La presidenta Bachelet ha enviado al Poder Legislativo un proyecto para acabar con el sistema binominal de elecciones parlamentarias en Chile. Un sistema fraudulento heredado de la dictadura y mediante el cual pueden ser electos candidatos que saquen menos votos que su oponente. Es decir, la mayor antidemocracia del mundo sostenida a través del voto universal.
Cualquier demócrata de verdad está de acuerdo con acabar con tal sistema, pero tampoco seamos ingenuos. El simple hecho –como pretende el proyecto gubernamental- de aumentar de 120 a 155 los diputados y de 38 a 50 los senadores, con el objetivo de transformar el sistema binominal en uno “proporcional”, no significa en ningún caso que tendríamos un nuevo y democrático sistema de elecciones parlamentarias. No, el asunto es más de fondo que aumentar cupos y readecuar distritos.
El proyecto presentado por la presidenta Bachelet y elaborado, entre cuatro paredes, por el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo (que, convengamos, no es Ch. Montesquieu ni J.J. Rousseau) tiene como fondo propuestas acorde a los intereses de los partidos políticos y no del pueblo. Eso hay que dejarlo muy claro. Respecto a la cuota de género, que establece el proyecto, sólo demuestra el mediocre nivel intelectual y cultural de las autoridades, digno de la farándula. La democracia es un asunto serio y ajeno a propuestas “pica cebolla”.
Un sistema realmente democrático de elecciones debería permitir, primero que nada, que cualquier ciudadano pueda ser candidato con tan sólo inscribirse como tal. O, en su defecto, que sean las organizaciones sociales de base las que elijan a los candidatos piramidalmente, partiendo de las juntas de vecinos ¿Por qué tienen que ser los partidos políticos los dueños de las elecciones y no pueden ser las organizaciones sociales de base quienes las hegemonicen, si es en éstas donde se encuentra el pueblo organizado?
Por otro lado, finalizadas las votaciones, los candidatos electos deben ser quienes obtengan las dos primeras mayorías, y así sucesivamente en los distritos donde se elijan más de dos candidatos. Simple, lógico y democrático. Siempre los candidatos electos deben ser las primeras mayorías, no tipos electos por doblajes o arrastres. Además, cualquier proyecto de elecciones debería incluir –sí o sí- el plebiscito revocatorio y la obligación de que los candidatos vivan en el lugar donde se presentan como tales. Se debe terminar con la práctica, por ejemplo, de que un tipo que vive en Santiago o en Arica se hace elegir en Concepción, porque le conviene a él y a su partido. Basta de eso, dejemos que los ciudadanos de regiones escojan a sus propias autoridades de entre sus mismos habitantes. La autodenominada clase política chilena no da para más como gobernantes del país. Sus miserias e irrefrenables ambiciones de poder (económico y político) sólo provocan injusticias y desigualdad. En Chile la división de clases tiene su máxima expresión en la manera de hacer política y en el abuso de los empresarios, que dieron paso a las tarjetas de crédito a cambio de las fichas de las pulperías. Los chilenos no queremos más sistemas truchos de representatividad, queremos ser nuestros propios representantes.