Noviembre 24, 2024

Elías Adasme, artista visual: “El neoliberalismo crea analfabetos funcionales”

Durante el período comprendido entre el 11 de septiembre 1973 y los años ochentas, Chile vivía en la oscuridad y el miedo. La muerte deambulaba por todas las calles de Chile y todo arte había sido destruido de raíz. En este ambiente el artista Elías Adasme intentó crear conciencia y generar arte subversivo. Esta es su historia…

 

“Frente al clima de represión que se vivía en Chile , un puñado de artistas considerábamos que el arte tradicional no era cónsono con la realidad del momento. Éste no nos servía como herramienta de denuncia y testimonio, que es lo que pretendíamos hacer con / y desde nuestra práctica artística. De ahí que optáramos por desplazar los espacios de producción y difusión del arte, desde aquellos reconocidos socialmente como académicos e institucionales (entiéndase galerías, museos, escuelas, universidades) hacia espacios literalmente públicos como la calle, las plazas, el paisaje urbano, que considerábamos –al igual que las instancias privadas e íntimas de nuestra vida cotidiana– también como espacios violados y reprimidos”, señala Adasme desde Puerto Rico.

 

Para enfrentar esta “situación emergencial”, Elías y sus compañeros creían que “el arte debía comparecer allí, con su fuerza metafórica y simbólica, como una especie de salvaguarda de valores cuestionados como la justicia y la libertad. Y para ello, teníamos que ir más allá de los límites del formalismo tradicional, más allá del soporte bidimensional de una pintura, de la tridimensionalidad de una escultura, o incluso más allá de la simple serialización de un grabado… en este último caso, vimos en la serigrafía y en la fotografía, los mecanismos idóneos para la propagación de nuestros mensajes, pero como un mecanismo utilitario en su cualidad de registro y documento, no como una obra artística per se. Además, debíamos trabajar desde la precariedad. Nadie nos apoyaría económicamente en la concreción de nuestros proyectos. Y ahí, lo que comenzamos a llamar como acciones de arte, encajaba perfectamente con nuestras intenciones: hacer una especie de guerrilla creativa urbana para dignificar nuestro trabajo, y por ende, nuestras vidas”.

 

¿El colectivo de intervención/subversión artística nació para luchar contra la dictadura ?

Si tuviera que sintetizar tu pregunta, te diría que, en el fondo, mi obra artística de aquella época nació desde la rabia. La rabia de sentir que todo el cuerpo social, económico, político y cultural de Chile, era un territorio ocupado, tomado por asalto (usando la terminología militar). Y como tal, había que resistir. Siempre me consideré un artista resistente.

¿Cuál era tu idea de plantear exposiciones o pegar carteles de tus obras en zonas populares de Santiago?

La idea básica era desplazar el arte desde sitios elitistas hacia espacios de convergencia social en la ciudad. Pero claro, recuerda que buscábamos un arte enfocado en provocar y/o incentivar la reflexión en el espectador a través del impacto visual. Al intervenir un espacio urbano, estábamos re-significando la funcionalidad de éste; aún cuando esta intervención fuera momentánea y efímera. Lo más trabajoso de todo esto radicaba en elaborar un lenguaje metafórico que alcanzara un grado de identificación en el público, procurando no caer en la obra panfletaria o de política contingente inmediata. De lo contrario… quizá era preferible tomar las armas e irse a la clandestinidad. Y en ese juego, el riesgo era un factor que había que tomar en cuenta, incluso como medida de sobrevivencia. De ahí que la metáfora había que elaborarla como una encriptación de los mensajes.

