El jueves 10 Argentina vivió la segunda huelga general nacional. El país se paralizó, aunque la huelga fue convocada sólo por tres de las centrales sindicales (éstas son cinco), porque los reclamos son muy populares: aumentos salariales mayores que la inflación; supresión del impuesto a las ganancias para los que ganan menos; incrementos a los jubilados; libertad a los presos por motivos sindicales, y anulación de la pena de cadena perpetua a tres dirigentes petroleros condenados por hechos producidos durante un conflicto gremial.
Buenos Aires, el Gran Buenos Aires, las capitales de las provincias y las ciudades importantes tuvieron mucha menos actividad que durante un feriado importante y sus calles estuvieron vacías. Los trenes, los subterráneos, el transporte colectivo y el de mercancías, la recolección de basura, los puertos, las gasolineras y los servicios aeronáuticos pararon. También lo hicieron el sindicato de gastronómicos (hotelería, restaurantes, bares) y los trabajadores del Estado, lo que impidió el funcionamiento de gran cantidad de escuelas y de los hospitales en los cuales hubo guardias mínimas, mientras los bancos funcionaron con el escaso personal que quiso concurrir en automóvil pero sin cajeros automáticos, pues el reaprovisionamiento en dinero depende del sindicato de camioneros, y buena parte del comercio minorista cerró por falta de empleados o de clientes. Los sindicatos industriales grandes (metalúrgicos, mecánicos automotrices, de alimentación y gráficos, por ejemplo) no pararon, pero sí lo hicieron –por resolución de asambleas– los obreros de muchas grandes fábricas afiliados a ellos (como Fiat, en Córdoba, o en Buenos Aires, Kraft, del ramo alimentario; Ford o los talleres de grandes diarios, como La Nación).
El paro fue convocado por la Confederación General del Trabajo de la República Argentina, dirigida por el camionero peronista de derecha Hugo Moyano (o CGT Azopardo, por la calle donde tiene su sede); la CGT Celeste y Blanco, cuyo secretario es el dirigente gastronómico, también peronista de derecha, Luis Barrionuevo, famoso por su corrupción, y por la Central de Trabajadores de la Argentina, secretario Pablo Micheli, centrista, y al mismo se adhirieron los partidos y agrupaciones sindicales de izquierda, a pesar de su repudio a esos dirigentes, a los que califican de burócratas corruptos ligados al proyecto electoral de la derecha peronista antikirchnerista. La CGT Balcarce, oficialista, dirigida por el metalúrgico Antonio Caló, y la CTA, secretario Hugo Yasky, dirigente kirchnerista de los maestros, no se adhirieron al paro que, sin embargo, fue acatado por gran cantidad de sus afiliados.
Los partidos de izquierda hicieron piquetes en todas las vías de acceso a Buenos Aires, pero éstos, que tanto el kirchnerismo como los dirigentes burocráticos de las centrales organizadoras del paro condenaron, no impidieron en realidad el paso de nadie, ya que la huelga de los ferrocarriles, del subterráneo, del transporte colectivo y de otros servicios (judiciales y escolares, por ejemplo) redujo drásticamente el número de trabajadores y de automovilistas que normalmente hubieran ido a trabajar. El primer ministro, Jorge Capitanich, atribuyó el éxito del paro general a los piquetes obreros y a la huelga del transporte, pero en realidad muchos afiliados a gremios con dirección oficialista que decidieron trabajar simpatizaban con los motivos del paro general y aprovecharon el argumento de los piquetes y de la falta de transporte para quedarse en sus casas por razones de fuerza mayor.
El gobierno, por conducto de Capitanich y de los charros de los sindicatos kirchneristas, declaró que el paro, aunque total, se debía a que había sido “un gran piquete nacional con un paro de transportes” y agregó que la izquierda había escogido como líder al gastronómico Luis Barrionuevo, agente de la candidatura peronista derechista de Sergio Massa.
La izquierda anticapitalista –en buena parte organizada en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores– declaró al respecto que repudia a Barrionuevo y a Moyano, condena sus objetivos políticos y llevará adelante las demandas justas del paro, evitando que éste sirva a los intereses de Massa, de Macri o de los opositores derechistas al kirchnerismo. Éstos, como Clarín y La Nación, o los dirigentes agrarios, coincidieron con el gobierno y con Barrientos, Moyano y Micheli, en la condena a quienes formaron piquetes, pues temen un desbordamiento obrero y por la izquierda de una acción gremial de presión a la que pretenden mantener solamente en el campo del debilitamiento del gobierno, para sacar provecho electoral en los comicios presidenciales de 2015.
El éxito de la huelga del día 10, sobre todo se apoya en el triunfo de la huelga nacional de 17 días de los maestros, que mostró que se puede derrotar el intento gubernamental de rebajar los salarios reales, y también en el gran crecimiento electoral de la izquierda clasista y la unificación de los sindicatos, agrupaciones sindicales y fábricas combativas, cuyo número crece tanto en las centrales sindicales kirchneristas como en las opositoras.
En la huelga general del 10 se unieron motivaciones opuestas: la antigubernamental pero anticapitalista, de una izquierda política y social creciente, y la del sector más importante de las clases dominantes que quiere debilitar al gobierno, también capitalista, pero cuyo distribucionismo y asistencialismo le parece caro y peligroso. Esa coincidencia fue transitoria y el principal ganador con la huelga no fue la oposición ultraderechista, que obtuvo una victoria a lo Pirro, sino la descontenta izquierda social. Los próximos paros generales lo demostrarán.