Las comunicaciones, en sus diversas expresiones, lograron impulsar y encauzar los eventos políticos del verano. Las siete renuncias de funcionarios designados por el gobierno de la Nueva Mayoría fueron consecuencia de denuncias originadas desde los movimientos sociales que crecieron a través de las redes y la prensa digital para desbordarse e inundar los medios tradicionales. Un proceso inédito en toda su extensión, ya sea por haber registrado una marca muy singular sobre el entramado del binominal como por abrir posibilidades aún incalculables para la ciudadanía. En primer lugar está el efecto sobre el armazón político binominal: nunca, para la memoria histórica más inmediata, un gobierno había dejado rodar las cabezas de cuatro funcionarios antes de asumir y de otros tres a la semana de asumir. En segundo término, la causa no surge desde partidos políticos o medios de comunicación sino desde el corazón de los movimientos sociales. Son éstos quienes derribaron el diseño inicial del gobierno de la Nueva Mayoría, no la oposición ni los medios tradicionales. Han sido las víctimas de la tortura durante la dictadura y la dirigencia de los estudiantes que rechazan el lucro en la educación.
Es la política como efecto de las comunicaciones. Pero no ha sido moldeada por el duopolio o la televisión. En este episodio han sido desbordados los medios y han sido superados los mismos periodistas. La información ha circulado en su estado más puro, sin mediación, directa desde la fuente.
La información es hoy pública, en tanto mucha de la privada ha sido filtrada a través de las redes digitales. En los casos de Carolina Echeverría y Claudia Peirano, la información que las comprometía ya circulaba por las redes o estaba en archivos asequibles para cualquier usuario. Un fenómeno similar a wikileaks se ha instalado al que podemos agregarle la creciente debilidad de la institucionalidad política. No fue necesaria la investigación periodística ni titulares de portada. Bastó que dirigentes y activistas tuvieran acceso a archivos depositados en alguna página de internet, información sólida y verdadera que circuló reforzada con una denuncia. El resto fue la multiplicación por las redes sociales y la prensa independiente digital hasta su posterior presión sobre la prensa tradicional.
La sociedad civil organizada es un poder que observa, vigila y denuncia. Carolina Echeverría, que fue subsecretaria de Marina durante el anterior gobierno de Michelle Bachelet, pudo terminar entonces sus funciones sin interrupciones, en tanto hoy no pudo ni asumir su cargo. ¿Qué ha sucedido en solo cuatro años? La verdad era la misma este verano que hace cuatro años atrás. El hecho más evidente es la mayor penetración de las redes sociales y la información que circula por internet en la ciudadanía, pero también es posible agregar la endeblez del sistema político y fortaleza de la organización social, la que durante este verano no necesitó ni poner un pie en la calle.
En pocos años se instala un fenómeno que apunta a reproducirse. Está la verdad, que es el argumento, y la capacidad de circulación de la información. A través de las redes sociales pueden informarse en pocas horas cientos de miles de personas. Es posible que Facebook y Twitter aún en Chile no tengan la capacidad de difusión que tiene la televisión abierta asesorada por el duopolio, pero pese a su resta numérica tiene una ventaja cualitativa. La opinión pública se genera y expresa a través de diferentes vías de forma instantánea en las redes sociales, lo que no tiene ni la televisión ni la prensa impresa. El poder político puede saber minuto a minuto qué piensa un volumen importante de electores con acceso a internet.
¿Podemos estar optimistas? Ya veremos durante los próximos meses cómo se desenvuelven estas variables comunicacionales, las que trascienden el mundo virtual. Porque si algo ha cambiado en Chile durante los últimos años es la capacidad de organización de la sociedad civil, desde los estudiantes a los grupos de interés a los sindicatos. La denuncia junto al poder de organización tiene su punto más alto en la calle, espacio público real que no ha sido reemplazado y probablemente nunca lo será, por las comunicaciones en el mundo digital.
Es ya una realidad decir que los movimientos sociales se han ganado un espacio en las comunicaciones políticas durante los últimos años. Pero nada de ello significa que este territorio sea una zona ya conquistada. Si observamos la experiencia regional e internacional veremos que la batalla por el control de los contenidos en las comunicaciones está en Chile en sus comienzos. Solo basta observar el caso de Venezuela para ver que este combate tiene numerosos otros niveles en una campaña de distorsión de la realidad que los chilenos vivimos hace 40 años atrás. Ante el riesgo de cambios reales a la institucionalidad vigente, el duopolio y la televisión no dudarán de entrar nuevamente en su tradicional estrategia.
PAUL WALDER