La TV chilena cubriendo el post fallo de la Haya desde la Plaza de Amas de Santiago. Los reporteros a la espera de pugilatos entre ciudadanos chilenos y peruanos. Por su puesto algunos picaron el anzuelo y comenzaron a agredir verbalmente a inmigrantes del Perú. Se trataba de chilenos de estrato socio-económico bajo, sujetos populares que de seguro se mal educaron en las aulas del Chile post UP. También arribaron a la plaza unos pocos neonazis criollos. Rapados morenos con banderas chilenas tatuadas en sus brazos. Por suerte carabineros actuó a tiempo y reprimió a los pintorescos “nazis del mapocho”.
En la TV analistas, juristas y políticos hablaban de las “cuerdas separadas”, “integración económica”, “zonas económicas exclusivas” e incluso de “recursos militares” para referirse al fallo de la Haya en el pre y post resultado.
En los palacios de gobierno del Perú y Chile, mandatarios, ministros y parlamentarios, en un primer momento, comentaban el fallo como si se tratara de un partido de fútbol. Luego hablaban de las implicancias económicas e incluso algunos en Santiago solicitaban a la futura administración, retirar a Chile del pacto de Bogotá y desconocer a la Haya como tribunal válido.
Los expuestos hechos anteriores develan una preocupante realidad que inunda las cabezas y corazones de chilenos y peruanos: estamos inmersos en una cultura de guerra. La cultura de guerra se basa sobre la gran mentira de que las armas conllevan la seguridad.
Pero también el sistema jurídico podría entenderse como una cultura de guerra. En su libro “Mediación y Justicia” Elena I Highton y Gladys Alvarez apuntan hacia la cultura del litigio, afirmando que “los tribunales necesariamente utilizan un método adversario a la adjudicación” y que es tiempo de buscar formas no adversarias de manejar los conflictos para no tener que “sobrellevar la pesada carga que impone un juicio”. Highton y Alvarez manifiestan la misma necesidad de cambiar el sistema adversario de los tribunales, ya que hay “una cultura de litigio enraizada en la sociedad actual, que debe ser revertida si deseamos una justicia mejor y una sociedad también mejor”.
Chile y Perú fueron incapaces de resolver sus temas pendientes en mesas de diálogos, tuvieron que recurrir a tribunales europeos. Nada más simbólico: los países saqueados recurriendo a su saqueador para dirimir sus asuntos.
La cultura de guerra ha sido construida y fortalecida en Chile y Perú, como una institución social por las estructuras políticas, económicas y sociales. Es así como ambos países han privilegiado la estética de la guerra, con sus monumentos y rituales. Basta con recorrer las calles de Lima y Santiago con sus abundantes esquinas bautizadas con apellidos de almirantes y generales, o mirar las dinámicas del mes de mayo, con estudiantes uniformados en marchas de guerra.
Resultará imposible solucionar los temas fronterizos, políticos y económicos si es que no damos un radical vuelco cultural en nuestras sociedades. Un vuelco que promueva una cultura de paz, desde el colegio, entendiendo que peruanos y chilenos no son enemigos, que armamentos y ejércitos son sinónimos de tiempos anacrónicos y que el mar es un recurso natural que pertenece a todos los humanos.
Una cultura de paz debe comenzar desde lo cultural, o sea, desde los cimientos de nuestros pueblos. El intercambio de creaciones y una historia que destaque los lazos por sobre los enfrentamientos, irá cambiando la percepción entre pueblos.
Por lo mismo es que la integración Perú-Chile debería ser encabezada NO por los ministerios de economía o cancillería, sino que por Cultura y Educación.
En la medida que nuestras escolares mallas curriculares de historia y educación cívica puedan ser consensuadas por un bilateral “comité de integración pedagógica”. En la medida que nuestros Ministerios de Cultura logren fomentar el intercambio de músicos, escritores, cine, gastronomía, etc. Y en la medida que nuestras asociaciones de fútbol profesional promuevan el intercambio de jugadores y torneos entre ambos países (el fútbol como elemento pacificador e integrador es infalible), estaremos en presencia de una cultura de paz que termine con la histórica cultura de guerra aplicada por ambos países.
Hoy Chile se esperanza en los cambios culturales y políticos propuestos por la ciudadanía, donde el cuidado del medioambiente, respeto a la diversidad sexual, educación de calidad, fin al lucro en los derechos sociales y una constitución democrática, pasan a ser prioridad de agenda. Esa misma esperanza debería contemplar, desde los pueblos, o sea, desde el consciente ciudadano de a pie, una integración real con nuestros vecinos y con el resto del barrio latinoamericano.
Llegó la hora de admirarnos y querernos entre vecinos. Llegó la hora de terminar con las interesadas y económicas relaciones de “cuerdas separadas”. Nuestras cuerdas culturales y sociales son como las de una guitarra, al unísono pueden crear bellas canciones, separadas solo emitirán sonidos.