Los medios de comunicación, es decir las oficinas de relaciones públicas de los poderes económicos, esos que Allamand llamaba fácticos cuando usaba la medicina cubana, han sido calificados como el Cuarto Poder porque pueden construir, deformar, cambiar la opinión de millones o simplemente insultar y avasallar a las víctimas de la depresión o la locura haciendo crónica roja sobre sus tragedias para alimentar el morbo y complacer a sus auspiciadores con el rating. Y lo hacen sin tener el más mínimo compromiso con la verdad, sin investigar o estudiar causas ni razones. No sólo hacen publicidad en vez de periodismo, sino además publicidad engañosa.
Hay casos paradigmáticos de orquestación de mentiras internacionales, como las desarrolladas para preparar y justificar la invasión a Irak. Como cuando se inventó el martirologio, supuestamente sufrido a manos irakies por la soldado Jessica Lynch y por ello aclamada como heroína a su regreso a los EEUU. Que, más tarde, agencias norteamericanas preocupadas por la verdad, demostraron que la noticia del Comando Central del Ejército, se basaba en un video falso inventado por la Consultora de Comunicaciones, The Rendon Group. Hay cientos de historias similares.
Los presidentes de países de América Latina que intentan hacer mínimos cambios al actual sistema de dominación, se ven constantemente atacados con falsedades jamás explicadas cuando son desmentidas. En la Argentina se ensañan de la manera más violenta y arbitraria contra el Gobierno de Cristina Kichner, incluso involucrando al propio Papa. El Presidente del Ecuador, Rafael Correa, ha amenazado con demandas a medios de comunicación por acusaciones falsas.
En Chile, donde ya pasaron los años en que los medios de derecha llamaban al Presidente Allende Bigote Blanco o lo situaban bailando con el Presidente de la CUT vestido de novia, el Cuarto Poder se entretiene emponzoñando la vida de los pobres y los más débiles, publicando sus vidas y miserias, porque ello “le interesa a la gente”.
La farándula está siendo reemplazada por la crónica roja. La burla contra muchachos frágiles y simbólicos por su ingenuidad, como Edmundo Varas, ahora se concentra en los parricidas, los adolescentes desaparecidos o los supuestos abusos sexuales de padres contra hijos. Todo ello sin evidencias ni mesura. No entrevistan a Carlos Larraín para preguntarle sobre lo que, lamentablemente, pasó a su hijo, ni a la señora Van Rysselberger por la plantación de marihuana de su marido. Aunque eso también interesaría a la gente, prefieren interrogar a un parricida al ser apresado, o a la madre de una suicida en el momento en que está recibiendo el cadáver de su hija.
El 13 de febrero, un Canal de TV llegó a extremos al lanzar a sus caza noticias contra un padre que se negaba a responder a sus preguntas en el mismo momento en que encontraba a su hija de seis años a punto de morir drogada por su madre. El hombre desesperado les lanzó piedras para que dejaran de acosarlo, mientras los camarógrafos, azuzados desde el Canal, insistían gritando su extrañeza, porque “no respetaba su trabajo”, llegando a preguntarle: señor, ¿qué dice de su hija que ya está muerta?
Pero, jamás relatan las vidas de los pobres que apenas subsisten de la exigua pesca que les deja el arrastre, ni las de los dañados por generaciones con la basura tóxica o el uso de pesticidas; o de las mujeres que se arreglan los dientes con velas y La Gotita; tampoco las de los pequeños productores que no pueden recibir préstamos normales del Banco del Estado. Perdón, del Bancoestado, cambio de nombre realizado a alto costo para poder cobrar tarifas usureras a los más pobres y prestar a manos llenas a los poderes que compran bancos, supermercados, isapre y clínicas para concentrar sus propiedades y aparecer en los records de FORBES.
Esos aspectos de la vida de los pobres nos interesan a todos, pero no al Cuarto Poder ni menos a sus empleadores. En esos casos no exigen que les dejen “hacer su trabajo”.
Sólo lo hacen cuando sin ninguna piedad detallan los actos de parricidio que se multiplican, los suicidios adolescentes, las vidas mutiladas por la droga y el alcohol, pero no analizan ni investigan cómo puede un país evitar la depresión o la locura si está desprotegido, sobre endeudado y sin esperanza.