Catalina II, emperatriz de Rusia, era muy diferente a nuestra virgen, Michelle Bachelet, pues le gustaban, con gana, los hombres. De hecho, tuvo varios amantes, entre ellos Francisco Miranda, el precursor de la independencia latinoamericana, y Gregorio Potemkin, a quien la zarina nombró como su ministro. Cuando la soberana anunciaba una visita a cualquier lugar de Rusia, Potemkin “enchulaba” los frontis de las miserables viviendas a fin de evitar que ella no viera la real pobreza.
Nuestros gobiernos de castas tienen sus propios “Potemkin”: en el primer período de Bachelet este papel le correspondió al intendente y su séquito de la región del Maule, así como al grupo de avanzada comunicacional, encargado de ultimar detalles de la visita de nuestra “zarina”. El hospital de Curepto ha quedado marcado en la historia como la aldea Potemkin criolla; fue tan notorio el ridículo que, incluso, un funcionario del servicio de salud de la zona se disfrazó de enfermo y, así, completar la escenografía de esta gran obra de teatro, quizás digna de Moliere.
Recientemente, ad portas de terminar su período, el antipático ministro de Salud, Jaime Mañalich, el rey de las privatizaciones de los hospitales, se convirtió en el Potemkin del millonario Presidente Piñera, al “engañarlo” en el caso de Puente Alto, convenciéndolo que iba a colocar la primera piedra de un flamante hospital, con 400 camas, cuando apenas estaba presupuestado un Centro de Referencia de Salud. Como la tarea comunicacional en estos últimos dos meses de gobierno consistía en inaugurar cualquier cosa, con el fin de vender el camelo de un gobierno realizador y, aprovechar de preparar su reelección. Hoy el mentiroso de Mañalich no se sabe dónde se encuentra – tal vez lleno de vergüenza que, como el personaje Espinita, tiene miedo de que ex jefe lo reprenda -.
En ausencia de Potenkim chileno, Cecilia Pérez y Luis Castillo, ex director de Redes Asistenciales, tuvieron que poner el pecho a las balas, aduciendo que esa era la primera etapa y que la continuación le correspondía al actual gobierno. Lo cierto es que no hay ni piedra inaugural, ni recursos para financiar siquiera un humilde Consultorio.
El engaño fue tan descomunal que incluso el alcalde Germán Codina y el senador Manuel José Osandón, ambos de la Alianza, reaccionaron en forma airada ante tan cruel, indigno e inhumano engaño a los habitantes de Puente Alto.
El sistema de salud público chileno es desastroso: a los pobres los tratan piaras, en consultorios y hospitales, y esta situación llegó a su límite: se requiere una verdadera revolución en la salud. Según Marco Enríquez-Ominami, un cambio mínimo en este campo significaría un gasto de 5.000 millones de dólares que, por cierto, no están contemplados en la propuesta de recaudación en el proyecto de reforma tributaria de Bachelet, que apenas propone 8.200 millones de dólares para cubrir las áreas de educación, salud y previsión.
Las castas en el poder hacen gala de ignorar y despreciar a los ciudadanos que están obligados a acudir a la salud pública; es fácil para los privilegiados que cuentan con todas las garantías de una salud privada, desentenderse y despreocuparse del sufrimiento de los pobres cuando son presa de enfermedades, y sólo les importa el voto de estos siervos de la gleba.
En Chile, enfermarse es una verdadera tragedia y si sumamos la vejez y la pobreza, las personas caen en un verdadero marasmo de desesperanza que hace preferir la muerte a una existencia indigna y miserable. Creo que la “marcha de los enfermos” debiera sumarse una verdadera revolución de los “pacientes”.
Rafael Luis Gumucio Rivas
29/04/2014