El Estado-Nación es un sistema de estructurar centralmente el poder social en un área geográfica dada, que fuera inventado modernamente en la Europa del 1600 (Francia fue el primer Estado-Nación). El proceso necesario para llegar a la centralización del poder nunca ha sido incruento. Guerras civiles, intrigas, enfrentamientos políticos y sociales e innumerables muertos y heridos han sido parte del precio para lograr la unidad política y geográfica, primero en la propia Europa y en la medida que su ímpetu de conquista fue internacionalizando esa visión, en el resto del mundo. Hoy, el Estado-Nación es un formato (junto a la democracia) impuesto sistemáticamente por los poderes centrales a las demás naciones del planeta.
Pero por su propio origen, el Estado-Nación mantiene en algunos casos su unidad coexistiendo con una constante tensión interna. Las distintas regiones que lo constituyen conservan sus identidades (culturales, económicas, sociales) y generan una constante fuerza centrífuga, que alimenta permanentemente esa tensión. Véase sino la situación de Italia, donde la derecha del Norte está siempre dispuesta a partir el país en dos, o las actuales pretensiones autonomistas de Cataluña en la España regida por la derecha del PP. En algunos casos, estas tensiones se mantienen en un equilibrio muy delicado que cualquier factor extraño puede hacer colapsar.
Estas consideraciones que exponemos no implican una profunda reflexión, basta para tenerlas en cuenta con mirar con algo de atención la historia y las circunstancias sociales de cada región. Sin embargo cuando -tal como está sucediendo- las urgencias internas de las potencias centrales las llevan a intervenir descuidada y apresuradamente en otros países, las consecuencias pueden ser desastrosas para los territorios intervenidos y no dejar realmente ninguna ganancia a los interventores.
Así sucedió con Yugoslavia, donde una Europa Central muy preocupada por un país que generaba un constante desequilibrio geopolítico, fue diligente en estimular las tensiones internas y cuando se produjo el enfrentamiento sangriento entre ellas, fue también diligente en intervenir militarmente, devastando y consolidando la disgregación final. La otrora floreciente Yugoslavia quedó balcanizada, convertida en un archipiélago de nuevos micro-países con poblaciones menguadas, empobrecidas y miserables, y sin posibilidad de salir adelante por su propia cuenta. La única ganancia real de los estados centrales europeos fue asegurar la desaparición de un Estado molesto a intereses políticos y económicos.
También le tocó el turno a Libia, cuando Europa y EEUU decidieron deshacerse de Muammar al-Gaddafi y destruyeron tanto las infraestructuras como las poblaciones del Estado-Nación libio, gracias al oprobioso récord de 78.000 bombardeos realizados en dos meses. Libia, una zona de sociedades tribales, se había unificado en un Estado-Nación gracias a la capacidad negociadora y a la habilidad en el uso del poder de Al-Gaddafi. Cuando éste fue desaparecido junto a las estructuras de poder que había instaurado, Libia se convirtió también en un archipiélago de unidades regionales mucho más pequeñas que en el caso yugoeslavo, acotadas por el tamaño tribal. Con el agravante que, como estas tribus fueron previamente financiadas y armadas por EEUU y Europa en su urgencia de tumbar a Al-Gaddafi, mantienen todavía las armas y la capacidad para ser el único poder en su área. Gracias a ello, el resultado final ha sido aún más exiguo que en el caso europeo. Si bien las naciones occidentales pudieron expropiar todo el dinero que el Estado libio tenía en los bancos europeos y americanos y quedárselo (al mejor estilo pirata), sus transnacionales petroleras no han logrado hacerse cargo de la extracción y procesamiento del crudo libio (principal motivo del ataque) ya que las instalaciones están en poder de esas mismas tribus con las que no es fácil negociar, ni es sencillo convencer. A la fecha el flujo de hidrocarburos que produce Libia (o el colchón de retazos en que se ha convertido) no llega al 22% del que producía antes de su destrucción.
