Diciembre 26, 2024

Clara López: la Michelle Bachelet colombiana

El libro Los Suspirantes 2014, de Editorial Planeta, compila una serie de datos desconocidos sobre los candidatos a la presidencia de Colombia, las cuales tendrán lugar el próximo 25 de mayo. El capítulo 4 de este libro está dedicado a Clara López, candidata del Polo Democrático.

 

De alguna manera las vidas de los otros, los que no tenían voz ni suerte de haber nacido parados, como ella y sus padres, le tallaban el alma. “El privilegio es algo que se tiene que revertir –me dijo–. Ser chepudo implica mayor responsabilidad”. Mientras estudió en Harvard, protestó por la guerra en Vietnam, la libertad de Nelson Mandela, la igualdad de salarios entre mujeres y hombres en un país que no era el suyo. “Clara nunca aceptó la comodidad de la burguesía, que consiste en quedarse quietica”, me dijo su hermano Mauricio López Obregón.

 

Era una burguesía plácida, descrita en Los Elegidos, la novela en la que López Michelsen describe la vida de unos pocos en Bogotá, los llamados “gente bien”. Vivían en casas grandes en el barrio La Cabrera y el Chicó, hacían cabalgatas a las haciendas, tenían buenos modales. Las conversaciones eran interesantes, adobadas con citas de pensadores franceses e intelectuales ingleses. Los hijos de estas familias elegidas se educaban en el exterior, preferiblemente en Estados Unidos y “definitivamente en inglés”, como me dijo Clara.

 

La pasaban bien, no hay duda. Su primo Gregorio Obregón, quien vive en Estados Unidos desde finales de los 90, cuando se vio involucrado en un escándalo de fraude bancario, recuerda con emoción esa infancia. “Éramos los dueños de las calles. Jugábamos básquet en la calle 82, tomábamos el bus del Country Club que pasaba por allí, todos vivíamos en la misma cuadra: los Wills, los Gómez y los Echavarría”, me dijo. Sobre Clara recordó la vez aquella en que jugaron vaqueros contra indios y la amarraron a un árbol. En la noche se acordaron de que no la habían soltado. “Nunca nos denunció, jamás nos acusó. Ella vivía muy contenta de que la incluyéramos en todas la peripecias que hacíamos. Fue una hermana menor víctima de ser hermana menor”, me dijo.

 

Leal, poco interesada en los chismes, Clara fue solitaria, no encajaba en ese ambiente de los elegidos. Llegaba del colegio Nueva Granada, se quitaba el uniforme, se ponía unos shorts y jugaba con sus primos hombres a subirse a los árboles. No le gustaban las fiestas. “Era rara”, me contó una empresaria que la conoció entonces. “En los bailes comía pavo. Nadie la sacaba a bailar. A muchas mujeres que, como ella, vivieron esos momentos tan dolorosos, las llamábamos las comunistas del Chicó”.

 

Se dedicó a estudiar en el exterior y sus padres a apoyarla. Es una de las mujeres más educadas de Colombia. Del colegio Nueva Granada de Bogotá, donde estudió su primaria, la enviaron a estudiar a Estados Unidos. Hizo su bachillerato interna en el Madeira School, un colegio privado cerca a Washington D. C., del que también se graduó Katharine Graham, la mujer que durante décadas manejó con mano de hierro el periódico Washington Post.

 

Empezó filosofía en la Universidad de Harvard pero terminó economía (1972). Cuando tenía 46 años entró a la Universidad de los Andes y terminó Derecho. Hoy es candidata a doctora en derecho tributario y financiero de la Universidad de Salamanca (España).

 

La educación es la esencia de todo. Es la esencia de la felicidad. Yo no me varo en ninguna parte porque con un libro soy la persona más feliz del mundo”, me dijo visiblemente orgullosa de que ella es contenido puro.

