Si Payo Grondona hubiese estado el 11 de septiembre de 1973 en la Universidad Técnica, para cantar allí, lo habrían matado como a Víctor Jara. Y seguramente lo habrían botado en algún canal cercano al Cementerio Metropolitano.
Y no habría vivido hasta el 8 de enero de 2014, cuando se fue para siempre desde el Cerro Recreo de su querida Viña del Mar.
Fue un cronista de los sesenta y del período de la revolución. Pero un cronista innovador, no atado ni amarrado sólo a la guitarra, que tan bien tocaba, ni al canturreo campesino, originario, andino. Para eso estaban Ángel Parra, muy cercano a él, y su compañero Patricio Manns. Ah, y el Cura Ugarte y, por cierto, toda la herencia de Violeta Parra. Y casi todos.
Él tocaba el banyo y en las grandes concentraciones de la izquierda, junto a los himnos épicos del “De pie, marchad, que vamos a luchar” o “El pueblo unido jamás será vencido”, resonaban el twist de “Cuando era huailón”, la canción de “Il Bosco”, “La circunvalación Américo Vespucio”, “La Nelly y el Nelson” y, por cierto, en época de tanta certidumbre, “Me diste mal la dirección”.
Él decía que el banyo era tan extranjero como la zampoña y tan nuestro como élla.
Y hablando del folclor de los sesenta sentenciaba en los noventa: “Nos faltaba la pata izquierda, la del folclor urbano”.
En los años sesenta algunos jóvenes anarquistas y comunistas, en Chile y el mundo, llevaron bigotes que caían cuidadosamente y adornaban las laterales de los labios. Los bigotes de Zapata, cincuenta años después, más breves y cuidados.
Lo hizo el poeta cantautor francés, anarquista, George Brassens, más que cuarentón en los sesenta; Regis Debray, el francés intelectual guerrillero; y, entre nosotros, Miguel Enríquez, fundador del Mir, Rodrigo Ambrosio y Payo Grondona, el fundador del Mapu y el principal cantautor del partido.
El bigote de Payo Grondona era una mezcla entre el bigote de Rodrigo Ambrosio y el bigote de George Brassens. Y el bigote, en ese tiempo, era una exteriorización de la ideología y el sentimiento. Fue una coincidencia, no una imitación, y la coincidencia provenía de sus cerebros. Los bigotes de Regis Debray y Miguel Enríquez discrepaban un poco. Eran, como decía Ambrosio, “guerrilleristas”.
Todo el período de la Unidad Popular el Payo estuvo cantando con el pueblo. Y tratando de detener el fascismo. Pero no pudo, como todos nosotros
Estuvo, desde antes del 70, militando en el Mapu, con Dióscoro Rojas y el Cura Ugarte, muy cercano a Marta Ugarte, la niña Catalina Rojas, Ángel Parra, Patricio Manns, Víctor Jara y el Quilapayún.
Yo era el encargado de Agitación y Propaganda del partido (en esa Comisión estuvieron Tomás Moulian, Samuel Bello, Ariel Dorfman, Ditborn y Guillo, algunas veces Skármeta). Pero la relación con los cantantes las llevaba directamente el Secretario General.
En 1971 compuso, por petición de Rodrigo Ambrosio, el Secretario General, en una sola noche, “¡Ahora el cobre es chileno!” y “Gran soldado que es difícil de nombrar” en homenaje al recientemente asesinado General Schneider. Al hijo del General Schneider también lo despedimos este año.
En los sesenta y principios de los setenta había mucha militancia y mucho realismo socialista en el cantar chileno de izquierda (el único cantar de la época) pero el Payo era, además, una especie de Brassans chileno, con los bigotes de Brassans, muy parecidos a los de Rodrigo Ambrosio. Y el francés Brassans no tenía nada que ver con el realismo socialista. Era un fino poeta de la ironía.
En la mañana del 11 de septiembre de 1973, Payo Grondona no fue a la Universidad Técnica. Fue a Quimantú, donde trabajaba. Allí pesó en parte la brutalidad que se nos venía encima. Poco tiempo después, arrinconado como tantos, partió al exilio a la Argentina y luego a Europa, a los llamados “países amigos”, esos a los que siempre habrá que agradecer. Volvió del exilio en 1986 y siguió su lucha por la democracia.
“La muerte de mi hermano” se llamó el primer rock de la nueva canción chilena de los sesenta, que él musicalizó y cantó en las peñas de Valparaíso cuando era un veinteañero.
La última vez que lo vi fue en el Teatro California, donde fuimos a despedir en vida al compañero Pedro Gaete. Nos dimos un largo abrazo cariñoso, de compañeros por muchos años. A estas alturas pudo tratarse de un abrazo de despedida.