El fallo de este lunes, salvo que se le dé 100% de razón a la tesis chilena, no puede ser sino perjudicial para el país desde el punto de vista territorial. Pero la derrota de la política exterior chilena es anterior, de hecho la sola presentación de la demanda ante La Haya, es expresión de esa derrota, porque supone la incapacidad de la diplomacia chilena de alcanzar un acuerdo o de disuadir una confrontación abierta, como lo es este juicio. ¿La razón?, el Estado chileno carece de una agenda propia en política exterior, su quehacer fue capturado por los intereses de los grandes grupos económicos hace ya más de dos décadas. Primero lo hizo asegurando el mercado para la industria extractiva rentista, mediante la firma de un verdadero “rosario” de TLC’s en los 2000; y luego garantizando las inversiones de las “translatinas” chilenas en los países vecinos de la costa del pacífico. La ausencia de una política estratégica general, que tenga como centro la integración regional, augura no sólo nuevas derrotas, sino que compromete las posibilidades de desarrollo de nuestro país en un mundo globalizado.
Han corrido ríos de tinta tanto para cuestionar, como para defender la política de las “cuerdas separadas” con que ha enfrentado Chile su relación con Perú… me permito ser parte de un “tercer camino”: el problema es que esta guitarra tiene sólo dos cuerdas y es incapaz de ofrecer una melodía conjunta. Si en principio parece correcta la lógica de “cuerdas separadas”, es decir, “encapsular” los problemas limítrofes, para que no afecten a otros sectores críticos de la relación entre ambos países, no es aceptable que la política se reduzca sólo a un problema comercial y de límites territoriales. Esta visión de las relaciones internacionales es la que explica el fracaso de Chile en el exterior. ¿Qué pasa con las migraciones?, ¿políticas de desarrollo productivo?, ¿diálogo político, para enfrentar con más fuerza un mundo multipolar?, ¿problemas de seguridad?, ¿de cooperación para el desarrollo?… ausentes. Sólo una visión de conjunto, en la que cada parte influye a la otra en una relación estratégica, impactará positivamente, entre otras áreas, en la reanudación satisfactoria para ambas partes de los diferendos limítrofes.
El 6 de junio de 2003 fue un día especial, fue el momento es que el Estado chileno le dio el portazo definitivo a América Latina y con ello hipotecó sus propias posibilidades de desarrollo, al negarse a la opción de construir una relación sinérgica con los vecinos. Ese fue el día en que Chile firmó el Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y con ello ponía fin al coqueteo con Mercosur, que lo incluyó como miembro asociado y que esperaba una membrecía de miembro pleno. La opción en ese minuto era asegurar el mercado de las principales economías industrializadas, para las materias primas chilenas. De ahí en adelante, estos acuerdos se sucedieron, siendo los más relevantes el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea en 2005, y el TLC con China, que se suscribe el mismo año. Un modelo que tiende a la “re-primarización” de la economía chilena, porque refuerza este sector desde el ámbito de la demanda, dado que ofrece preferencias a las economías industrializadas, que esencialmente llegan a los mercados latinoamericanos en busca de commodities. De hecho, más de tres cuartas partes de las exportaciones de Chile a estos destinos son productos primarios.
¿A quién beneficia esta política?, evidentemente a los poderosos grupos económicos, tanto nacionales como extranjeros, con asiento en sectores primarios clave, como la minería, la pesca y la celulosa. La jugada de estos grupos, tal como en su minuto reseñara Rolf Lüders en El Mercurio, más que abrir nuevos mercados, era reafirmar el modelo extractivo rentista chileno a futuro, por la vía de los acuerdos con las mayores potencias del mundo. Aquí se observa cómo la política exterior chilena es objetivamente funcional a esta industria. Misma lógica se observa en el presente conflicto, aunque en esta oportunidad la Cancillería trabaja en apoyo a otros grandes jugadores del mercado: la expansión de las empresas del retail, principalmente hacia los países vecinos de la cuenca del pacífico, donde existen reglas del juego más “pro mercado”. Es así como lo que la administración Piñera muestra como el “Gran Logro” de la política exterior chilena, es la llamada “Alianza del Pacífico”, con Perú, Colombia y México. Una alianza centrada en la expansión comercial, pero que adolece de todo proyecto político o desarrollista, tal como lo evidencian las relaciones con Perú. Aquí el papel de Chile no ha sido otro que asegurar “reglas del juego” beneficiosas para estas “Translatinas”. No parece casual que el canciller Morena haya sido un alto ejecutivo del retail en Chile antes de ocupar las oficinas del Edificio Carrera.