Además de sus conexiones familiares, meterle datos al cerebro le ha abierto puertas toda la vida. El primero en adoptarla fue su tío Alfonso López Michelsen, quien era el gran amigo de su padre. Clara se había quedado huérfana, venía de Harvard con una tesis magna cum laude, era nerd, dedicada, ¿por qué no contratarla?

 

Fue su secretaria económica cuando López, como presidente, emprendió su pequeña revolución con el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), con el cual buscó romper el continuismo del bipartidismo impuesto por el Frente Nacional. Se hizo notar. El famoso humorista Lucas Caballero Calderón, Klim, la bautizó la “linda sobrinita pálida”.

 

Ella dice que con su tío Alfonso hizo un doctorado en Colombia. Después fue contralora de Bogotá dentro del Nuevo Liberalismo de Luis Carlos Galán. En 1984 Clara fue elegida concejal de Bogotá por cuatro años. Por esa época conoció a Romero.

 

Samario, hijo de Alfredo Romero Castro, uno de los líderes sindicales durante la masacre de las bananeras en Ciénaga, Magdalena (1928) y de Clara Elena Jiménez, barranquillera, obrera textilera. A los 13 años Carlos leyó La madre, de Máximo Gorki, el escritor y político ruso que relata en esta obra cómo cambia el pensamiento de la madre de un obrero socialista. Se volvió comunista para siempre. Se casó con Matilde Bateman, la hermana de uno de los fundadores del M-19, Jaime Bateman, y tuvo tres hijos. Después se enamoraría de Magola Cogollo, una especie de Naomi Campbell criolla, y tuvo un cuarto hijo. Con Clara no hubo hijos. Fue dirigente del partido, presidente de la UP, concejal de Bogotá, miembro del Comité Ejecutivo del Polo.

 

Lo de ellos no fue amor a primera vista. “Teníamos confrontaciones bravas. Carlos era un concejal muy temido y yo no recuerdo que los primeros vistazos que tuvimos hubieran sido por algo agradable”, le contó Clara al portal de internet Kien&ke. “Conversábamos, intercambiábamos ideas y surgieron afinidades –dijo Romero–. Clara era una mujer muy apetecida en Bogotá, por su belleza y por su posición. Tenía mucho atractivo para cualquier hombre, y más para mí”.

 

Clara era rebelde por naturaleza. No fue difícil que se vinculara a la UP de la mano de Carlos. En 1988, fue candidata a la Alcaldía de Bogotá por una coalición de movimientos de izquierda liderada por la UP. Pero ganó Andrés Pastrana, quien luego llegaría a la Casa de Nariño.

 

Clara dedicó los siguientes 12 años a trabajos puntillosos, densos. Trabajó como asesora en la reforma a la Constitución política colombiana, analizó modelos de gestión en los servicios públicos, fue coordinadora de comités técnicos. Fue en este intervalo cuando estudió Derecho en los Andes y luego dictó clases de principios de economía en la Universidad Externado.

 

Hasta cuando empezaron a llegar las amenazas en forma de llamadas, de anónimos. “Déjese ver porque si no le vamos a matar a su mujer”, decían las notas que le llegaban a Romero. Decidieron salir del país.

 

Eduardo, el hermano mayor de Clara, recuerda cuando llegó al aeropuerto a despedir a Clara. Se iba a Panamá porque era cerca, porque era lo más práctico. “Le dije a Clara que le pagaba su tiquete, pero no el de Carlos. Y ella me respondió: pues en ese avión no me monto sin él. Me tocó sacar la tarjeta de crédito y pagarle el tiquete a él también”, recuerda. Romero hizo los contactos en Venezuela, país que ya había girado a la izquierda con Hugo Chávez. En el avión había un ejemplar de la revista The Economist. Clara la ojeó. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) buscaba una asesora financiera. Clara fue elegida. En Venezuela, Clara mantuvo la estabilidad económica de la pareja.

