Parece increíble que una reforma tributaria – como la propuesta por el actual gobierno – que no toca al capital financiero, a la minería y a los bancos, y sólo tibiamente pretende terminar con el FUT en un largo período de cinco años, haya provocado una “guerra tonta”. En un comienzo, parecía que la derecha y los ricos no iban a armar un escándalo – al fin y al cabo, muchos de los concertacionistas son tan o más neoliberales que la derecha dura, y todo indicaba que, como en su anterior mandato iba a reincidir en las promesas incumplidas – y, como siempre, en las luchas entre las dos castas – Concertación y Alianza – jugaríamos a las cachetadas del payaso a las cuales nos tienen acostumbrados desde hace 25 años. Sin embargo, no es el texto de esta moderada reforma tributaria la que ha desatado la guerra sino, simplemente, una estrategia de la derecha, ayudada y avalada por los empresarios para salir del aislamiento al cual estaría condenada por un largo tiempo.
Los 25 años de la Concertación-piñerismo nos tenían acostumbrados a un completo inmovilismo y autocomplacencia, así, cualquier reforma estructural que moviera los cimientos de este reino de los ricos y de los nuevos ricos, por lógica, tenía que provocar lo que, eufemísticamente, se denomina “lucha de clases” y, como la derecha chilena es ignorante, atribuye a este fenómeno a Carlos Marx, cuando en la historia aprendemos que viene desde épocas remotas; para más remate, la derecha acaba de descubrir que la Nueva Mayoría es gramsciana, cuando apenas les alcanza para ser socialdemócrata.
Si bien la derecha es ignorante en ideología marxista, es pragmática en lo táctico: sus estrategas saben bien que si comunicacionalmente se presentan ante los ciudadanos como defensores de los ricos – como en la realidad lo es – tienen todas las de perder en la lucha político-social, por consiguiente, deben ganar adeptos en lo que ellos llaman “la clase media” que, hoy por hoy, nadie sabe lo que es, ni dónde se ubica, pero como ocurrió con el tercer Estado de la Revolución Francesa, es todo y nada.
Hay que reconocer en su justa medida que en este empeño a la derecha no le ha ido del todo mal pues logra, a través del monopolio de los medios de comunicación, convencer que los intereses de las capas medias vienen a ser los mismos que los de los grandes empresarios, convirtiendo a las asociaciones de Pymes, de profesionales, a los “felices y forrados”, en los líderes de esta guerra santa contra una reforma tributaria que sólo pretende, en un plazo de cinco años, terminar con el FUT, que es sinónimo de evasión tributaria.
La estrategia de acumulación de fuerzas de una derecha semi acorralada le está dando algunos frutos: es evidente de Andrés Velasco, Mariana Aylwin, Eduardo Aninat y otros concertacionistas no son más que cabezas de huevo neoliberal, en consecuencia, no es de extrañar que estos fariseos hayan reaccionado virulentamente contra el video que el gobierno difundió en los distintos medios de comunicación, aduciendo sandeces, que sólo pueden surgir de mentes reaccionarias.
Que la derecha, especialmente la UDI, usa métodos de los nazis, quién lo puede dudar. Como fracasó en el intentó de transformarse en un partido popular y su electorado se limita a las comunas de Las Condes, Vitacura y lo Barnechea, preferencialmente, ahora trata de ganar a la clase media que, en Chile de hoy, con el afán consumista, arribista y egoísta, se ha convertido en el sinónimo de “encalillado” a través del empleo de tarjetas de crédito que los grandes almacenes ofrecen por doquier – son como los cerditos que conforman el almuerzo de los grandes empresarios -.
Es cierto que ahora la derecha representa poco electoralmente – como ocurrió en 1965, con el triunfo de Eduardo Frei Montalva y, en 1970, con el de Salvador Allende -, sin embargo, el poder social de la derecha no ha sufrido mella considerable, pues continúa con el monopolio de los medios de comunicación, es dueña del sistema financiero y bancario y de las grandes empresas, por consiguiente uno de los errores del gobierno de Bachelet consiste en la minusvaloración de la capacidad de este sector social y político para reaccionar oportunamente ante cualquier debilidad del gobierno y, de esta manera, tratar de iniciar la contraofensiva.
Más allá de la guerra de videos de ambos bandos, lo que se esconde la contradicción entre el inmovilismo y los cambios estructurales, por muy reformistas que estos sean. Esperemos que, esta vez, los macucos y pillines de la Concertación no se “sirvan” a la Presidenta como lo hicieron durante su primer período y que ocuparan las ricas embajadas degustando el “caviar del exilio dorado”.
Rafael Luis Gumucio Rivas
30/04/2014