México.- La leyenda comenzó ayer: Gabriel García Márquez falleció en Jueves Santo, igual que Úrsula Iguarán, personaje que creó en su obra cumbre Cien años de soledad. Úrsula amaneció muerta a los 115 años. El premio Nobel de Literatura murió alrededor de las 14 horas, a los 87 años de edad, en su casa, ubicada en el sur de la ciudad de México, cuya tranquilidad se detuvo desde el pasado 8 de abril, día en que el escritor colombiano regresó, luego de ser dado de alta del hospital.
Los restos del escritor, periodista y pilar del boom latinoamericano fueron incinerados en una ceremonia íntima, y serán trasladados el lunes al Palacio de Bellas Artes para rendirle un último homenaje a partir de las 16 horas, indicaron fuentes cercanas a la familia.
Es posible que al homenaje asistan jefes de Estado, entre ellos el presidente colombiano Juan Manuel Santos, señalaron medios internacionales.
Ayer mismo Santos decretó tres días de luto nacional por la muerte de García Márquez.
La carroza con los restos del escritor latinoamericano más grande del siglo XX salió del que fue su hogar a las 17:05 horas escoltada por cinco patrullas, en medio de decenas de periodistas nacionales y extranjeros, mientras sus vecinos atestiguaban la despedida desde azoteas y ventanas. Al otro lado de la ciudad, quienes asistían al Remate de Libros del Auditorio Nacional escucharon por un altavoz la noticia del fallecimiento. Dedicaron un minuto de aplausos y dijeron adiós con gritos de ¡Viva Gabo!
Así comienza la leyenda, que se fue construyendo desde 1927 en un pueblito colombiano de nombre Aracataca, que en la mano de Gabriel García Márquez puso a América Latina en el imaginario de millones de lectores con una palabra mágica: Macondo.
Una leyenda que se inscribe en el realismo mágico, en el cuento, la crónica, el periodismo, el guión cinematográfico. En los homenajes que le ofrecieron en vida y los que seguirán ahora con su fallecimiento en esta ciudad, que hizo suya desde hace varias décadas, esa historia de vida formada de todas las pequeñas historias que el premio Nobel de Literatura dejó en su autobiografía Vivir para contarla, en sus novelas, cuentos o en la biografía escrita por Gerald Martin.
Esa leyenda, convertida en ayuda y ánimo para la fundación de La Jornada hace casi 30 años, y cuyo compromiso con este diario recaló en el regalo que hizo del reportaje La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile, que se publicó por entregas, y el texto de El cataclismo de Damocles, discurso que pronunció en Ixtapa en 1986 y que se publicó también como póster con diseño de Vicente Rojo y Carlos Payán, director fundador de La Jornada, editado en la Imprenta Madero.
Esa leyenda que creció con sus discursos como El cataclismo…, o el que pronunció al recibir el Nobel en 1982 en Estocolmo; o el que causó polémica en Zacatecas cuando, en Botella al mar para el dios de las palabras, llamó a simplificar la gramática y jubilar la ortografía en la lengua española.
Construyó su leyenda hasta en el silencio que guardó durante muchos años ante los medios de comunicación. Sólo anticipar su presencia en alguna conferencia o presentación de libro ponía a todos en estado de alerta. A veces la espera y anticipación eran recompensadas con una palabra, otras, con sólo una sonrisa.
El 31 de marzo de 2014, el autor de Relato de un náufrago fue internado durante nueve días en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, debido a un cuadro de deshidratación, infección pulmonar y de vías urinarias. El martes 8 de abril fue dado de alta y trasladado en ambulancia a su casa para continuar su convalecencia. Una semana después, medios de prensa reportaron que el escritor y periodista estaba librando una nueva batalla contra el cáncer, enfermedad que ya había combatido a finales del siglo pasado. Sin embargo, su familia desmintió la especie.
Desde hace algunos años comenzaron a circular versiones acerca de que Gabo –el diminutivo con que sus amigos y lectores lo conocen– padecía demencia senil. Uno de los primeros en mencionarlo, en 2012, fue su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, quien en declaraciones al diario chileno La Tercera señaló que García Márquez perdía poco a poco la memoria, que ya no reconocía a sus amigos y que utilizaba algunas fórmulas para llevar la conversación. Pero si no te ve, no te reconoce, dijo acerca de la salud de Gabo.
Fue Jaime García Márquez, hermano menor del periodista, quien en julio de 2012 reveló en Cartagena de Indias que Gabo padecía demencia senil, enfermedad que afectó a varios integrantes de su familia y que proyectó en algunos personajes de Cien años de soledad.
La pérdida de memoria, señaló en ese entonces Jaime García Márquez, llegó a consecuencia de la quimioterapia a la que fue sometido en 1999 para curar un cáncer linfático, pero todavía le tenemos, podemos hablar con él, sigue con alegría, con entusiasmo, lleno de humor, pero desgraciadamente no habrá un nuevo relato escrito por él.
Días después, el director de la Fundación del Nuevo Periodismo Latinoamericano, Jaime Abello, pidió en su cuenta de Twitter: por favor, no más comunicaciones de solidaridad: Gabo no está demente, simplemente anciano y olvidadizo, todavía lo puedo disfrutar como amigo.
