El revuelo causado a partir de la retroexcavadora de moda, quizás lleguen a un punto medio y todo se arregle con un buen cuatro por cuatro, que no botará al neoliberalismo, pero permitirá recorrerlo con cierta comodidad.
Lo que de verdad daña a la coalición no es la tontera que ha dicho Quintana, lo que nadie en su sano juicio va a creer después de haber sido parte de quienes construyeron con esmero y emoción el edificio neoliberal.
Lo que les afecta es tener que desdecirse y de reconocer lo incómodo que son ciertas palabras en determinados situaciones. Como decir limón frente a una almeja.
El empuje de millones movilizados impusieron las discusiones que hoy intentan secuestrar los mismos de siempre. La evidencia brutal de que éste es un país creado a imagen y semejanza de lo más inhumano de los poderosos, es demostrada en cada día, en cada cifra, en cada dolor y en cada vergüenza.
Muchos de los que ahora hablan de la necesidad de cambios y del protagonismo de la gente, hasta hace muy poco insistían en que desde la calle no se hacía política, que para eso estaban las instituciones.
Hace falta recordar que las consignas de los estudiantes y los pobladores que salieron a pelear eran simplemente ninguneadas por ridículas, utópicas, irrealizables. Gratuidad universal en educación, fin al lucro, nueva constitución, fin a las represas, fin al binominal, leídas en simples carteles, generaban no sólo el desprecio de los poderosos, nuevos y antiguos, sino que una ternura emocionada por esa capacidad de soñar de los estudiantes.
Pero se sabe que no es con maquinaria pesada que se va a desmantelar el modelo. Cuando caiga, será porque lo botó el esfuerzo de millones de personas. La cabriola verbal de Quintana es un guiño para la galería, una sarpá de choro, un exabrupto sin contenido, una tontera que lo única que logra es crispar los nervios al ya nervioso Ministro del Interior. No más que eso.
Pero se le puede sacar provecho a su descuido para revisar ideas demoledoras. Ya no en términos metafóricos o como un chiste dicho sin malas intenciones, sino que como un real horizonte para la gente que, con diferencias, matices, errores, y tonteras, se proponen efectivamente un cambio.
Pero en especial para la gran mayoría de los chilenos, que viven así como viven producto precisamente de la entronización de esta cultura, de la que ni siquiera se han enterado. Muchos porque consideran que así son la cosas no más y nada se le puede hacer; otros, porque tienen el convencimiento que sea quien sea que gobierne igual tienen que levantarse a trabajar; algunos porque así lo quiere el Altísimo y una fracción no despreciable que ha hecho de la esperanza de palo, un modo de medio vivir mientras llega el mañana y su alegría.
Se suele instalar el concepto neoliberalismo en el ámbito de la economía, pero en realidad se le puede sintetizar como una religión cuyos templos son los malls, los que reemplazaron las plazas públicas, los barrios, las veredas y los negocitos de pedir fiado, en donde antes la gente conversaba.
Para inhibir esas costumbres provincianas, las casas de ahora no tienen veredas, ni patios, ni hay juntas de vecinos, ni plazas, ni negocitos de pedir fiado.
Y ese sistema se vincula misteriosa y secretamente con los sueldos calculados para que no alcance y que llegan por las misteriosas vías electrónicas, puntuales y disponibles, y con cupos que permiten acceder a un crédito para el supermercado, los útiles escolares, los regalos de Navidad, el dividendo de la casa o el depa, la cuota del auto, las vacaciones, el copago del colegio, y, obvio, la cuota del crédito anterior que ya paga otro.
Mientras tanto, no lejos de ahí, una educación que no hace otra cosa que reproducir esa mecánica por la vía de modelar clientes desde el mismo momento de la matrícula. O paga no entra. Hablamos de la escuela, no de un cine.
Eso, que no es otra cosa que una forma de vida, no es susceptible de ser demolido por la retroexcavadora de la metáfora.
Hace muchos años, en este mismo país hubo una demolición. Pero entonces tuvieron que echar manos a maquinarias más efectivas para el efecto. Por los cielos del norte hicieron su aparición los Hawker Hunter y desde el sur, apuntaron los Shermann y en un par de horas de bombardeo, dejaron sólo escombros humeantes en lo que había sido la casa de los Presidentes.
Esas máquinas no eran una metáfora. Mataban.
En el último cuarto de siglo se ha perfeccionado la cultura neoliberal asentada con solidas fundaciones y pilares, siguiente la metafórica constructiva de Quintana.
Ese mérito es adjudicable a la abdicación de la Concertación. Está bien, mataron y /o desaparecieron a más de tres mil chilenos, torturaron a varias decenas de miles, exiliaron a centenares de miles, hambrearon a millones, pero en todo lo otro no hay nada que decir. Lo hicieron bien. Lo bueno es bueno.
Por eso y por mucho más, habrá quienes sí tomen en serio la metáfora mecanizada. Habrá muchos que de verdad, ya no metafóricamente, quieran echar abajo este entramado que ha definido este país como una mierda de país.
Pero estos saben, y el que no lo intuye, que para esa labor no son necesarias las retroexcavadoras, sino la decisión incontrarrestable de millones que, bajo alguna consigna que logre aunar todas esas voluntades, se rebelen contra este orden y en un esfuerzo que va a requerir tanta imaginación como nobleza, sea capaz de derribar lo que hay.
Es cierto. A partir de ahí vendrá lo más complejo: construir otra cosa. Hasta ahora, y mientras el tiempo vaya en la misma dirección, va a ser más difícil construir algo nuevo que destruir lo viejo. Pero por algo hay que comenzar.