 

¿Cuéntanos como surgió la obra ‘Salvador’ ?
Por ejemplo, mi trabajo “A Chile”, y al interior del mismo, la acción de arte “Intervención corporal de un espacio público” (segundo panel del políptico). En el registro fotográfico aparezco colgado de los pies en un poste de la Estación Salvador del Metro de Santiago. Todo el evento no duró más allá de 15 minutos. El lugar específico elegido es muy significativo, ya que apunta a la represión pública y manifiesta del régimen en los lugares de tránsito colectivo. El nombre de la estación: “Salvador” apela al presidente Salvador Allende, muerto durante el Golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, además de las connotaciones semánticas: salvador=redención, sacrificio, utopía, etc. Hay una anécdota que transcurrió allí y que vale la pena contarla, porque –como dijera anteriormente– demuestra la eficacia de una metáfora bien utilizada en un trabajo creativo. Colgaba yo de manera invertida del poste del Metro con el mapa de Chile a mi izquierda, cuando vi salir desde las escalinatas de la estación, un puñado de cadetes de la Escuela Militar. Todo el equipo que me acompañaba y el poco público presente, se quedaron “congelados” por la tensión del momento. Yo pensé que iba preso una vez más. Los cadetes miraban y se miraban perplejos, preguntándose “qué era aquello”. Hasta que uno rompió el silencio y riéndose a carcajadas, le dijo a los otros: “Compadre, esta weá es un spot publicitario de jeans”; y se fueron. Claro, lo único que yo vestía… eran unos viejos jeans.

 

¿Chocaste con la fuerza policial en la calle?
Otros momentos de tensión acontecieron cuando salí a pegar el cartel con las cuatro fotografías de ese mismo trabajo, en algunas calles de Santiago (quinto panel). La idea era hacer una muy escueta relación sociológica del tiempo de permanencia del cartel en dichos lugares. Es interesante notar que donde más se mantuvo en exhibición fue en algunas vitrinas de las “librerías de viejo” de la calle San Diego, reconocido y tradicional sitio de intercambio cultural del Gran Santiago, ya que los libreros lo escondían al venir la policía y lo volvían a poner cuando ésta se marchaba. En los sectores de población acomodada, que obviamente apoyaban al régimen militar, el cartel sólo duraba algunos minutos. En otros lugares recibimos insultos y amenazas, además de salir corriendo ante la llegada de carabineros. Debo agradecer el arrojo y valor de mis compañeros artistas Luz Donoso (Q.E.P.D.), Patricia Saavedra y Hernán Parada, quienes siempre me apoyaron acompañándome en estas jornadas.

¿Cómo ves el arte actual en Chile?
La verdad es que después de 30 años viviendo fuera de Chile, me siento medianamente desvinculado del acontecer cultural chileno del día a día. De vez en cuando me informo a través de Internet o de revistas especializadas, sobre tal o cual evento y aunque ahora viajo más seguido a mi país, todavía no logro tener una visión de conjunto como para evaluarlo con justicia y propiedad. Eso no quiere decir que lo poco que percibo, me impida hacer ciertas expresiones o juicios de valor en torno a lo que se presenta en la escena artística y cultural en la actualidad. Quizá esta dicotomía que tengo, al estar adentro y afuera del país, me permite una visión menos segada… Eso espero. Creo que el arte chileno, por un lado, ha evolucionado positivamente, al posicionarse en el contexto latinoamericano y mundial con una presencia bastante relevante. Hay una gran labor que están llevando a cabo una serie de historiadores y curadores jóvenes, avocados a indagar en ese pasado aciago de la dictadura y como los artistas respondían con su trabajo a esas instancias históricas; pero al mismo tiempo, me preocupa enormemente la liviandad en los contenidos del trabajo de ciertos artistas de hoy. Como si hubiera una competencia por quien hace la obra más “rara” o exótica, olvidando todo un proceso de reflexión y profundidad en las propuestas. Y esto lo percibo no tan sólo en las artes visuales, sino en las distintas manifestaciones del espectro cultural. Una especie de “farandulización de la cultura”. Confieso que tengo muy poca tolerancia con la frivolidad, la estupidez y la tontera.

