Enero 13, 2025

Telescopio: educación ¿De la municipalización a la centralización?

El reciente anuncio del gobierno de Michelle Bachelet de terminar con la municipalización de la educación ha sido en general bien recibido, pero hay que estar atento a qué modelo se propone en su lugar, porque el de la centralización en el Ministerio de la Educación en Santiago sería tanto o más malo que el que se quiere reemplazar.

Tanto estudiantes como profesores estuvieron permanentemente criticando el sistema municipalizado de la educación primaria y secundaria, así, cuando el nuevo gobierno chileno anunció hace unos días que se movería a desmunicipalizar las escuelas la noticia fue generalmente bien recibida por la mayor parte de los actores educacionales. “¡Que las escuelas y liceos vuelvan al Estado!” se repitió en diversas ocasiones. Lo cierto es que tal consigna era semánticamente correcta sólo en el caso de aquellas escuelas cuya administración había sido transferida a sostenedores privados, pero aquellas que eran manejadas por los municipios técnicamente estaban en manos del Estado ya que las municipalidades son entes del Estado, un nivel de gobierno se podría decir, entes públicos, no privados. Lo que se quería decir es que no dependían del gobierno central.

 

Dejando esa aclaración de lado hay que decir también que en principio no hay nada intrínsecamente bueno ni malo en que los municipios hubieran tenido la administración de las escuelas, no se trata de un problema ideológico: esto es que fuera un modelo reaccionario porque lo implementó la dictadura. Lo cierto es que incluso en términos de una democracia más dinámica el principio de que la educación estuviera en manos municipales en teoría debería haber permitido una mayor participación ciudadana, dado que mientras más local es un nivel de gobierno más cercano está a la gente.

 

Por cierto sabemos que no fue así y que el modelo municipalizado fue un fracaso por varios motivos, primero porque nunca fue estrictamente “municipal” sino que el modelo impuesto por la dictadura fue desde un comienzo más bien híbrido, con el “teje y maneje” en el terreno entregado a las municipalidades, pero la parte sustancial, los contenidos educativos, diseño de planes y programas, regulaciones generales de la docencia, etc. quedaron siempre en manos de una poderosa burocracia en el Ministerio de Educación. Por lo demás no hubiera podido ser de otra manera, la dictadura en su afán de reducir la estructura central del Estado estaba bien dispuesta a deshacerse de “minucias” como mantener las escuelas, pintarlas o proveer materiales para las clases, pero no hubiera estado nunca dispuesta a perder el control ideológico sobre planes de estudio y programas. Los gobiernos democráticos después de 1990 simplemente se adaptaron con mayor o menor habilidad a esta realidad de modelo híbrido que sólo vino a ser cuestionado por primera vez con la “revolución de los pingüinos” en 2006 haciéndose ese cuestionamiento más fuerte en las movilizaciones estudiantiles de los años recientes.

 

Otra razón para el fracaso del modelo municipal especialmente en las grandes áreas urbanas como la Región Metropolitana es que por la existencia de varios municipios no había necesariamente correspondencia entre los alumnos asistentes a un determinado establecimiento y su pertenencia vecinal al mismo municipio del cual dependía esa escuela o liceo, lo que anulaba entonces un principio identitario que podría haber sido importante. Peor aun, los municipios cuando saben que alguna de sus escuelas se halla muy cerca del límite con otra comuna y que por lo tanto una buena parte o a veces la mayoría de sus alumnos provienen de esa otra comuna, tienden a poner menos recursos en ese establecimiento, “no sirve a sus propios contribuyentes” es la lógica utilizada en este caso.

