En la política posmoderna la ideología de los paridos políticos tiene poca importancia, pues en su mayoría, corresponden a un tipo de conglomerados llamados “escoba”, cuya finalidad es “cazar” el mayor número de posibles adherentes, o bien, para usar otra expresión como un tipo de asociación de profesionales y técnicos que delineen políticas públicas, sin importar el número de seguidores que puedan conquistar.
La escisión ha caracterizado la historia de los principales partidos políticos chilenos: los liberales, a partir de los años 20, se fraccionaron en varias agrupaciones, con distintos nombres; lo mismo ocurrió con los agrario-laboristas y, posteriormente, con radicales, democratacristianos y, en la actualidad, con socialistas, PPD y, en la actualidad, con Renovación Nacional, – las cartas-renuncia de grandes líderes podrían tener una especie de formato modelo, pues se producen por docenas -.
Personalmente, he participado en, al menos, dos divisiones en la Democracia Cristiana: en 1969, la que dio lugar al Mapu y, en 1971, la de la Izquierda Cristiana; en ambos casos se anunció el fin del partido-madre y, en consecuencia, el surgimiento de un nuevo tipo de movimiento que superara el reformismo y, en su seno se implementara una ética política, casi virginal. Ambos partidos escindidos lograron magros resultados en las elecciones generales parlamentarias,(1973), y terminaron, ya en la transición a la democracia, siendo parte del socialismo renovado.
Marco Enríquez-Ominami ha tenido el mérito de visualizar, con bastante anticipación, los fenómenos políticos que podrían ocurrir a partir de su candidatura presidencial: nadie puede negarle la genial caracterización del duopolio – hoy, convertido en un tópico -, lo mismo ocurre con “la Nueva Mayoría”, frase que le fue plagiada por la Concertación. En 2009, los “díscolos se contaban con el dedo de la mano – algunos de ellos se avergonzaban de ser tales -, en la actualidad sucede lo contrario, sólo los UDI y Carlos Larraín quedan como ortodoxos, pues el resto son díscolos.
Para usar el término del filósofo José Ortega y Gasset, al referirse a España, podríamos clasificar a RN como un partido invertebrado desde su nacimiento, su concepción ideológica y su actuar han sido zigzagueantes. Me parece un error encasillarnos como herederos de liberales y conservadores pues, a mi modo de ver, más bien son los hijos de Sergio Onofre Jarpa, un nacionalista-corporativista, de tendencias portalianas y militaristas, lo cual, de suyo, es una paradoja – lo esencial del período portaliano fue la formación de milicias privadas que reemplazaran al ejército, en ese tiempo liberal -.
Como lo hemos expresado en múltiples ocasiones, la expresión “derecha liberal” ha sido una invención de la Concertación – los únicos que podrían usar este nombre, con cierta propiedad, eran los Hugo Zepeda Barrios y Cía. – término que, en la actualidad, nuevamente se pone de moda con Evópoli, la eventual Fundación Piñera y a partir del martes 7 de enero, con la renuncia de Karla Rubilar, Joaquín Godoy y Pedro Browne, y de otros de sus militantes, en semanas anteriores, seguramente se formarán un movimiento o fundación con el nombre “liberal”.
En el fondo, Renovación Nacional ha sido una “sucursal de la UDI, único partido de la derecha chilena con marcados perfiles autoritarios, franquistas, fascistas y pinochetistas. Los conservadores de Renovación Nacional fueron siempre los sacristanes de una de las derechas más reaccionarias del mundo junto con el PP de España.
Durante el gobierno de Sebastián Piñera, el único dueño de RN fue Carlos Larraín, un conservador que utiliza términos arcaicos y originales, posiblemente tratando de copiar a Diego Portales en su gracia y lenguaje pintoresco y clasista y, como este personaje, bastante pragmático, que sabe que todo hombre tiene su precio, en consecuencia, con dinero se puede apropiar de un partido político.
Como siempre ocurre en la historia política, el correlato de una derrota es la balcanización de los partidos que conformaron la tendencia rechazada por los ciudadanos. El nuevo escenario político está asignado por una derecha insignificante, y la incapacidad de de Bachelet para implementar su programa de gobierno, lo cual llevará a una radicalización de la crisis de representación y, sobre todo, de la democracia formal electoral.
Rafael Luis Gumucio Rivas
08/01/2014