¿Crees que la sociedad chilena o la sociedad mundial tiene acceso al arte?
Con la revolución de las comunicaciones a nivel global, en Chile hay ahora más recursos para informarse, conocer e incluso participar de las actividades artísticas, y esto es muy bueno; pero de ahí a la accesibilidad del arte en plenitud en la sociedad chilena, creo que todavía queda mucho camino por recorrer. Porque el arte va más allá del simple axioma comunicacional emisor-receptor. Y es que todavía se concibe al arte como una producción elitista. En esto influye enormemente la educación. Los programas educativos derivados del modelo socio-económico y cultural implantado por la dictadura y que aún permanecen vigentes en el país, no enfatizan en la enseñanza del arte, en las humanidades; más aún –y esto es lo peor– no incentivan la lectura. Y esto es muy grave, porque crea una sociedad de analfabetos funcionales cuyo único interés es lograr un “éxito” económico y un status social basado en el paradigma de la información tecnológica. Ojo, dije información, que no es lo mismo que conocimiento. Pues el arte y las humanidades basan sus estrategias educativas justamente en la lectura, que culmina con la adquisición de conocimiento y como corolario, se obtiene un pensamiento crítico, una capacidad de inventiva, una cosmovisión sensible, humanista e integral. Por más recursos que la tecnología ponga a nuestro alcance, si la educación no se focaliza en la formación de un ciudadano con capacidad de análisis, imaginación y sensibilidad, éste seguirá viendo el arte como un territorio ajeno a sus necesidades e intereses.

Chile vive vientos de cambios en las calles, lo que ha desembocado en una potente crítica a la democracia tutelada y la juventud pide más cambios sociales….¿Cómo ve ese aire fresco de reivindicaciones?
Vamos a ver. Sí, esos vientos de cambios, como tu le llamas, obedecen más bien a un fenómeno que yo denominaría como el desborde social de un dique histórico. Desde la “recuperación de la democracia” en los noventa, la derecha chilena trató de contener las aspiraciones de justicia social de un amplio sector de la población que fue el que con mayor saña sufrió los embates de la dictadura. Para eso contaban con las tranquillas jurídicas y constitucionales que Pinochet dejó bien amarradas antes de abandonar el poder. Es comprensible, dado que la derecha, como fuerza política y como fuerza económica, era la encargada (y todavía lo es) de tutelar la continuidad del modelo neo-liberal impuesto a sangre y fuego y del cual obtuvieron enormes beneficios, ganancias y privilegios. Históricamente, la derecha nunca ha defendido ideas, sólo intereses. Durante 20 años los distintos gobiernos de centro-izquierda trataron infructuosamente de superar esos escollos. Se hablaba de “justicia en la medida de lo posible”, quizá para no asustar demasiado al generalato guarecido, pero siempre vigilante, en sus cuarteles. No fue hasta el año 2011 –paradójicamente con un gobierno civil de derecha– que la presión popular se fue radicalizando hasta producir en el 2013, ese “desborde” del que hablo, en la conmemoración de los 40 años del Golpe de estado. No tan solo fue el protagonismo de la juventud al tomar las calles reivindicando el derecho a una mejor educación, sino también fue un despertar del más variopinto espectro de la sociedad chilena, impugnando la “amnesia histórica oficial” que se le había impuesto por tantos años, para exigir plena justicia y plena libertad. Es curioso por lo demás, ya que estas nuevas generaciones, que no vivieron los aciagos años de la represión, hoy son las más aguerridas en sus reclamos y demandas.

¿Es un momento ahora para que la subversión artística puede surgir con más potencia en Chile?

Este escenario viene a ser entonces un terreno fértil para el surgimiento de tácticas creativas que, sumadas a la contingencia política, pudieran lograr agilizar los cambios tan requeridos. Algo de esto se dio en las diversas manifestaciones del 40 aniversario del Golpe, en septiembre pasado. Una de las que más me impactó, fue la provocativa acción de arte “Querer no ver” convocada por la actriz María José Contreras, donde 1210 personas durante 11 minutos, encarnaron con sus cuerpos yacentes en el suelo, a igual número de detenidos desaparecidos, formando una cadena humana de 2 kilómetros de largo, desde el Palacio de La Moneda (la sede de gobierno donde murió Allende) hasta Plaza Italia (sector donde se inician los barrios  de gente acomodada), en el centro de Santiago. Acciones como esa potencian la relación entre cuerpo y memoria y exponen ante la mirada pública, ciertos problemas que muchas veces son negados, rechazados o trivializados al interior de la sociedad. Esto para mí, es hacer política desde el terreno de la imaginación.