 

A pesar de estar en un país donde la izquierda mandaba, a Clara nunca le gustó el chavismo. Autoritario, poco consecuente. Le ofrecieron trabajos, le iba bien en Caracas. Pero quería regresar a Bogotá, a su casa. Paradójicamente fue su exnovio Álvaro Uribe quien le abrió las puertas. Eduardo me dijo que a través de contactos que hizo con Fabio Echeverry Correa, uno de los principales asesores de Uribe, le propusieron a Clara que aplicara a ser auditora general de Colombia. Así fue como en 2003, Clara regresó y reencauchó su carrera política.

 

Clara fue elegida por unanimidad por el Consejo de Estado para ser auditora general hasta el 2005. La gran ironía para Uribe es que ella fue la que destapó dos de los grandes lunares de su gobierno. Fue Clara López quien le pidió a la Corte Suprema que cumpliera su función de investigar al 35 % de congresistas, quienes, según el líder paramilitar Salvatore Mancuso, fueron financiados por los paramilitares.

 

Su denuncia fue la primera piedra de la parapolítica, como se conoció el maridaje entre paramilitares de extrema derecha y políticos colombianos. Clara también fue la primera política en denunciar cómo en barrios aledaños a Bogotá, soldados del Ejército estaban matando jóvenes inocentes para presentarlos a sus comandantes como guerrilleros muertos y así recibir promociones y otros beneficios. El escándalo, en donde inicialmente mataron a 48 jóvenes, luego fue conocido como falsos positivos. Se calcula que más de 2.000 muchachos fueron asesinados en el país.

 

Tras su paso por la Auditoría, en 2006 Clara se lanzó a pelear una curul en el Congreso por el Polo. Perdió por cien votos. Tras declinar su aspiración a la Alcaldía, se convirtió en una de las más cercanas asesoras de Samuel Moreno Rojas, senador, nieto del general Rojas Pinilla. En 2007 Moreno ganó la Alcaldía de Bogotá y nombró a Clara secretaria de Gobierno de la ciudad. Dos años trabajó con él, se retiró en 2010 para ser la fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro y perdió otra vez. El 10 de junio de 2011 Santos la eligió de una terna del Polo.

 

Durante seis meses, Clara López gobernó la capital de Colombia y lo hizo con luz propia. “Había hecho cositas pero me sentía muy frustrada porque yo soy ejecutora. No es lo mismo hacer que decir no haga”, me dijo. Hizo. Primer ejemplo: prohibió la venta de alcohol en los alrededores de las universidades para reducir las riñas callejeras y mejorar la seguridad. Segundo ejemplo: Clara se opuso a la privatización de la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá (ETB), una de las más grandes empresas públicas en Colombia, creada en 1884, que le había dado al Distrito enormes sumas para inversión. A pesar de los argumentos según los cuales la ETB no era rentable y debía ser vendida, para ella, experta en tributos, la venta era un riesgo porque a largo plazo la ciudad sólo iba a quedarse con impuestos.

 

Su manejo consecuente de este y otros temas no sólo hizo que Clara ascendiera dentro del Polo hasta convertirse en la primera presidenta del partido, sino que, como muchos otros políticos, la Alcaldía se convirtió en su plataforma presidencial. Hubo, además, un ingrediente dramático adicional. Esos seis meses de alcaldía, Clara los gobernó con un tumor creciéndole dentro de su cerebro. ¿Tanta era su necesidad de salir al ruedo hasta el punto de jugarse su propia vida?

 

Ella, que se confiesa dueña de una vitamina muy especial que llama “realismo subido”, tapó el sol con las manos e hizo caso omiso a las señales recurrentes: dolores de cabeza, no podía leer, ni escribir. “Fue una negación”, me dijo ¿Por qué? Clara, a cuyo cerebro le ha metido todo el estudio del mundo, se negaba a repetir la historia de su mamá. Por el tumor, Cecilia Obregón dejó de estudiar filosofía. A Clara eso no le podía pasar. El año pasado la operaron, le sacaron el tumor, quedó sin secuelas. Ahora aspira a la Presidencia.