El fracaso de esta política está a la vista. Como antes señaláramos, el sólo hecho de que se haya llegado al Tribunal Internacional de La Haya, supone una derrota para la diplomacia chilena. Hay mucho de falaz en la supuesta disposición chilena al diálogo con los países vecinos, pues se trata de un diálogo en donde no se está dispuesto a negociar nada de lo que interesa realmente a la contraparte, que suele ser mucho más que sólo comercio. Esto es un incentivo objetivo para que los asuntos salten de la esfera bilateral que siempre argumenta Chile, para buscar espacios con mayores opciones como la Corte Internacional. De hecho, está ya prácticamente anunciada la demanda de Bolivia, el único camino que quedó al país altiplánico. El problema, desde el punto de vista territorial para Chile, es que salvo que se de toda la razón a la postura chilena, cualquier otra posibilidad supone una pérdida para el país, sin obtener nada a cambio como compensación, lo que se habría logrado en una negociación bilateral. ¿Qué queda a Chile?, ¿salirse de los mecanismos internacionales de resolución de controversias como algunos parlamentarios han señalado?… eso equivaldría a convertir al país en un paria internacional.
¿Se podría haber llegado a un resultado distinto por la vía de la negociación?, por ejemplo, ¿se podría haber suscrito un acuerdo de explotación compartida del área en disputa?, ¿o como espacio reservado a la regeneración de biomasa y la investigación científica?, claro que sí. ¿Un cambio en el talante de la relación de Chile con sus vecinos, podría abrir las puertas a otros sectores de importancia crítica para el país?, claro que sí. De seguir este sendero, Chile podría, por ejemplo, participar en el circuito del llamado “Anillo Energético” regional, teniendo como base los enormes yacimientos de gas peruano de Camisea, o recibir gas de las ingentes reservas bolivianas, entre otras regalías que ofrece la cooperación efectiva. Algo de particular importancia, por ejemplo, en el norte del país, que ha visto como proliferan las centrales termoeléctricas con base a carbón, las más contaminantes del mundo.
La trayectoria de la política exterior de Chile es quizás la expresión más elocuente de la implantación del modelo neoliberal. ¿Cómo se expresa el llamado “Neoliberalismo”?, muchos sostienen que no es más que “un capitalismo salvaje”, en el que el sector privado opera sin ningún tipo de regulación pública. Permítanme discrepar, creo que esa conceptualización obedece más al “Viejo Liberalismo” anglosajón que al fenómeno que observamos hoy. El neoliberalismo es la capacidad que tienen los sectores más dinámicos de la economía, de propiedad privada, de “capturar” la agenda del Estado. En otras palabras, lograr que el ente que en un Estado subsidiario juega un papel eminentemente regulador, regule en favor de los intereses de esos grupos, los supuestamente “regulados”. De ahí que la primera gran lección, es la necesidad de romper el cordón umbilical que une a los dueños de la riqueza en Chile, con la política exterior del Estado. Luego, construir una diplomacia polivectorial, que tenga como centro el desarrollo de Chile y sus pueblos.
Frente a esto, destacar la interesante experiencia del proceso de diálogo con Bolivia iniciado en 2006, durante la primera administración Bachelet, denominada como “Agenda de 13 puntos”, que incluía la mediterraneidad del país altiplánico. Esta experiencia es interesante como primer paso, pero no como el último. Es indispensable ser más audaz y creativo a la hora de buscar soluciones definitivas a los problemas territoriales con nuestros vecinos. Al respecto, es ilustrativa la experiencia de la Unión Europea, la que hoy por hoy y a pesar de sus crisis y oscuridades, representa la mayor economía del mundo, los mayores índices de desarrollo humano, calidad de vida, y donde existe mayor respeto por los Derechos Humanos de sus ciudadanos. Interesante porque este proceso de integración, tanto económico como político, se produce tras la más sangrienta guerra vivida en la historia de la humanidad, con más de 50 millones de muertos. Un proceso que vino de la mano con la resolución de los diferendos limítrofes a partir de la superación de las lógicas territoriales principistas y que viera su primer brote con la puesta en marcha de la Comunidad del Carbón y del Acero en 1952, entre Francia y Alemania, que estipulada precisamente la explotación conjunta y en mutuo beneficio de un área cuya disputa provocó a lo menos tres guerras. ¿Podremos avanzar en un proceso similar?, por el bien de nuestros pueblos, la apuesta debe ser afirmativa.
(*) El autor es Periodista de la U. de Chile, Máster en Relaciones Internacionales por la U. Complutense de Madrid, y Máster en Estudios Latinoamericanos de la U. de Barcelona.