Pero antes, mucho antes de la pérdida de memoria, de los problemas de salud y del premio Nobel, hubo un muchacho que soñó con ser escritor.
Gabriel José García Márquez nació el 26 de marzo de 1927 en Aracataca, ubicado en el norte de Colombia, en el municipio de Magdalena. Hijo de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán, cuenta Gabo en su biografía Vivir para contarla.
“Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la nostalgia. Lo recordaba como era: un lugar bueno para vivir, donde se conocía todo el mundo, a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. Al atardecer, sobre todo en diciembre, cuando pasaban las lluvias y el aire se volvía de diamante, la Sierra Nevada de Santa Marta parecía acercarse con sus picachos blancos hasta las plantaciones de banano de la orilla opuesta.
Desde ahí se veían los indios arhuacos corriendo en filas de hormiguitas por las cornisas de la sierra, con sus costales de jengibre a cuestas y masticando bolas de coca para entretener la vida. Los niños teníamos entonces la ilusión de hacer pelotas con las nieves perpetuas y jugar a la guerra en las calles abrasantes. Pues el calor era tan inverosímil, sobre todo durante la siesta, que los adultos se quejaban de él como si fuera una sorpresa de cada día. Desde mi nacimiento oí repetir sin descanso que las vías del ferrocarril y los campamentos de la United Fruit Company fueron construidos de noche, porque de día era imposible agarrar las herramientas calentadas al sol.
Ahí pasó García Márquez los primeros años de su vida al lado de sus abuelos: Tranquilina Iguarán y el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Fue su abuelo, el coronel, quien poco a poco lo rescató de aquel mundo femenino de superstición y premoniciones, de aquellas historias que parecían surgir del lado oscuro de la naturaleza misma, y quien lo instaló en el mundo de la política y la historia que era propio de los hombres; lo sacó, por así decirlo, a la luz del día, escribe Gerald Martin, biógrafo oficial del periodista colombiano en su libro Gabriel García Márquez: una vida.
Desde muy niño comenzó a escribir, pero fue en la universidad, mientras estudiaba derecho, cuando decidió abandonar la carrera para dedicarse de lleno a la escritura: “Había desertado de la universidad el año anterior, con la ilusión temeraria de vivir del periodismo y la literatura sin necesidad de aprenderlos, animado por una frase que creo haber leído en Bernard Shaw: ‘Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela’. No fui capaz de discutirlo con nadie, porque sentía, sin poder explicarlo, que mis razones sólo podían ser válidas para mí mismo”.
Y a eso se dedicó: al periodismo y la literatura. Mientras trabajaba de reportero publicó su primer cuento, La tercera resignación, publicado en el diario El Espectador el 13 de septiembre de 1947. Dos décadas después se publicaría la novela que lo llevó a la fama y al corazón de millones de lectores: Cien años de soledad, escrita en México. Gabo tenía entonces 40 años.
En 1958 se casó con Mercedes Barcha, con quien tuvo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo.
Desde 1947 y hasta 1992 publicó varios cuentos, que recientemente fueron compilados en el volumen Todos los cuentos (Mondadori), entre ellos Los funerales de la Mamá Grande, Doce cuentos peregrinos, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, y también ese primer cuento: La tercera resignación.
Entre sus libros se encuentran La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, Noticia de un secuestro, Memoria de mis putas tristes y, de lo más reciente: Yo no vengo a escribir un discurso, además de su obra de teatro Diatriba de amor contra un hombre sentado.
Su trabajo en diarios se encuentra reunido en varios tomos en la serie Obra periodística desde 1948 hasta 1984, divididos en Textos costeños, Entre cachacos, de Europa a América, Por la libre y Notas de prensa.
Integrante del boom latinoamericano, junto a Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y José Donoso, Gabriel García Márquez es uno de los principales representantes del realismo mágico, que él mismo definió como la ruptura de la frontera entre lo que parece real y lo que parece fantástico.
Entonces en 1982 llegó el anuncio del premio Nobel de Literatura. Su discurso, La soledad de América Latina, es un clásico.
En 2007, durante el cuarto Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizó en Cartagena, Colombia, se le rindió uno de los más grandes homenajes. El festejo fue todo para Gabo, quien cumplía 80 años de edad, 40 de la publicación de Cien años de soledad y 25 del Nobel.
Ahí, García Márquez recibió la edición especial de Cien años de soledad preparada por la Real Academia de la Lengua Española, homenaje editorial que cuatro años antes se había hecho a El Quijote, de Miguel de Cervantes.
Al finalizar ese encuentro, Gabo dijo a sus amigos que el homenaje le había dado la clave para escribir el segundo tomo de sus memorias, Vivir para contarla. En el primer tomo, Gabo escribió, quizá a manera de consejo, quizá a manera de advertencia: La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.
Gabo nació colombiano y murió mexicano, tanto que su muerte coincidió con la del fallecimiento, en 1695, de Sor Juana Inés de la Cruz.
(Con información de Carlos Paul)
Extracto de El cataclismo de Damocles
Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del Universo.
Gabriel García Márquez
Fuente: La Jornada