Ahora es Ucrania
El ataque ahora se ha centrado sobre Ucrania. No es la primera vez que sucede que las potencias centrales concentren sus esfuerzos en lograr la caída de un gobierno que no les obedece en ese país, para sustituirlo por uno nuevo que responda a la defensa de sus intereses. Ya en 2004 se aplicó un plan de desestabilización a partir de protestas fomentadas, organizadas y financiadas desde Occidente sobre una base de población opositora, que logró la destitución del presidente elegido por votación popular, Víctor Yanukovich, la llamada a unas nuevas elecciones y la ascensión al poder de Víktor Yúshchenko, quien nombró primera ministra a Julia Timochenko. La Revolución Naranja como se llamó este proceso de protestas y cambio de gobierno fracasó en pocos meses, unas nuevas elecciones volvieron a colocar como presidente a Yanukovich. Unos meses después de su nombramiento, la justicia procesó a Julia Timochenko (nueva millonaria) por corrupción y fue encarcelada.
La historia no termina ahí, a principios de 2014 comienzan nuevamente las protestas, la toma de la Plaza de la Independencia en Kiev, encabezadas por los movimientos de extrema derecha, nacionalistas, fascistas y nazis, y detrás los seguidores de los líderes de oposición. La creciente violencia de los manifestantes, llevó luego de dos meses de contención, a que el gobierno deYanukovich desatara una represión que dejó más de un centenar de muertos de ambos bandos. Diez diputados que apoyaban al presidente cambiaron de bando, y el Congreso, por encima de toda legislación vigente, destituyó al presidente, nombró nuevas autoridades y por supuesto liberó inmediatamente a Julia Timochenko.
Todo esto no es fruto de la casualidad. Ucrania es un país geopolíticamente muy importante, un puente entre Europa y la Federación Rusa y su importancia estratégica hace mucho tiempo que es un factor vital en las relaciones globales. Fue parte de la Unión Soviética, a su desaparición fue uno de los principales países de la Confederación de Naciones que intentó sustituirla, y finalmente en 1991 se declaró república independiente, compuesta por 24 óblast (estados), una república autónoma (Crimea) y dos municipios con estatuto especial (Kiev la capital y Sebastopol, el puerto crimeo donde ancla la flota rusa del Mar Negro).
Además de su situación geográfica vital, por el territorio ucraniano pasan los oleoductos y gasoductos principales que llevan los hidrocarburos desde Rusia a Europa y el resto del mundo. El poder de controlar su territorio permite entonces control geopolítico y económico sobre una parte coyuntural del planeta.
El plan de desestabilización comenzó a aplicarse cuando Yanukovich se negó a firmar un acuerdo económico con la Unión Europea (al estilo de los TLC de los Estados Unidos, donde el gran beneficiario es el país central) e intentó llegar a acuerdos económicos con Rusia que ayudaran a Ucrania a salir de su grave crisis económica.
Allí, tanto los EEUU como la UE decidieron que era la hora de tumbar el gobierno y sustituirlo por uno que se plegara a sus intereses y que colaborara en la estrategia general de aislar a una Rusia que viene en ascenso en su protagonismo mundial, y por mampuesto seguir cerrando el cerco que intentan establecer alrededor de China. Pero allí viene el centro del problema que intentamos mostrar, la decisión se toma dentro de un contexto que:
1. Viene marcando sucesivas derrotas en la política exterior de los EEUU. Los estancamientos y fracasos en las guerras en Irak y Afganistán, el fracaso absoluto en el intento de cambiar el gobierno sirio (y el triunfo diplomático ruso en ese caso)
2. Está definido por la crisis económica recurrente en la Unión Europea, que no logra estabilizar su situación interna, luego de varios años de ajustes impuestos a sus poblaciones, y dónde la tensión social viene en aumento.
3. Muestra el progresivo nuevo protagonismo de una Rusia que no solamente se viene afianzando económicamente, sino que va consolidando nuevamente una posición de interlocutor en un mundo multicéntrico.
4. Registra el indetenible ascenso del gigante chino, que sin mostrar mucho protagonismo político lo va logrando de hecho, en la medida que su economía sigue creciendo y que va acaparando la producción industrial del mundo.
