En una reunión social tuve ocasión de presenciar un intercambio de opiniones acerca del Día de los enamorados. Un comensal planteaba su disgusto con la “fiesta” por ser un chanchullo publicitario, potenciado desde los medios, que suma un fútil evento al calendario consumista del año; y además, objetaba el romanticismo estereotipado y cursi que acompaña a la fecha. Por otro lado, la contraparte defendía la decisión de celebrar por ser una opción personal respetable en sí misma; incluso más allá de la fiesta en sí, una cuestión de libertad individual y, por ende, dejaba ver la intolerancia de la crítica.
El “debate” muestra que no hay nada nuevo bajo el sol. Se trataba de la vieja disputa entre la autonomía individual y las intervenciones externas: el conflicto entre la burguesía y el Antiguo Régimen europeo con sus instituciones, valores y cultura. De esa lucha de emancipación surgirá un pensamiento que le dio preeminencia a lo individual por sobre lo colectivo y defendió la autonomía de la conciencia frente a las intervenciones externas de la época: la sociedad tradicional, el estado absolutista y la iglesia romana. El sustento intelectual de la lucha fue la Ilustración, su clímax habría sido la Revolución Francesa y el Liberalismo clásico su fruto más fiel.
La teorización ilustrada sirvió de fundamento a la aplicación liberal del principio de no intervención de la autonomía. Esta fue entendida como el valor más importante de la Modernidad, base del derecho, del sistema político y económico liberal. A la fecha, esa idea de autonomía individual se ha materializado, entre otros aspectos, en la libertad de conciencia y opinión cuales derechos. Y el principio de respeto irrestricto de aquellas libertades, ha sustentado una corriente relativista que defiende la legitimidad de (casi) cualquier opinión y conducta. De ahí que se rechacen las críticas como coacciones de la autonomía individual.
Nos parecía necesario situar el fondo de la discusión que tratamos aquí, para comprender su lógica e implicancias y saber desde dónde se establece el argumento “tolerante”. Ahora vayamos a un ejemplo particular, así veremos que los principios pueden no ser tan útiles o evidentes cuando acudimos a situaciones específicas. Cuestión básica en la Ética, como ya Aristóteles afirmara hace más de veinticuatro siglos.
Tomemos un caso de una opinión estética, asunto con mayor razón considerado dentro del sacrosanto templo de la autonomía individual. Imaginemos una persona que admira en grado sumo las letras de las canciones de Ricardo Arjona. Por cierto que es su gusto. Mas, ello no implica que esa “poesía” de las cosas simples y la favorable opinión acerca de ella, sean estéticamente incuestionables. Menos si nuestro fans iguala las letras del cantautor con, por ejemplo, los versos de Neruda o Huidobro. Asimismo, sigamos imaginando, esa expresión del gusto se manifiesta en que nuestro fans, guiado por su idolatría por Arjona, decide dejar su trabajo para emprender una misión: difundir lo que para él es una obra magna de un autor imperecedero. Si bien esta persona es libre de hacer lo que quiera, ello no impide emitir un juicio acerca de tan altruista cruzada… o a lo menos un par de tallas, ¿no?