 

Por último está el muy importante factor de la diferencia de ingresos de los distintos municipios: no es lo mismo una escuela en Vitacura o Las Condes que una en Cerro Navia o Lo Espejo. Este es un factor que sin embargo se trata de paliar con fondos de compensación que permite que ciertos recursos de municipios de altos ingresos sean traspasados a aquellos más pobres. Esto sin embargo y al parecer sólo resuelve parte del problema ya que estas diferencias se hacen notar no sólo en los recursos materiales para las escuelas sino también en sus entornos físicos y sociales. Por cierto este factor en la medida que se agudiza con mayor desigualdad de ingresos en la población en general, puede incidir también en un fracaso de cualquier otro modelo de organización educativa. En otras palabras, no basta con cambiar la educación, debe haber también cambio en el modelo de la economía y la estructura social y política del país.

 

Ahora bien, si se ha de desmunicipalizar ¿qué estructura se pone en su lugar? Algunos seguramente piensan en el antiguo modelo centralizado que existía hasta el momento del golpe de 1973. ¿En qué consistía esa estructura? Más o menos así: el edificio del Ministerio de Educación allí en la Alameda a media cuadra del Palacio de la Moneda era una suerte de monstruo gigantesco que decidía la suerte de cada funcionario de cada una de las escuelas y liceos existentes en todo el país, desde directores, pasando por profesores, inspectores, secretarias, hasta cuidadores y aseadores. La adquisición de materiales, desde libros para las bibliotecas (donde las había) hasta tiza para los pizarrones en cada una de esas escuelas, era también manejada por esa gigantesca estructura burocrática. De más está decir, como todo monstruo tan gigantesco, sus movimientos eran parsimoniosos, y muchas veces torpes. Peor aun, en más de una ocasión se denunciaron en esos años casos de corrupción administrativa, no tanto en apropiación de dineros, sino más bien en la designación de funcionarios. Más de alguna joven postulante a algún cargo docente o administrativo fue presionada por alguno de los burócratas a “pagar el favor” con algún otro “servicio” (la mayoría de los burócratas eran hombres por cierto).

 

¿Se quiere regresar a algo así? Me imagino que no, y quiero creer que las nuevas autoridades tienen en mente un plan mejor que contemple primero una adecuada descentralización tanto en la administración de las escuelas como en la designación y evaluación de sus funcionarios, y en segundo lugar, que contemple una adecuada transparencia en cuanto a procedimientos y asignaciones de recursos. Idealmente sin embargo, creo que si bien es cierto hay una premura en proceder a estos cambios pronto, por otro lado toda reestructuración de la organización educacional deberá ser de algún modo provisoria, a la espera que una nueva constitución—espero elaborada democráticamente a través de una asamblea constituyente—establezca de un modo definitivo un modelo de organización educacional, el cual no puede desligarse del modelo general de reestructuración político-administrativa del país el que a su vez, idealmente, debe comprender una muy necesaria descentralización: cada región con intendentes elegidos en votación popular y con sus parlamentos regionales, con capacidad fiscal también, de modo que puedan contar con sus propios recursos. En ese nuevo contexto la manera más consecuentemente progresista indicaría que la educación pasara a ser de jurisdicción regional, con cada región teniendo su propio ministerio del ramo y diseñando el manejo de las escuelas y liceos de acuerdo a sus propias condiciones (por ejemplo, en regiones de poca población quizás una estructura regional central puede ser la más eficiente, por otro lado en regiones altamente pobladas como la Metropolitana, Valparaíso o Concepción, un sistema de consejo locales de educación al estilo de los que existen aquí en Canadá o en Estados Unidos, podría ser lo adecuado para administrar las escuelas eficientemente por un lado, mientras al mismo tiempo podría ofrecer un adecuado grado de participación de la gente de la comunidad en el manejo de las escuelas).

 

Lo que sí debe hacerse a la brevedad posible es eliminar todas las instancias de lucro en la educación pública así como en la particular subvencionada. El lucro debe desaparecer también de las universidades privadas. Las escuelas públicas deben ser administradas por las agencias del Estado o de la ciudadanía organizada que se creen (como digo soy contrario a una administración centralizada en Santiago). La experiencia de los sostenedores debe dejar claro que ese sistema fue ineficiente, cuando no muchas veces corrupto.

