimo hacerlo pues requiere de la existencia de líderes super humanos, que mediante la sabiduría del sabio, la astucia de la zorra y la fuerza bruta del león, sean capaces de dejar el pasado y avanzar hacia el futuro. Esto fue precisamente lo que hicieron Calvino y Lutero en el siglo XVI en el norte de Europa. Es también lo que hicieron los líderes religiosos anglosajones y protestantes cuando decidieron abandonar Inglaterra y crearon una nueva sociedad en América del norte en el siglo XVII. Algo parecido hicieron también los líderes del imperio del sol naciente a fines del siglo XIX cuando a sangre y fuego destruyeron el feudalismo japonés. Es lo que hizo el partido comunista en Rusia con Lenin y Stalin a la cabeza, después de la primera guerra mundial. Es también lo que hizo Mao en China durante varias décadas del siglo XX. Algo similar se ha hecho en Corea, Vietnam, Singapur y Taiwán en las últimas décadas del siglo XX. Naturalmente que todo este cambio revolucionario de feudalismo a la modernidad, produjo millones de muertos y la ruina total de las clases dirigentes de la sociedad atrasada.
El cambio sicológico que se necesita crear en la mente de los latinoamericanos, no sólo es complejo y difícil, sino que también produciría por varias décadas una gran anomia social. Es preciso exterminar una personalidad dominante y cambiarla por una nueva. Es algo así como el suicidio de la personalidad y este proceso produce una angustia típica parecida a la que sufre el inmigrante pobre que se va de un país subdesarrollado a uno desarrollado. Ahí, para sobrevivir, el inmigrante tiene que liquidar sus hábitos y costumbres propios y adoptar los hábitos y costumbres del país que lo adopta. Este es el llamado “síndrome del hombre marginal”. El cambio de una cultura a otra, donde se abandonan los propios valores, pero donde aún no se consolidan los nuevos, siempre produce un sentimiento de angustia y malestar. El trabajo cotidiano debe transformarse desde una molesta y pesada carga a una verdadera bendición. Max Weber plantea que el verdadero paso a la modernidad implica la profesionalización del trabajo. Este trabajo, cualquiera que él sea, debe enfrentarse con la convicción que él debe hacerse en la mejor forma posible. Si se es un humilde barredor de calles, se debe aspirar a ser el mejor barredor del mundo. De igual forma si se es un investigador académico, se debe aspirar a ser el mejor investigador del planeta. Ese amor por el oficio que se debe cumplir, debe eventualmente convertirse en una absorbente y satisfactoria profesión. Autores contemporáneos tales como Maslow, McClelland, Winter, Huntington y muchos otros, han tomado la idea del espíritu del trabajo weberiano y lo han convertido en la necesidad sicológica de la auto realización. Esta necesidad de éxito o de logro, debe ser así para el hombre moderno, el único camino a la felicidad. La auto realización pre moderna se conseguía ya fuera por la búsqueda constante del cariño y amor de parientes y amigos (necesidad de afiliación) o por la sumisión y respeto que se obtenía de los subordinados (necesidad de poder). La auto realización moderna, y que es la fuerza vital que produce el desarrollo integral, es la necesidad de logro o éxito en lo que se hace o se produce como un verdadero profesional.
Los liberales, con Adam Smith a la cabeza, señalan con toda claridad que la riqueza de las naciones se logra con este espíritu del capitalismo moderno. Este deseo de luchar y triunfar para conseguir la realización de objetivos y planes individuales, es la esencia o espíritu del capitalismo. El lucro es considerado como la despreciable motivación de los hombres de negocios pre modernos. Para los socialistas con Lenin, Stalin y Mao a la cabeza, esta ideología también tiene su espíritu y este es el incontenible deseo revolucionario por triunfar como empresarios u obreros estatales y así eventualmente lograr los objetivos y planes de la colectividad, que no son otros sino la construcción de la sociedad comunista. En ambas ideologías, el trabajo bien hecho y productivo es fundamental y necesario. Sin este cambio motivacional de millones de seres humanos, el verdadero desarrollo integral de la sociedad es sólo una distante utopía.
Hoy día, 21 de mayo del 2014, por más de dos horas, escuché el discurso de la presidente Bachelet ante el Congreso Nacional. Este fue un muy bien preparado discurso donde ella señaló con claridad lo que se ha logrado hasta este momento y lo que se piensa hacer en los próximos cuatro años. Se enumeró una gran cantidad de metas y objetivos en cada uno de los campos de los distintos ministerios que conforman su gobierno. El énfasis fue naturalmente en los objetivos educacionales y en los cambios que se deben hacer al sistema financiero por un lado y al sistema constitucional por otro. Es así como la reforma de los impuestos y la reforma constitucional son pasos indispensables para alcanzar un mayor grado de igualdad y justicia social en Chile. Desgraciadamente, dentro de las decenas de objetivos enumerados, ninguno tiene que ver con el cambio del carácter nacional de los chilenos. El cambio de sistema motivacional, que es la base y palanca fundamental del desarrollo integral, no es un tema que parece preocupar a los líderes del país. Tan pronto como terminó el brillante discurso del gobernante, la televisión mostró los terribles problemas de los pobladores afectados por el incendio de Valparaíso. Se vio a personas humildes, mojadas y compungidas. Naturalmente ninguna había podido ver el discurso presidencial, pues todas las obras de emergencia para resolver el problema del incendio, habían sido mal hechas y la lluvia había inundado las casas provisorias. También la televisión mostraba batallas campales entre estudiantes y carabineros, daba pena ver cómo se cometían desmanes por parte de los estudiantes y los carabineros apaleaban y mojaban a los manifestantes. Con mucha tristeza me acordé de la muerte de Gabriel García Márquez y pensé que si él hubiera estado vivo y residiendo en Chile, seguramente habría hecho un excelente reportaje sobre cómo Valparaíso, mágicamente se había transformado en un nuevo Macondo.
F. Duque Ph.D.
Puerto Montt
21 de mayo, 2014