Si Ud. ha leído hasta acá, acepto que le puede parecer que estoy matando moscas con perdigones o que este escrito es fruto del ocio veraniego. Sin embargo, me parece importante poder mirar cuestiones cotidianas con cierta distancia reflexiva y más aun informadamente. Pues, nunca está de más recordar que toda nuestra vida es, al fin y al cabo, cotidianidad. La cual incluye cuestiones que son mucho más relevantes que celebrar o no el Día de los enamorados. Con mayor razón cuando hoy se ha impuesto en Chile un relativismo de corte liberal el cual protege, desde la poderosa trinchera de los derechos individuales, no solo los juicios adversos acerca de personas comunes, sino también la crítica a decisiones o acciones con consecuencias mucho más amplias o delicadas. Por ejemplo, decisiones de algún empresario sobre su compañía que afectan negativamente a sus empleados, proveedores y/o clientes, son justificadas desde la lógica de la autonomía: es su derecho absoluto sobre su propiedad privada.1
En general, a partir de esa relativista crítica de la crítica se socaba la discusión y la por cierto conflictiva búsqueda de un consenso social. Solo quedaría constatar que no hay consenso y alegrarse de ello: su inexistencia es prueba de que nuestra autonomía como individuos está a salvo de coacciones externas y/o colectivas.2
Mas, el reinado del principio relativista, fundado en la autonomía liberal, llevaría a situaciones insólitas: imposibilitaría la actividad académica que es fruto del debate e igualmente la democracia se vería afectada como sistema de confrontación de ideas y valores. Es más, lo mismo ocurriría con cualquier tipo de diálogo donde se pudieran dar discusiones o juicios acerca de algún tópico… Quedaríamos atrapados en la insoportable superficialidad de las conversaciones de salón: lugares comunes, cumplidos y obviedades inofensivas. La propia vida social se haría absurda o insoportable bajo el yugo de la aceptación acrítica de la autonomía.
Podría creerse que cualquier persona perspicaz se advertiría de que, evidentemente, los actos tienen fundamentos y consecuencias. No se dan en un limbo o en sí mismos: aunque individuales, son siempre sociales. Pero, la realidad nos enseña que la perspicacia cuando no es rara es selectiva. Sin embargo, ese enfoque sí debería ser elemental para quien posee algún conocimiento de las disciplinas socioculturales. De hecho, ese es el objetivo básico del análisis de dichas disciplinas, indistintamente de la teoría utilizada para sus estudios. Tal vez la falla de quienes pertenecemos a ese campo ha sido no socializar lo suficiente aquel punto.
Esas mismas investigaciones han demostrado que la vida social está lejos de corresponder a la fantasía neoliberal de una conjunción, en un territorio dado, de un motón de autistas-autónomos. Sabemos lo inconvenientes que son dichas visiones cuando son llevadas a la realidad. Patente es el caso de Chile donde se instauró la legitimidad moral y la protección legal de la autonomía de los grandes agentes del mercado. Todo ello, por supuesto, dada la especial preocupación de nuestras élites por la autonomía individual de las chilenas y chilenos comunes y corrientes. Y, no hay que olvidarlo tampoco, por una profunda admiración por los pensadores ilustrados… ¡¿Quién podría ser tan ruin para dudarlo?!
A estas alturas, se entenderá que comparto la opción de aquel crítico del Día de los enamorados: es válido opinar respecto de la celebración. Diferente sería que se impidiera esa expresión festiva. En estos tiempos se tiende a confundir tolerancia con la no emisión de juicios críticos. Y, de hecho, igualmente concuerdo en que es una fiesta re-inventada por los publicistas y difundida por los medios para exacerbar el consumismo (cuestión muy diferente del consumo). En este caso, un consumismo romántico estereotipado y cursi.
En tal sentido, atendiendo a la construcción social de la realidad, el Día de los enamorados sí tiene consecuencias al reproducir y legitimar ideas, patrones conductuales y valores. Sea que ello se haga de forma explícita o suceda implícitamente. Por ende, escapa del mero ámbito individual privado. Con mayor razón puede y debe estar sujeto a crítica… la cual, irónicamente, es una expresión de la autonomía individual.
Se me olvidaba: tampoco me gusta Arjona.
1 En todo caso, defender el derecho a que los demás puedan decir o hacer lo que les venga en gana, simplemente puede ser una manera de maquillar el individualista desinterés por los otros. Más todavía en una sociedad que promueve el egoísmo.
2 El consenso neoliberal se limita a que no debe haber consenso, salvo sobre la existencia de una mínima estructura normativa que permita el ejercicio y protección de la libertad individual dentro de los límites (amplios) de esa estructura. Y ya sabemos la calidad del marco normativo chileno y para quiénes fue establecido.