¿Destacas algún artista que te llame la atención en estos momentos ?
De Chile, te puedo hablar de ciertos colectivos de arte, cuyo trabajo más bien se sitúa al borde de la institucionalidad oficial. Es el caso de los llamados “artistas urbanos” que intervienen edificios con murales de gran formato. Inti, es uno de ellos, cuya sólida obra está teniendo una muy merecida proyección internacional. De los extranjeros, te puedo nombrar aquellos que he conocido a lo largo de mi trayectoria, como los argentinos Juan Carlos Romero, Graciela Sacco, Marcelo Brodsky y Luis Pazos; los brasileños Paulo Bruscky, Artur Barrio, los uruguayos Luis Camnitzer y Clemente Padín, entre otros. Casi todos coetáneos y con un trasfondo histórico similar al que yo viviera en cuanto a la experiencia de hacer arte bajo gobiernos autoritarios. Es muy gratificante conocer colegas creadores que, solidariamente, todavía intentan dignificar la vida a través de su práctica artística.

¿Por qué crees que tu arte es más reconocido en Madrid o París que en Chile?
En Chile, mi obra permaneció desconocida durante 30 años. Y en todo ese tiempo yo seguí trabajando con el mismo ahínco inicial. Claro, quizá una de las razones de ese desconocimiento esté en el hecho de que yo dejara el país en el año 1983 para auto-exiliarme en Puerto Rico. Pero también algo me dice, que hubo una especie de silenciamiento, no tan sólo a mi trabajo, sino al de unos cuantos artistas de la época, que seguían viviendo y trabajando en Chile. Y este silenciamiento no necesariamente vino desde la censura de la dictadura. Quizá nuestra postura en el arte resultaba demasiado “incómoda” para los encargados de recopilar y escribir la historia “oficial” del arte chileno (muchas veces se me acusó de ser demasiado “radical” en mis propuestas). Pero ya tu ves la paradoja. No fue hasta el año 2011, cuando mi trabajo “A Chile” se expuso por primera vez completo, en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, dentro de la exposición: “Chile, años 70 y 80: memoria y experimentalidad”. De ahí en adelante  se ha expuesto en importantes galerías y museos de Latinoamérica y Europa, siendo punto de interés de historiadores, curadores y coleccionistas, al extremo de que el Museo Reina Sofía de Madrid lo adquirió recientemente para su Colección Permanente.

¿Cómo vives la experiencia de exponer en París donde la expo ‘América Latina: Sus fotografías 1960 -2013’ es visitada por cientos de personas? ¿cómo vives este repentino éxito?
Voy a cambiarte la palabra “éxito” -que más bien la identifico en un contexto financiero y comercial- por “reconocimiento”. Así, te puedo asegurar que me satisface enormemente que mi trabajo pueda ser visto en importantes plazas culturales como lo es la Fondation Cartier pour l’art contemporain de París, ya que es el resultado de ese reconocimiento. Pero también esto implica un gran reto para mi trayectoria. No puedo quedarme sólo en los réditos que me deja un trabajo realizado hace 34 años atrás. Debo seguir agudizando mi trabajo actual, con el mismo espíritu libertario de siempre, además de una mirada acuciosa sobre los eventos del presente. Esto, para mí, es un imperativo moral, ya que quiero permanecer fiel a esa cita de Kandinsky: “Toda expresión artística es hija de su tiempo”.

¿Qué proyectos tienes en mente ahora?
No me gusta adelantar proyectos, pero sí te puedo decir que tengo muchas ideas rondándome la cabeza, todas ellas implicadas en la relación del arte con los procesos sociales. Quizá siga siendo un modernista empedernido que cree posible la transformación del ser humano y su entorno. Esa motivación es la que le imprime fuerza a mis trabajos creativos y, de paso, le da sentido a mi existencia.

más info en fondation.cartier.com

http://adasme.net/

 

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