A partir de las “magistrales” clases de Miguel Otero, impartidas a los militantes de RN, que se solazaban al escucharlas, las academias de ciencias políticas de los distintos partidos se han puesto de moda, y parecen ser más entretenidas que cualquier escuela de verano de una universidad, al decir de unos “duendes periodísticos”, que se infiltraron en la escuela para cuadros del PPD. El conferencista era el genial y polifacético Nicolás Eyzaguirre, quien entre sus muchos méritos cuenta con el de ser hijo de la excelente actriz, Delfina Guzmán – Eyzaguirre me cae muy bien por su sensibilidad al llorar a moco tendido en el entierro de mi madre y, además, pienso que es el único economista que es un ser humano y no un robot -.
En una de sus recientes salidas, dijo que estudió en el Colegio Verbo Divino y tuvo varios compañeros “muy idiotas y que hoy son gerentes, no por méritos propios, sino porque contaban con redes”. No sé por qué pide disculpas cuando dijo una verdad indiscutible. En los colegios católicos, donde estudia la gente rica, no se compra la educación, sino el status social.
Yo, que estudié en uno de ellos, puedo dar fe de haber aprendido muy poco, pues todo lo que sé lo aprendí “capeando” y leyendo libros todo el día, que pertenecían a la biblioteca de mis padres, generalmente en el Cerro San Cristóbal. En Los Sagrados Corazones, lo que se compra al pagar las mensualidades, consiste en un puñado de compañeros de curso que, seguramente, como en el caso de otros colegios para padres adinerados, llegarán a tener tal influencia y poder, tanto político como económico, que aun cuando sea alcohólico, esquizofrénico o de pocas luces, tendrá siempre una red que lo protege ante los avatares de la vida.
Los siúticos chilenos, que antes imitaban a los franceses, ahora lo hacen con los norteamericanos y, no falta el “tonto” que, aún a los 60 años, tiene en su pieza o en su auto una calcomanía con el escudo de su colegio, aún recuerdo el himno y tiende a guardar las revistas y anuarios de cuando era niño y adolescente y, después, continúa ese rosario conmemorando los aniversarios y aportando bienes materiales para causas pías. Estas fiestas de curso a la altura de los 70 años resultan un poco catastróficas, pues algunos compañeros llegan acompañados de enfermera, otros, oxígeno-dependientes y, los demás con bastones. En la invitación para estas anuales celebraciones reza: “llevar palos de golf, raquetas de tenis y trajes de baño…”, y me devano los sesos para entender para qué estos candidatos al sepulcro quieren practicar deportes a tan avanzada edad.
Han pasado por las aulas del Verbo Divino personalidades tan importantes como el actual Presidente de la república, su primo, el ministro del Interior y otros cuantos miembros del gabinete o jefes de servicio, que sería largo de detallar. En Los Sagrados Corazones estuvieron, nada menos, que Jaime Guzmán y Augusto Pinochet, y se vanaglorian por haber tenido como alumno al ex Presidente Arturo Alessandri Palma, entre otras personalidades. El teatro de este Colegio fue sede del Parlamento luego del terremoto de 1906.
Hay una ley tácita que dice que cuando hay un Presidente católico, los miembros de su gabinete deben pertenecer a los Jesuitas, a los Sagrados Corazones o al Verbo Divino; las mujeres, al Villa María Academy y a las Ursulinas; si los Presidentes son laicos, sus colaboradores deben ser egresados del Instituto Nacional, Carmela Carvajal y Javiera Carrera – los agnósticos son tan racistas y clasistas como los católicos y sus redes, en la actualidad, son igualmente poderosas.
No se visto, hasta ahora, el caso de un ex alumno de un colegio con “letra” o “número” que llegue a ser miembro de un gabinete ministerial o de una gerencia empresarial, así, la idea tan en boga, de la meritocracia, es un camelo – en Chile no puede existir un Benito Juárez, por ejemplo -. Las personas que creen que Manuel Montt era “roto” por nacer en Petorca y tener cara de indio se equivocan, pues pertenecía a la aristocracia, a pesar del retrato mentiroso del historiador Francisco Antonio Encina.
En Chile, los colegios no educan, sino que segregan; los títulos universitarios, en la mayoría de los casos, no demuestran competencias y desarrollo intelectual, sino prosapia y, al tener redes sociales, el éxito laboral, al menos, está asegurado. Podemos colegir que la educación, como está ahora, es una mierda, que reproduce el Chile repugnantemente racista y clasista.
Rafael Luis Gumucio Rivas
21/01/2014