En la ceremonia de traspaso de poder todo se le dio a pedir de boca a Michelle Bachelet: en primer lugar, el simbolismo de que dos mujeres, Isabel Allende, presidenta del senado, y Michelle Bachelet, Presidenta electa, tuvieran un rol protagónico en la entrega de la banda presidencial, pues no es banal que estas dos importantes mujeres sean hijas del ex Presidente Salvador Allende y del general Alberto Bachelet, respectivamente, ambos asesinados por la ralea militar -, Salvador Allende, que fue presidente del senado durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, representa lo mejor de la república chilena, fenecida el 11 de septiembre de 1973.
En segundo lugar, nuevamente, los Presidentes progresistas de América Latina tuvieron un rol protagónico en esta transmisión de mando, entre quienes se cuentan las mandatarias Dilma Rousseff y Cristina Fernández y los Presidentes José Mujica, Evo Morales y Rafael Correa, entre otros; en tercer lugar, afortunadamente, han desaparecido del Parlamento personajes funestos, conservadores y reaccionarios como Jovino Novoa, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, y sobre todo, Camilo Escalona – este último, ahora dedicado a lloriquear por su creciente pérdida de poder -, sin embargo, aún resta por depurar esa institución, pues a cauda del inicuo y antidemocrático sistema binominal, ha sido reelegido carca del 80% de los parlamentarios, muchos de ellos llevan en ese cargo cerca de 25 años, con sueldos de más de $8.000.000 mensuales; En cuarto lugar la auspiciosa irrupción de una bancada juvenil, surgida de los movimientos sociales.
La Presidenta ha planteado, en su primer discurso ante miles de miles de partidarios, a su regreso a Santiago, elementos que deben ser considerados para el análisis político de lo que está por venir. Hasta el momento, como ha ocurrido durante toda su campaña – cuando se ha dignado dirigirse al pueblo – son buenos y atractivos titulares más que concretos proyectos y cursos de acción: 1) la idea de “un contrato solemne”, una especie de “nuevo trato”, pero el problema radica en su cumplimiento o en el predominio de “la letra chica”; 2) resaltó como eje la desigualdad como el enemigo principal de los chilenos; 3) el cumplimiento de los tres pilares fundamentales del programa de gobierno – educación pública y gratuita, reforma tributaria y generar una nueva Constitución democrática -.
Está probado históricamente que los cien primeros días de cada gobierno definen el carácter de su marcha a más largo plazo, en consecuencia, los aspectos claves del programa que no son abordados en profundidad en esta centena de días, es muy difícil que se puedan llevar a cabo en el resto del período presidencial. El único ejemplo conocido sobre un cumplimiento integral de las promesas de campaña ocurrió con Salvador Allende, mediante la implementación de las cuarenta primeras medidas, que incluía, entre otras, la entrega de un litro de leche a cada niño chileno. En general, se dice que “gobernar es defraudar”, pues la mayoría de los Presidentes, una vez en el poder, tienen poca disposición para cumplir lo prometido, prefiriendo la administración del statu quo heredado al cambio.
Michelle Bachelet no tiene ninguna justificación para dar cumplimiento a todas y a cada una de las cincuenta medidas propuestas, que ella misma puso el plazo de cien días: en primer lugar, cuenta con mayoría parlamentaria y en segundo lugar, con las expectativas de una ciudadanía que, hoy por hoy, capta muy bien la crisis del modelo y de la necesidad de reemplazarlo.
Entre estas cincuenta medidas hay dos que constituyen el eje del programa: 1) la reforma tributaria, que no sólo debe ser capaz de recaudar los recursos necesarios para la reforma educacional, de salud y de vivienda, entre otras, sino también convertirse en el vehículo para lograr mayor igualdad – considérese que Alemania y Chile tienen el mismo punto de desigualdad en el Índice Gines y , una vez cobrados los impuestos, Chile sigue igual, mientras que Alemania baja sustancialmente, los cual demuestra que los pobres, en Chile, son los únicos que pagan impuestos a través del Iva, y los ricos los evaden a través de sociedades de cartón y por el FUT-; hasta ahora, la recaudación planeada de tres puntos del PIB no alcanza para una verdadera reforma educacional.
Por desgracia, la historia de la Concertación no favorece mucho la credibilidad de su versión 2.0, la Nueva Mayoría. Los gobiernos concertacionistas fueron mas bien vasallos de la derecha que verdaderos reformadores y, de esta forma, terminaron radicalizando y profundizando el modelo neoliberal, convirtiéndose en los mejores continuadores de los Chicago Boys. Uno quisiera caer en la ingenuidad de creer que los mismos personajes de la antigua Concertación, y que ahora integran el gobierno de Michelle Bachelet, por inspiración divina pueden haber cambiado radicalmente de postura y ahora estén dispuestos a poner fin a un modelo, al cual ellos se aferraron.
Los movimientos sociales, ahora más que nunca, son los encargados de exigir el cumplimiento cabal de promesas hechas y, reiteradas por la Presidenta Michelle Bachelet, el mismo 11 de marzo, en la Plaza de la Constitución. Ya no bastan los grandes titulares de campaña, pues llegó el momento de analizar si, nuevamente, como ocurrió durante los distintos gobiernos de la Concertación, predominará la letra chica a la propuesta de pacto social.
Rafael Luis Gumucio Rivas
12/03/2014