Si los colegios dirigidos por congregaciones religiosas seleccionan a la aristocracia católica, discriminando por intereses económicos, los liceos emblemáticos lo hacen a favor de una aristocracia laica. El educador Alejandro Venegas, un verdadero “mata curas” en su libro Chile íntimo 1910, criticaba, desde comienzos del XX, al Instituto Nacional por discriminar en favor de lo que se llamaba en esa época “los medio pupilos” que, normalmente, pertenecían a la más rancia aristocracia laica. No en vano los directores – a través de la historia del Instituto – se han vanagloriado de que sigue siendo la cuna de la mayoría de los presidentes de la república y de altos funcionarios en todos los campos, tanto públicos, como privados.
La selección por méritos académicos es tan discriminatoria como la de la clase social, de la religión o del dinero: una casta supuestamente meritocrática, no sólo atenta contra la igualdad de derechos respecto de la educación, sino que también es tan ofensiva como la de los plutócratas, dueños de Chile.
Extender la eliminación de la selección a la educación secundaria es una tarea impostergable, pues nuestro sistema educativo no puede continuar siendo un conjunto de feudos, que discriminan por razones religiosos debido a la situación – si los padres “son de buen vivir”, si son blancos o mapuches y no faltan los colegios que exigen la foto reciente de los padres en los documentos de postulación -.
El ideal de una educación de calidad es que convivan en una escuela estatal alumnos muy dotados intelectualmente con aquellos más carenciados; los de mayor capital cultural, con los de privados; los más ricos con los más pobres; los hijos de intelectuales con los de oficios manuales; los hijos de empleados, con los de desempleados. La experiencia finlandesa prueba que reunir alumnos sin ningún tipo de segregación ha dado muy buenos resultados para todos los alumnos – la única exigencia es que vivan en el barrio respectivo -.
En las escuelas canadienses para superdotados reciben igualmente a los más carenciadas, con un resultado a todas luces exitoso en la integración escolar; en Francia, la el Liceo laico mezcla alumnos de todos los niveles sociales y de todas las religiones – mis hijos y mi sobrino Marco tuvieron como sus mejores amigos a “Mohamed y Mustafá” -.
Es de esperar que en el proyecto de reforma educacional se cumpla, al menos, con el objetivo de eliminar la selección en todos los niveles educativos que, hasta ahora, ni siquiera ha sido cumplida hasta el séptimo básico, pues el Ministerio del ramo fiscaliza tarde mal y nunca a las escuelas privadas.
Para ser justos, hay que destacar un avance importante en el proyecto de ley del Administrador Provisorio, que garantizaría la continuidad de los estudios en aquellas universidades con graves falencias y que pudieran, eventualmente, llevarlas al cierre. El caso emblemático de la Universidad del Mar inspiró al actual gobierno a instituir esta figura fundamental, en defensa de los estudiantes y la mantención de la educación superior universitaria.
Mucho me temo que en vista y considerando el caos de la educación privada de mercado, muchas casas de estudios superiores tengan la necesidad de recurrir a un administrador provisorio, sobre todo si las autoridades se deciden aplicar la ley y no hacerse los tontos, como nos tienen acostumbrados – por ejemplo, la prohibición del lucro que, hasta ahora, la mayoría de las universidades privadas lo practican, incluso, a vista y paciencia de los fiscalizadores.
Rafael Luis Gumucio Rivas
06/05/2014