 

Cabe hacer notar que el lucro no sólo está presente en la administración de las escuelas sino también en otras entidades que prestan asesoría a las escuelas y cuya presencia se hizo muy patente cuando se cuestionó a Claudia Peirano para el cargo de Subsecretaria de Educación, que como se recordará fue el primer episodio de renuncia obligada que afectó al nuevo gobierno antes de que incluso asumiera.

 

En Chile esas entidades han proliferado supuestamente con el propósito de prestar asesoría pedagógica a las escuelas y se las conoce como empresas de Asistencia Técnica Educativa (ATE). En verdad ese negocio es una copia de lo que aquí en Canadá y en Estados Unidos se conoce como “agencias de consultoría educacional” que ofrecen servicios a todos los niveles de le educación, desde el kindergarten a la enseñanza superior. Para traducir cómo los profesores (y yo mismo he sido profesor de college aquí por 32 años) se refieren a estos consultores, consejeros o asesores educativos basta resumirlo en una frase: “manga de chantas”. Y me imagino—a juzgar por los antecedentes de la Sra. Peirano—que eso es lo que esa nueva gama de negociantes de la educación son. Aquí en Quebec por lo menos, circulaban bromas sobre estos personajes, en general gente que nunca han estado en una sala de clases o si lo han estado, han sido un fracaso, pero que sin embargo en base a conexiones políticas o comerciales, ponen su negocio de consultoría educacional y se largan a dictarle cátedra a los profesores que realmente están en la primera línea de fuego, por así llamarla, dándole instrucciones de cómo hacer sus clases… Caradurismo puro, diríase en Chile.

 

Pero obviamente los profesores siempre han necesitado ponerse al día, mejorar sus técnicas y conocimientos. De acuerdo. ¿Cómo hacerlo? La reforma educacional de 1966—ciertamente lo mejor que se hizo en materia de reforma educacional en Chile—contemplaba diversas formas de perfeccionamiento (el Centro de Perfeccionamiento, Investigaciones y Experimentaciones Pedagógicas fue creado por obra de esa reforma) pero probablemente la más sencilla era a la vez la más eficaz, se llamaba Talleres Pedagógicos: los profesores de liceo de una disciplina determinada y en un sector de la ciudad se reunían una vez al mes, intercambiaban ideas, proponían proyectos conjuntos, preparaban sus propias presentaciones para su colegas, etc. Se trataba por cierto de una manera fácil y productiva de aprender de cada uno, porque al final y lo puedo decir por mi experiencia de años enseñando en diversos campos de la filosofía (mi disciplina) aquí en Montreal, los que realmente saben cómo enseñar, sea en la escuela primaria, el liceo o la universidad, son los profesores. A veces, eso sí, y eso lo veo cuando voy de visita a Chile y converso con colegas, nuestros profesores son demasiado modestos y eso ha permitido que esa “manga de chantas” en esas agencias de asesoría pedagógica se instalen y de paso hagan pingües ganancias vendiendo la pomada de cómo enseñar repitiendo lugares comunes y fórmulas didácticas que han bajado del Internet. Esos dineros estarían mejor utilizados en mejorar los sueldos de los profesores chilenos en todos los niveles de la enseñanza.

 

Una adecuada descentralización acompañada de una mayor transparencia permitiría una mejor participación de la ciudadanía en la conducción de las escuelas y en el diseño de los planes y programas. Esto porque también es importante instalar en la sociedad chilena la idea que la educación no es sólo un asunto que deba preocupar a estudiantes y profesores, o a lo más a padres y apoderados, sino debe ser un tema de la ciudadanía en su conjunto. Para que ello ocurra el primer paso puede ser la remoción de un modelo organizativo que fracasó, pero es de esperar que el nuevo gobierno sea lo suficientemente creativo y original para no regresar a otro modelo que también fue un fracaso.

 

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