Noviembre 23, 2024

La FECH y el cuco del anarquismo V y último

La sociedad se ha creado sobre la conciencia –aunque sea instintiva- de la solidaridad humana y la dependencia recíproca entre los hombres y sobre los sentimientos de justicia o de equidad, que obligan al individuo a considerar los derechos de cada uno de los otros como iguales a sus propios derechos”. (*)

Este párrafo está tomado de la introducción del libro titulado La ayuda mutua, de Pedro Kropotkin, quien pone como ejemplo de sociedades “naturales”, sobre cuyo modelo estaría organizada la humana de no haberse corrompido en sentido autoritario, algo tan antitético del individualismo como los hormigueros o las colmenas.

 

A la muerte de Bakunin, el príncipe Pedro Kropotkin se convirtió en el jefe teórico de lo que se llamó “anarco-comunismo”. Como hemos mencionado en artículos anteriores, el anarquismo, en cuanto doctrina filosófica, se inicia como oposición completa a todas las formas de sociedad que se basan en la autoridad coactiva. El anarquismo como ideal, significa una sociedad libre, de la cual han desaparecido los elementos coactivos.

 

Pero la hostilidad contra la existencia de cualquier clase de autoridad coactiva es compatible con opiniones muy diferentes. Los anarquistas en general, se dividen en dos grupos principales: los individualistas, que quieren hasta donde es posible, prescindir de toda organización social y del Estado, y los colectivistas, o anarco-comunistas, que unen su oposición al Estado como institución coactiva a una fuerte creencia en las virtudes de la asociación y cooperación no coactivas.

 

No todos los anarquistas se pueden clasificar claramente en uno de estos dos grupos; por dar sólo un ejemplo, Godwin (a quien mencionamos en el artículo I) y Proudhom (cuyas ideas examinamos en los artículos II y III), se encuentran más bien en los dos extremos. Pero la mayoría de los pensadores que se han afiliado al anarquismo, llamándose así o no, pueden ser clasificados con bastante exactitud, en uno de estos dos grupos. Bakunin, Kropotkin, Réclus, Jean Grave y Émile Pouget, pertenecen al sector comunista o colectivista del movimiento. Max Stirner entre los alemanes, Benjamín Tucker y la mayoría de los anarquistas nativos norteamericanos, pertenecen a los individualistas. En todo caso, en esta nota, nos referiremos sólo al anarquismo colectivista, o socialista, o anarco-comunismo.

 

Como vimos al estudiar las doctrinas de Bakunin, la forma socialista del anarquismo se basa en una clara distinción entre formas “naturales” y “no naturales” de asociación y de acción colectiva. Los anarquistas socialistas insisten en que la sociedad es natural al hombre, y persisten en la inclinación de los hombres, en todas las etapas del desarrollo social, a trabajar juntos en forma amistosa buscando objetivos comunes.

 

En el libro Ayuda mutua, una de las obras más conocidas de Kropotkin, el autor se propone mostrar que esta forma de ayuda es característica no sólo de los hombres salvajes, bárbaros y civilizados, sino también de muchos animales. Es propio, asegura Kropotkin, del reino animal y del hombre como miembro de ese reino: no es un producto de la civilización, sino característica fundamental de la vida de las criaturas gregarias. Kropotkin, en este libro, trata de atacar la idea, generalmente considerada como “darwiniana”, de que el reino de la naturaleza lo es de pura lucha por la supervivencia del individuo, en el cual sólo los “aptos” pueden sobrevivir. Por supuesto, no niega la existencia de esta lucha, pero insiste en que es sólo un aspecto de la naturaleza y que por todas partes se halla actuando el principio opuesto de “ayuda mutua”.

 

Esta inclinación “natural” a cooperar, sostienen los anarco-comunistas, se manifiesta más fuerte y directamente en los pequeños grupos en que se relacionan individuos con individuos. Pero a medida que aumenta la escala de la vida social y que avanza la división del trabajo, se manifiesta también entre los miembros de los diversos grupos sociales en que la sociedad se organiza y entre los grupos, del mismo modo que dentro de éstos. La tendencia opuesta hacia el antagonismo dentro de los grupos y entre éstos se debe, sobretodo, al desarrollo de la propiedad privada y la aparición de divisiones de clase, basadas en relaciones de propiedad.