 

En todo este crecimiento político, su marido ha sido su fortaleza. Desde cuando fue nombrada secretaria de Gobierno de Moreno, Romero tuvo que inhabilitarse como concejal y darle vía libre. “No es por dármelas, pero creo que Clara pudo desarrollarse a los niveles en que está ahora porque contaba con mi respaldo”, me dijo.

 

Es posible que tenga razón, pero también es cierto que últimamente Romero se ha convertido en su talón de Aquiles. Cuando era secretaria de Gobierno de Samuel Moreno, acusaron a Clara de estar nombrando en puestos a los amigos de su marido. “Yo gobierno con mis amigos, no con mis enemigos”, respondió tajante Clara. Recientemente, la Fiscalía citó a Romero por presuntamente estar involucrado en el carrusel de contratación por el que terminó preso Moreno.

 

Dicen que cuando estaba en el Concejo recibió plata de un contratista a cambio del patrocinio de campañas al Congreso y al Concejo. Él lo niega. Todos en el Polo sienten que acusan a Romero para perjudicar la carrera presidencial de Clara López. “Es muy injusto que a las mujeres les caigan por los maridos. Este es un país machista e irrespetuoso,” me dijo Mariella Barragán, abogada, la viuda de Bernardo Jaramillo, el candidato presidencial de la UP asesinado en 1990.

 

Si no es por Romero, la cuestionan por omisión. ¿Cómo es posible que no supiera cómo Samuel estaba desfalcando la ciudad si era su secretaria de Gobierno? “Yo era una mujer que trabajaba 14 horas diarias. No me la pasaba en el despacho. Mi tema era la seguridad y veía al alcalde cada ocho días. Nadie sabía. Yo no sabía”, me respondió.

 

Y también la critican porque no ha podido unificar la izquierda. Dicen que, como buena intelectual, es muy académica y que no sabe llegarle a la gente. “Cuando se es economista de Harvard y se ha sido educado con semejante rigor, uno es muy timorato y ahí me incluyo. ¿Quién ganó las elecciones? Un señor que dijo “sí se puede”, opinó Aurelio Suárez, una de las fichas ideológicas del Polo.

 

En estas elecciones la paz será un tema crucial. El presidente Santos lleva año y medio negociando en Cuba con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc. Su propuesta para su segundo período, si resulta reelegido: seguir negociando. La contrapropuesta de su contendor, el uribista Óscar Iván Zuluaga: romper los diálogos.

 

Clara conoce la izquierda como pocos. Ha trabajado por la UP, y por la UP tuvo que salir exiliada. Ahora intenta reconstruir el Polo como presidenta. Está claro que los interlocutores en los diálogos con las Farc la tienen en cuenta. Si no es presidenta, quizás ocupe un cargo en la mesa de negociación.

 

De hecho, después de aquel desayuno en su apartamento en el que me recibió con su enorme despeluque, la acompañé a trabajar durante un día. Al final de la tarde terminamos en la Catedral Primada, escoltadas por cuatro hombres y en una camioneta gris blindada. Durante 25 minutos habló a puerta cerrada con el cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá, presidente de la Conferencia Episcopal colombiana, quizás unas de las personas que más saben de lo que está pasando en los procesos de paz con las guerrillas. “Quieren que participe en la Comisión de Conciliación”, me dijo.

 

Antes de despedirnos, nos quedamos mirando la Plaza de Bolívar, a tan solo unas pocas cuadras de la Casa de Nariño. “¿Ves esas telas?” y me señaló unas sábanas blancas que ese día cubrían la fachada del Congreso, de las Cortes. Estaban pintadas de consignas, por un paro reciente. “Me inventé esa forma de proteger los edificios cuando fui alcaldesa. Para que no afearan las instituciones”, me dijo. Eso sólo se le ocurre a una mujer. Cuidar la casa de esa manera. La gran pregunta, ahora, es ¿los colombianos le darán la oportunidad a Clara López de cuidar la Casa de Nariño?

 

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