Las imágenes muestran a un oficial de carabineros con rastros de haber sido duramente golpeado, acompañado y protegido por varios manifestantes que evitan que otros enfurecidos asistentes a la Batalla por la Plaza Brasil, le sigan pegando.
Balbucea el oficial que estaba haciendo su trabajo y que por favor no le sigan castigando.
El policía tuvo la mala ocurrencia de quedar solo, sin que sus camaradas lo recogieran o lo defendieran. Segundos antes, golpeaba a diestra, y sobre todo a siniestra, a los manifestantes del acto que distintas organizaciones convocaron para celebrar el día del trabajador.
Como pudimos ver, la policía decidió el momento en que iban a comenzar los combates. Sin decir agua va, sin mediar ningún tipo de comportamiento que lo ameritara, el mando creyó que el recreo ya era demasiado, y simplemente, atacó.
Y, luego de apreciar la disposición del enemigo, decidieron emprender los primeros combates contra esa gente pacífica, que sólo asistía y miraba el acto musical que se llevaba a cabo en el escenario. En las clases de táctica les habrán demostrado la necesidad de siempre atacar por el flanco más débil del enemigo
Fue cuando el oficial cayó. Y como era de esperarse, los manifestantes se abalanzaron en contra del policía que fue brutalmente golpeado, perdiendo incluso algunas piezas dentales.
Sin embargo, cosa rara, serían aquellos que hasta minutos antes él mismo y sus poco solidarios compañeros, golpeaban sin mayor delicadeza, quienes lo pondrían a resguardo de más golpes.
La policía sigue siendo el brazo armado de los poderosos de todas las layas. Atrincherados jurídicamente en la autonomía que le dan las leyes, la mayor parte hechas en dictadura y perfeccionadas en laboriosos veinte años de Concertación, hace y deshace sabiendo que no hay políticos decentes capaces de limitar esas acciones criminales.
La policía no espera ni recibe órdenes de la autoridad civil. Obra según lo deciden su mandos y la mayor parte de las veces en esas escaramuzas está más bien la opinión política de esos mandos, que las del gobierno que se supone tienen la responsabilidad última de la seguridad pública.
Y esa autonomía suma ya varios muertos.
Sin ir más lejos, en estos días un general de carabineros famoso por sus incursiones anti mapuche, reconoce públicamente su responsabilidad en la muerte de uno de ellos con el desparpajo del ciudadano que habla de cosas tan triviales, como de la rodilla de Vidal.
Y, horror de horrores, sigue en libertad sin que los tribunales consideren esa confesión como suficiente para incoar un proceso criminal.
Casos como estos abusos y crímenes cuya frecuencia debería avergonzar a la gente decente, suman miles.
Y luego, los noticiarios levantan una alharaca monumental cuando los más engrifados, molestos y aburridos testigos de estas verdaderas afrentas al decoro mínimo que debe lucir una sociedad, las emprenden contra todo aquello que les recuerda esas y otras infinitas veces en que los poderosos han humillado, ofendido y asesinado. Sea un banco, una farmacia, una universidad, una tienda de electrométricos, un bus o paradero del Transantiago, o lo que sea que les recuerde que no están invitados al festín.
El oficial de la Plaza Brasil, abandonado por sus camaradas de macana, fue salvado por aquellos que hasta hace un minuto él mismo golpeaba duramente sólo por el hecho de estar haciendo uso de un derecho ganado en años de pelea incesante en contra de la tiranía.
Esto, que algunos compañeros parecen haber olvidado, sigue siendo una vergüenza: desde el punto de vista del palo policial, no ha cambiado nada desde 1973.
La pregunta que inspira esa patética situación es: cuando un flaco de cincuenta kilos y quince años es apaleado sin misericordia por cinco o más funcionarios policiales, ¿viene otro grupo de ellos y lo salva de esa golpiza y lo lleva para ponerlo en manos de sus compañeros?
Lo que sucede en al país se intenta explicar por tachar de anarquistas a todo el que aplica violencia en manifestaciones en las que se reúna una cantidad considerable de personas, así sea un concierto rock, un partido de fútbol, o una procesión.
Pero todos sabemos que la violencia que se verifica en el día a día de este país maltrecho, la instaló y la sigue instalando la ultraderecha, ahora vestida de centro, desde el mismo instante en que sus aviones arrasaron con La Moneda y con todo el resto.
Para no perdernos, recordemos que en nuestro país el enfrentamiento entre poderosos y desprovistos ha sido siempre violento. Que si siempre han ganado los primeros ha sido porque la chusma no ha sabido defenderse debidamente. Y cuando tuvo la oportunidad y la obligación de hacerlo, sus más prodigiosos dirigentes o no sabían cómo hacerlo o les tembló la pera y todo el resto.
En incidente peligroso del oficial comprobó un hecho que intenta pasar piola: hay una gran diferencia entre un prisionero y los otros. Los muchachos que caen entre las botas y palos policiales, en general se van gritando sus consignas, reivindicando la causa por la que son apaleados, gaseados, humillados, manoseados y torturados. Jamás pidiendo clemencia o justificando sus acciones.