Creo que el rol de nuestra izquierda latinoamericana ante esta situación debe ser el de defender el proceso de avanzada socialista, lo que no significa desconocer posible errores de la gestión gubernamental de los últimos años, sino que muy por el contrario poner énfasis en la necesidad de una táctica política inmediata, la cual es la defensa comunicacional acérrima de lo construido en el país latinoamericano.
Me dueles, Venezuela.
No ha de sorprendernos el actuar de la burguesía internacional en relación a la situación venezolana pues aquí en Chile también conocimos tal modus operandi hace algunos años, que por lo demás fue comprobado por los mismos dichos desclasificados de Nixon y compañía. Lo que hoy atraviesa el pueblo venezolano no es sino la natural reacción desesperada de una clase social que ha ido perdiendo cada vez más su poderío en aquel país, gracias a la acción colectiva de un pueblo consciente de su soberanía, y de un gobierno popular y defensor de la autodeterminación que se desprende de la misma.
Venezuela transita con paso firme hacia la emancipación del hombre con su trabajo, y del hombre con sus propios pares, como efecto; y no debemos perder de vista nunca que nuestra igual-libertad es la ruina de sus negocios, y de su modelo, al fin y al cabo. Hoy su modelo de explotación, de exclusión y de hambre teme porque ha sido desplazado poco a poco por el proceso bolivariano, y la única forma de detener su estrepitoso fracaso es la adjudicación del hambre y la inflación al gobierno de Maduro. Es de notar que esta estrategia ya la están materializando, al punto que la institucionalidad, a saber, el Estado de Derecho venezolano – concepto que la derecha a menudo utiliza como eje orientador de su accionar político – ha sido deslegitimado internacionalmente por los autoproclamados “demócratas”.
Así pues la estrategia es eficiente: Una vez concluida la primera fase de difusión y propaganda internacional de la crisis alimentaria urdida por los interesados en el desmantelamiento del proceso socialista, comenzó la segunda etapa: dado el sentido común que se ha generado en nuestro continente por las masivas movilizaciones estudiantiles durante los últimos 4 años, los estudiantes ante la opinión pública ciudadana nos hemos ganado un revestimiento de legitimación transformadora y refrescante frente a los anquilosados aparatos institucionales y administrativos del Estado.
Legitimación que, por lo demás, la hemos ganado gracias a nuestro esfuerzo como movimientos heterogéneos de estudiantes (y con las particularidades propias de cada uno de ellos en sus respectivos países); y a pesar de los cotidianos embates que las mismas oligarquías nacionales nos han ido arrojando para destruirnos organizativamente y difuminarnos de la palestra pública.
De tal manera que iniciar una pavimentación a un futuro y próximo golpe de estado a partir del posicionamiento primario de movilizaciones estudiantiles es un efectivo cálculo para desinflar la masividad y adhesión al gobierno y al proceso revolucionario, pues el intento de golpe y desestabilización pasará a segundo plano, priorizando la represión estudiantil (cuestión que no es nueva, pues son imágenes que las muestran intencionadamente casi todos los medios masivos de comunicación de nuestro país – ¡qué sorpresa! -).
Ante esto no creo, y dada la instalación salomónica e incuestionable del “democraticismo formalista” como ideología del quehacer político, en un purismo deontológico de que un movimiento estudiantil por el simple hecho de ser tal, está siempre en lo correcto. Pues lo anterior nos llevaría a creer en un valor neutro – y por ende descontextualizado – de los movimientos estudiantiles, lo cual me parece equívoco, pues éstos mismos deben medirse en todo momento por la sustantividad que presentan, representan y demandan.
En Chile defiendo y participo del Movimiento Estudiantil y el Movimiento Social por la Educación porque estoy de acuerdo con sus reivindicaciones y con la lucha estructural y aguda que presenta contra pilares nucleares del modelo neoliberal (como el fin al lucro; la gratuidad; el aumento de lo público y la reducción de la esfera privada; y el cuestionamiento al modelo mercantil exitista de calidad).
