“La codicia es buena”, decía Gordon Gekko en la película Wall Street ya que él consideraba que lo que hacía eran simplemente operaciones marcadas por la ambición y el olfatillo de que “todo va a ir bien” sin importar si se tiene que engañar para lograr las metas.
Esto no es nuevo porque el engaño es un concepto muy ligado a la historia de la humanidad, asociado a decepcionar, traicionar y mentir, faltando a la verdad en lo que se dice, se hace, se cree o se piense.
Homero en La Ilíada relata como los griegos engañaron a los troyanos con un caballo de madera con el que lograron ingresar tropas a la inexpugnable ciudad de Troya derrotándolos, luego de diez años de lucha. En los siglos de historia posteriores, se ha visto a miles construyendo su propio caballo de Troya para conseguir sus objetivos.
Actualmente, los países lo que más temen son los fraudes financieros y siempre están creando leyes para protegerse de ellos. Sin embargo, pareciera que se estaría en una imposibilidad de controlar estos casos de irregularidades y en muchas ocasiones, a pesar de la historia y de la experiencia previa, pareciera que no se pudieran, ya sea por la mayor complejidad en la nueva forma de hacer negocios marcados por el proceso de globalización y de manejo digital de los capitales ya sea por la debilidad legal de la autoridad encargada de controlarlos.
Aquí se unen dos factores. El primero, es que el eje del capitalismo es hacer dinero pasando por encima de todo principio ético, sin más ley que el enriquecimiento rápido y la avaricia. El segundo, sería la imperfección de los seres humanos que, muchas veces, pasan por encima de sus principios, de su moral y hasta de su propia ética profesional con el solo fin de lucrar para ellos mismos y para sus aliados, lo que en múltiples ocasiones ha llevado a empresas importantes a la quiebra enviando a miles de personas a la calle a buscar un nuevo trabajo y creando millonarias deudas que no paga nadie pero que afectan al crecimiento económico.
En el mundo hay miles de estos ejemplos y nuestro país no se queda atrás.
Desde que los Chicago Boys entraron a nuestra economía, el modelo económico ha mostrado sus precariedades como son la falta de transparencia, tráfico de influencias, carencia o debilidad de los sistemas de control y regulación, excesivas facilidades para las empresas privadas, debilitamiento y reducción del rol del Estado, especulación financiera, exacerbado culto al lucro, competencia y consumismo, conflictos de intereses entre lo público y lo privado, concentración de la riqueza en pocas manos, prácticas comerciales desleales, aumento de las desigualdades sociales, tendencias monopólicas y una cada vez mas injusta distribución del ingreso y el crecimiento.
En los últimos años hemos estado llenos de casos de claros conflictos de interés financieros, legales monopólicos, financieras brujas, nombramientos de personas en puestos claves de los gobiernos que tienen que ver con su actividad empresarial; parientes de funcionarios gubernamentales claves que pueden realizar negocios por el acceso a información privilegiada, pulverizándose valores que siempre imperaron en nuestra sociedad, como eran la austeridad, la sencillez, la solidaridad, el ahorro, el respeto por la palabra empeñada, el esfuerzo y perseverancia. Todo eso quedó atrás, en una búsqueda desesperada de una modernización, que nos llevaría rápidamente al primer mundo.
Así es como se realiza una de las estafas más dañina para la fe pública, especialmente para los defienden al mercado de valores libre de regulaciones como fue el caso de la estafa realizada por los altos ejecutivos de la multitienda La Polar.
En octubre del año pasado, el periodista Hugo Traslaviña junto a Mandrágora publicaron el libro “Llegar y llevar: Cómo se fraguó la estafa del siglo” donde recoge la historia de cómo los altos ejecutivos de esta multitienda, que apunta a sectores socio económicos medios bajo, estafó a un millón de chilenos a través de repactaciones unilaterales de sus créditos.
En estas cifras no se incluye ni a las familias de los afectados ni a los que perdieron sus trabajos por deudas tan altas y menos a los que se tuvieron que sobre endeudar para poder pagar solo los intereses afectando de paso, las pensiones de millones de chilenos y a miles de pequeños accionistas.
Los objetivos de escribir este libro, fruto de una exhaustiva investigación periodística fueron impedir que el impacto del fraude cometido por los ejecutivos de la Polar se diluya en el tiempo y unir con absoluto rigor y detalle, la historia de cómo se ejecutó esta estafa agrietando el corazón mismo del sistema.
La Polar surgió en el año de 1920, en el barrio de Estación Central, especializándose en la confección de trajes de huaso. Así, operó hasta que en 1953 aparece León Paz Tchimino, quién compró la sastrería y empezó a surtirla con vestuario y artículos para el hogar aumentando la clientela porque él puso en marcha una antigua intuición: donde hay gente, hay negocio sobre todo, en un barrio cercano a una terminal ferroviaria.
Con un rudimentario sistema de crédito de consumo, la tienda se hizo famosa por su pegajoso jingle “No te aflijas mi negra, que voy a la Polar” y su eslogan “La Polar, llegar y llevar”. Con el boom de lo 90 la tienda abrió 12 tiendas en Santiago y en regiones y el fundador, contrató a profesionales quienes ordenaron la empresa pero también, tentaron al dueño a endeudarse a través del crédito bancario, quien repentinamente, se vio ahogado por las deudas obligándolo a vender la tienda al fondo de inversiones Southern Cross que nombró a ejecutivos que autorizaron y respaldaron las repactaciones unilaterales al ver el beneficio económico personal que conllevaba.
Pese a todos los esfuerzos que las autoridades económicas de la época hicieron para bajarle el perfil al escándalo e intentar circunscribirlo a la firma afectada, este escándalo salpicó a todo nuestro sistema financiero y la pregunta que todavía ronda, es si otras empresas del retail no utilizarán también estas mismas prácticas y si ellas seguirán afectando la futura pensión de los miles de chilenos que tienen que cotizar en el actual sistema previsional.
Al final de cuentas, este escándalo apunta al centro mismo de un modelo económico perverso, que sólo favorece al gran capital, impuesto en plena dictadura, y al cual los chilenos tenemos pleno derecho a cuestionar y revisar.