Todos estos factores presionan y contribuyen para que la política exterior de las potencias centrales vaya cayendo en lo que hemos calificado como una cierta desesperación. La necesidad de retomar el poder y la preponderancia que se viene perdiendo progresivamente, a nuestro entender, hace que las decisiones se tomen sin considerar las realidades en juego, ni las consecuencias de los intentos de desestabilización y cambios forzados de gobiernos.
En el caso de Ucrania, nadie parece haber tomado en cuenta que:
Se trata de un Estado Nacional en el que existen desde hace mucho tiempo grandes tensiones internas, políticas, económicas y culturales.
Una intervención violenta como la decidida podía (y lo ha logrado inmediatamente) producir una explosión centrífuga, en la que las distintas tensiones lograran generar una tendencia a la balcanización de la región.
Los intereses estratégicos de Rusia han estado siempre en juego en Ucrania (desde antes de la Segunda Guerra Mundial). Sobre todo el hecho fundamental de que su flota del Mar Negro (la que sale directamente al Mediterráneo) está anclada en Crimea, en el puerto de Sebatopol, y que la necesidad de que éste sea un lugar seguro para Rusia, es vital para sus intereses geopolíticos y militares. Se agrega a esto la necesidad de conservar la seguridad sobre los mencionados oleoductos y gasoductos que movilizan una parte muy importante de las exportaciones energéticas rusas.
La situación actual
Al momento de escribir estas líneas, acaba de realizarse un referéndum en la República de Crimea, que ha decidido anexarse a Rusia por una mayoría que parece haber alcanzado más del 96% de los votos, y con una participación del orden del 90% de la población.
Tanto los Estados Unidos como la Unión Europea han declarado por su cuenta que el referéndum no es legal y no lo permitirán. Intentaron una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para rechazarlo que no logró aprobarse porque Rusia (que si cree que es válido) interpuso su poder de veto (China se abstuvo). Aún así las potencias centrales han amenazado no solo a Crimea, sino también a Rusia con sanciones de todo tipo. Rusia ha contestado las amenazas prometiendo responder con sanciones por su parte (en el caso de Europa, cuyo consumo de gas utiliza un 70% de procedencia rusa, esas sanciones económicas pueden ser muy serias). A la vez, tanto Rusia como los EEUU (no la OTAN) han estado realizando movilizaciones militares en los alrededores de Ucrania (mostrando músculo).
No sólo la tensión mundial se ha incrementado violentamente, sino que el peligro real es que otras regiones (donde no solo se habla ruso, sino la población ucraniana es pro-rusa o viven numerosos ciudadanos rusos) sigan el ejemplo de Crimea, mientras que otras regiones del país muy pro-europeas intenten un acercamiento final a Occidente, generando en ambos casos movimientos secesionistas que serían muy difíciles de contener por el muy débil gobierno de Kiev (respaldado por las potencias centrales pero que por ejemplo no tiene el apoyo del ejército). La balcanización total de Ucrania y la destrucción de su Estado-Nación, están latentes en este escenario.
Conclusiones finales
Hace tiempo que venimos estableciendo la hipótesis del progresivo debilitamiento de los poderes centrales (EEUU y Europa) y de cómo este debilitamiento se trasluce sobre todo en que la necesidad de recuperar el poder que están perdiendo los lleva cada vez más al establecimiento de una política exterior de alta agresividad, que pudiera calificarse como una furia intervencionista que borra toda consideración estratégica y que no considera en absoluto las consecuencias de sus acciones.
Los sucesos en Afganistán, en Irak, en Siria, en Ucrania que mostramos al principio, agregado el ya fracasado intento de desestabilización en Venezuela (a pesar de haber empleado allí no solo ingentes cantidades de dinero, sino todo el poder de la hegemonía mediática global para lograrlo) dan la medida (por su ineficacia) del grado de decadencia del poder central.
Y el saldo final de continuados fracasos que, a pesar de dejar funestos saldos en las poblaciones y naciones agredidas, no producen en ningún caso un mínimo de las ganancias deseadas, y solo logra marcar lo crítico de la coyuntura que vivimos en este siglo de grandes cambios globales.
* Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.