Cuando se comete un error, una metida de patas o una conducta que molesta en el recuerdo, lo mejor es quedarse calladito y hacer el proceso necesario para que la psiquis humana haga su trabajo.
Y, finalmente aquello que nos ha producido molestia, tensión o miedo, quede oculto de nuestra vigila en el punto ciego de nuestros recuerdos.
Es el mecanismo por el que debió optar la presidenta entrante cuando cayó en cuenta que su gestión anterior distó mucho de ser un lapso histórico para ser recordado por las generaciones venideras como la triunfal y fructífera entrada de las mujeres al Palacio de la Moneda, reservado hasta entonces para presidentes y dictadores.
De ese portento, por sí sólo ya un hecho histórico, no quedó mucho más que lo relativo a lo novedoso del género.
Esos notables cuatro años de gestión serán recordados como los que testificaron el desate de las fuerzas latentes que venían hacía veinte años intentando liberarse sin saber cómo hacerlo.
El listado de desatinos durante la gestión de Michelle Bachelet es nutrido. Desde el primero hasta el último de sus días, lo suyo no fue sino profundizar el modelo que ahora muestra señales de crisis.
Y ni siquiera sus caritas y risitas empáticas, ni su nube-dron desde donde miraba la realidad, pudieron detener la bronca que sus actuaciones, sobre toda esa notable llave de yudo con la que la LGE, derribó a la LOCE, generaron en los cabros.
Para qué decir el efecto que significó esa magistral puesta escena de las manitas tomadas a la altura de los Rolex, los Breitlings y los Cartier.
Hasta esos días se creía que la rabia de la gente era algo que se resolvía solo con chamullos, Fuerzas Especiales, bonos, promesas y retos maternales.
Pero una bulliciosa generación de pendejos sanamente incrédulos, groseros, malhablados, tirapiedras, levantado leyendas exóticas, ninguneados por el que quiso tirarles mierda, acusándolos de irresponsables, anarquistas rompe paraderos, hizo su triunfal emergencia.
En ese contexto, la gestión de la presidenta fue una seguidilla de errores, complicaciones, y mucho fuego azul, que no logró desactivar la rabia de la chusma.
Es cierto, la mayor parte de los revoltosos, eran, siguen siendo, estudiantes, observados por los dirigentes de los trabajadores desde los balcones de sus centrales. Pero en las regiones, en los pueblos despreciados por el centralismo de los poderosos, también se levantaban pobladores aburridos de no ser.
Entonces llegamos al momento cúlmine de la cultura del chamullo y la maniobra: todos le comenzaron a encontrar razón a las exigencias de los estudiantes y pobladores. Y cada uno de los políticos corruptos del sistema se pronunció por mejoras, reformas, cambios, modificaciones, avances, revisiones.
Y aquí viene entonces el error de Michelle Bachelet.
Aupada por sus adláteres, por los números de las encuestas, y por su convicción de que en una segunda oportunidad podría reivindicarse de sus errores de hace cuatro años, y, en un nuevo impulso, con parte de la misma gente y agregando otros, ahora sí que podría dejar una huella en la historia que la sindique ya no como la primera mujer en sentarse en el banquito de O’Hiigins, sino la que la hizo dos veces.
Pero ahora sí, dejando una huella imborrable por su gestión, no por el aroma a gas lacrimógeno, ni por los errores, omisiones, traiciones y desaguisados de su gobierno.
Es legítimo preguntarse, ¿por qué no se quedó en su nube-dron y dejó que la historia, esa loca amnésica, hiciera lo suyo, y de su entrada a La Monda se recordara sólo que fue una mujer, socialista, hija de un general asesinado por la dictadura, que hizo lo suyo durante la dictadura?
Da la impresión que en el fondo del alma de la presidenta cunde el pánico por la historia. Habrá tenido tiempo en sus tres años entre Central Park y el circuito gastronomía de Sex and the City, para darse cuenta de sus errores.
Entonces para qué intentar un nuevo proyecto que borre su anterior performance, si corre tan grandemente el riesgo de hacer las cosas peor aún. Si vas a hacer las cosas mal, intenta hacerlas sólo una vez.
Un profeta latinoamericano advertía que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.