 

Kropotkin el científico.

 

Es necesario destacar que el príncipe Pedro Kropotkin recibió una formación científica, misma que influyó profundamente en su pensamiento. Aunque era muy contrario al industrialismo capitalista y un ferviente defensor del pequeño productor independiente, no era contrario a las máquinas o a utilizar la ciencia para el aumento de la fuerza productora. Quería liberar a la humanidad de la carga del exceso de trabajo y esperaba que el progreso de la tecnología proporcionara los medios para hacerlo. Sin embargo, siempre sostenía que los científicos nunca emplearían su competencia en disminuir la carga de trabajo humano mientras ellos mismos no tuviesen experiencia directa del trabajo manual. Sostenía que los grandes descubrimientos del pasado procedían, no de los científicos y de sus laboratorios, sino del pueblo trabajador, que podía hacer y manejar las máquinas que había inventado.

 

Decía, asimismo, que lo único que habían hecho los técnicos profesionales y los científicos, era aprovechar los descubrimientos realizados por los hombres prácticos y mejorarlos; anunciaba, también que, a menos que terminase el divorcio entre la ciencia y la práctica, la invención decaería, o, si continuase, dejaría de tener en cuenta el factor humano. Creía, igualmente, que la producción en gran escala, excepto en la fabricación de productos intermedios uniformes, no era realmente económica, y que su avance se debía, principalmente, a lo mal que se pagaba el trabajo no calificado. Sostenía que cuando este tipo de trabajo no pudiese ya ser explotado, resultaría más económico y también mejor desde el punto de vista de la felicidad humana, elaborar la mayoría de los productos acabados en establecimientos relativamente pequeños o incluso en pequeños talleres.

 

La verdad es que sobre anarquismo se podrían escribir varios artículos, pues su historia, se esté de acuerdo o no con sus principios y el pensamiento de sus cultores, no deja de ser realmente apasionante.

 

Dicho esto, no deseamos concluir esta serie de notas sin antes dedicar unas líneas a la percepción que se tiene del anarquismo en que la violencia es lo esencial de este movimiento. G.D.H. Cole, autor de Historia del pensamiento socialista, al referirse justamente al tema de la violencia en el anarquismo, en el capítulo referido al anarco-comunismo y especialmente al príncipe Kropotkin, plantea lo siguiente:

 

El número de anarquistas que tuvo alguna participación en las actividades que desde 1878 en adelante dieron tan mala fama a todo el movimiento, fue siempre muy pequeño. La mayoría de los rusos que intentaron matar a un zar o a uno de los funcionarios jefes de la represión, no eran anarquistas sino narodniks, es decir, revolucionarios rebelados contra la opresión zarista, y que creían que se podía llegar a alguna forma de socialismo agrario mediante un levantamiento de los campesinos…”

El ‘anarquismo’, en el sentido que corrientemente vino a darse a esta palabra en la década de 1880, es decir, el anarquismo como ‘propaganda por el hecho’, con el asesinato como procedimiento principal, nunca fue credo de un gran número de personas. Pero los anarquistas no homicidas no estaban del todo dispuestos a separarse de los que lo eran. Había una razón para esto: que coincidiendo con muchos que no eran anarquistas, consideraban los asesinatos de Rusia enteramente justificados como represalias por los sufrimientos impuestos a la masa del pueblo ruso como a cualquiera que se oponía al sistema de la policía zarista…” (**)

 

(*) Citado en: Varios autores, Historia de la filosofía política, T. 4, Alianza, Madrid, 2010, p. 269.

(**) G.D:H. Cole: Historia del pensamiento socialista (marxismo y anarquismo 1850-1890), t. II, F.C.E. México, 1974, p. 296.

 

 

 

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