En Venezuela considero, por cómo se han desenvuelto los hechos, que el movimiento estudiantil no es sino el grupo “al choque” previamente puesto allí como pieza de ajedrez por la reacción de la burguesía nacional con cooperación internacional, lo cual es lamentable y no reprochable a los mismos estudiantes, sino que a los poderosos que los están utilizando.
Dicho lo anterior lo primero que salta a la cabeza del lector es que quien escribe trata de lacayos o ingenuos a los propios estudiantes, lo anterior no es así pues simplemente es creer, en primer lugar, en la operante ideología del capitalismo en su fase neoliberal, que funciona como mecanismo super-estructural (en el plano de las ideas y la cultura) destinado a la creación de “certezas ilusorias” simbólicas cuyo objetivo no es sino la reproducción de la lógica productiva capitalista y sus relaciones de producción cristalizadas, a saber, la actual composición social de clases, y condiciones de desigualdad.
Y en segundo lugar es creer en la poderosa influencia e inteligencia de los que por siglos nos han sojuzgado y que han sabido cómo derribar cualquier alternativa a sus intereses (no nos olvidemos que en Chile durante la Unidad Popular fueron los camioneros e inquilinos los que fueron secuestrados de su autoconsciencia – es decir de su consciencia de clase para sí, que es darse cuenta de la posición objetiva que ocupan en las relaciones productivas [Trabajador-Empleador] y desde allí tomar partido subjetivamente de su posición en la lucha de clases para defender sus intereses – y utilizados por la burguesía nacional y el imperialismo para posibilitar la crisis del gobierno que lideraba Salvador Allende).
Los estudiantes de Venezuela que están en movilización deben entender que no se trata de una manifestación contra el gobierno, sino que de una pavimentación a un golpe de estado contra la soberanía popular y la autodeterminación de su propio pueblo y de sus propias familias, pues los intereses detrás de tal subversión son foráneos y propiedad del capital trasnacional. Lo anterior no significa justificar las muertes, muy por el contrario, siempre es lamentable tal resultado producto de las situaciones de violencia, sólo es un análisis político acerca de la situación del hermano pueblo petrolífero.
Finalmente creo que el rol de nuestra izquierda latinoamericana ante esta situación debe ser el de defender el proceso de avanzada socialista, lo que no significa desconocer posible errores de la gestión gubernamental de los últimos años, sino que muy por el contrario poner énfasis en la necesidad de una táctica política inmediata, la cual es la defensa comunicacional acérrima de lo construido en el país latinoamericano (por el simple hecho de ser una alternativa popular y ciudadana al modelo neoliberal), y después de su estabilización ejercer todos los análisis pertinentes con motivación prescriptiva para que el proceso adquiera más masividad y adhesión popular, pues es clara la efectividad de la táctica opositora, como lo hemos señalado.
De nada sirve se autoflagelantes ahora con la revolución bolivariana pues está en estricto riesgo de ser desmantelada. De hecho, desde incluso la perspectiva de la izquierda crítica al proceso, de todas maneras es correcto accionar de esta manera para darle incluso la posibilidad a la revolución popular de re-direccionarse, revisarse o analizar su futuro. Hoy es perentorio combatir el sentido común que el aparato ideológico comunicacional ha difundido por el concierto internacional desprestigiando al gobierno y al pueblo venezolano que está comprometido con su emancipación, y la izquierda debe salir ordenada a combatir esta falsa conciencia, lo demás es posterior.
*Juan Pablo Ciudad Pérez: Estudiante de Derecho, U. de Chile. Militante de las Juventudes Comunistas de Chile.
Ayudante de Filosofía (de la) Moral; Elementos para una Idea Social del Derecho, e Introducción a la Filosofía de G. W. F. Hegel.