La trascendental visita del presidente Vladimir Putin a China en los próximos días puede cambiar dramáticamente la correlación geoestratégica de fuerzas en caso de que el zar geoenergético global ruso y el mandarín chino Xi Jinping firmen la venta de 38 mil millones de metros cúbicos anuales de gas durante 30 años.
El viceministro de Energía ruso, Anatoli Yanovski, declaró que el “histórico acuerdo gasero de Rusia a China de largo plazo” se encuentra listo en 98 por ciento.
Quizá el 2 por ciento faltante sobre el histórico acuerdo verse sobre el diferencial de 360 dólares hasta 400 dólares por mil metros cúbicos que a ambos mandatarios conviene cerrar en la coyuntura del mundo post-Crimea.
El comercio bilateral entre China y Rusia hoy anda en 80 mil millones y se espera que alcance 200 mil millones de dólares en 2020.
Irina Sukhoparova, de Russia Today, considera que la visita del zar ruso a su homólogo chino exhibe un creativo pivote asiático, en alusión contrastante con la doctrina Obama del pivote para cercar a China.
Según Sukhoparova la geopolítica cambia vertiginosamente y la crisis en Ucrania ha empujado a Rusia más cerca de sus vecinos orientales cuando las sanciones de Occidente provocan un giro de Moscú con sus socios de los BRICS, en particular con China –por cierto, la tesis anticipada de Bajo la Lupa.
Las sanciones en algunos rubros parecen más teatrales, ya que, en medio de toda la cacofonía propagandística, Exxon Mobil –la máxima expresión del poder trasnacional de EU (Private Empire: ExxonMobil and American Power, Steve Coll, 2012)– afianza su acuerdo con la estatal rusa Rosneft para la exploración conjunta del Ártico.
Así como el director de Siemens, Joe Kaeser, al unísono de otros 6 mil empresarios alemanes, no le hizo caso a su gobierno, la petrolera texana se salta los dictados de la Casa Blanca.
En pleno paroxismo del mundo post-Crimea, el viceprimer ministro ruso Arkady Dvorkovich realizó una visita a China para preparar lo que desde ahora ha sido bautizado como el acuerdo gasero histórico del siglo entre Gazprom y una de las empresas petroleras estatales chinas CNOOC.
Lo que exportará Gazprom a China –38 mil millones de metros cúbicos de gas al año en 2018– todavía para esas fechas significará la cuarta parte de las exportaciones de Rusia a Europa.
Sukhoparova anuncia que Moscú y Pekín sopesan abandonar el dólar como la divisa de pagos en sus tratativas regionales. Este renglón, a mi juicio, es el más delicado, y es probable que el zar ruso y el mandarín chino usen la amenaza de abandonar al dólar como espada de Damocles que dejarían pendiente para la próxima cumbre de los BRICS en Fortaleza (Brasil), después del Mundial de fútbol.
Las negociaciones entre Rusia, todavía la máxima potencia gasera global (seguida por Irán, Qatar y Turkmenistán), han llevado más de 10 años y no pudieron ser concretadas debido a discrepancias sobre el precio.
Hoy las reduccionistas consideraciones mercantilistas sobre el precio del gas natural quedan relegadas frente a la trascendencia geoestratégica del nuevo condominio gasero entre Rusia y China, lo cual ha sido catalizado por las sanciones de Obama.
Se trata de una negociación ganar-ganar cuando Rusia necesita un comprador, mientras China se aprovecha de la coyuntura gasera del obligado giro ruso de Europa a Asia.
La cooperación bilateral abarca el abasto del petróleo, cuando Rosneft considera triplicar la entrega a China –que hoy se ubica en alrededor de 300 mil barriles al día– que se incluye en el acuerdo por 25 años de exportación de 700 millones de toneladas de petróleo ruso, como parte del acuerdo por 270 mil millones de dólares entre las dos estatales petroleras: la rusa Rosneft y la china CNPC.
La política energética de China es pragmática, despojada de cualquier carga ideológica, y ha mostrado interés en proyectos energéticos alternativos en la península de Crimea y en la zona circundante del Mar Negro, que cada vez se torna en el mare nostrum de Rusia en su etapa de resurrección de los cementerios de la guerra fría .
La irrupción de China en los proyectos energéticos del Mar Negro es más profundo cuando, incluso, se maneja que construya una base naval que cambiaría dramáticamente la correlación de fuerzas en ese mar, lo cual denota una mayor sincronización geoestratégica entre las dos superpotencias emergentes.
Ahora que estuve de visita en Líbano y Siria, detecté el retorno sensible de Rusia a la región, lo cual incluye su excelente relación con Irán y su renovada cooperación con los militares de Egipto.
China va de copiloto con Rusia en el Medio Oriente, pero también en el Mar Negro, desde donde irradia y reverbera su renovado vigor desde Transnistria / Bulgaria hasta los incandescentes Balcanes: ahí Serbia y Montenegro pueden regresar a la esfera de influencia de Rusia, con el apoyo de China, al que no se le olvida el bombardeo erróneo de la OTAN a su embajada en Belgrado.
China no irrumpiría en el mare nostrum del mar Negro sin la tácita y/o explícita anuencia de Rusia.
Rusia –y ahora, por lo visto, también China– busca la creación de una zona económica especial desde Crimea, pasando por Sochi, donde el zar ruso invirtió más de 50 mil millones de dólares para los Juegos Olímpicos de Invierno –¿para capturar pudientes turistas chinos?– hasta Abjasia, lo cual no se entendería sin la incorporación de dos puertos importantes de la fracturada Ucrania: Odesa y Mariupol, en rebelión secesionista contra el gobierno fondo monetarista de Kiev.
Ya que hablamos de mares, también Rusia apuntala a China mediante ejercicios militares en el mar del Este de China.
Mientras el boicot a Rusia por Visa y MasterCard sería contrarrestado por el sistema de pagos de la Unión China, se genera un reacomodo de la ecuación energética en Eurasia.
Gal Luft, codirector del Instituto para el Análisis de la Seguridad Nacional y prominente miembro del Consejo de Seguridad Energética de EU ( The National Interest, 3/05/14), se pregunta si EU puede frenar el pivote energético de Rusia en Asia y aduce que los oleo/gasoductos trasnacionales delinean el contorno de la geopolítica en el siglo XXI.
No se debe soslayar el rubro de la cooperación militar, cuyo barómetro será medido por la venta de Rusia de misiles aéreos de defensa S-400 y los aviones Sukhoi-35 con su transferencia de tecnología a China.
A final de cuentas, el mundo post-Crimea no desencadena el nuevo orden multipolar; sólo lo acentúa aceleradamente.