Como muchos observadores desde la distancia, de vez en cuando nos encontramos con nombres que nos son familiares: ex compañeros de liceo o universidad, ex vecinos del barrio, amigos o meros conocidos con quienes alguna vez tuvimos ocasión de encontrarnos y que todavía podemos recordar, más aun cuando sus nombres aparecen como figuras de cierta notoriedad pública.
Es el caso de Clara Szczaranski, “Clarita” como algunos la llaman afectuosamente, aunque a lo mejor también con el inconsciente propósito de no tomarla muy en serio. En el gobierno de Ricardo Lagos la abogada Szczaranski presidió el Consejo de Defensa del Estado (CDE), ahora creo que es decana de la Facultad de Derecho de una de las muchas universidades privadas compitiendo por estudiantes estos días.
Mi conocimiento de Clarita sin embargo viene de mucho tiempo antes, del Liceo Manuel de Salas en el cual ambos fuimos estudiantes, en honor a la verdad y como caballero que soy aclaro que ella estaba dos cursos más abajo que yo, por lo que es al menos un par de años más joven que quien escribe estas líneas. Años interesantes esos a los que me refiero, marcados por varias huelgas estudiantiles contra el entonces gobierno de Jorge Alessandri. Clarita sin embargo no tenía nada que ver con esas agitaciones estudiantiles, ella era una chica que se dedicaba al estudio y nada más. Éramos otros los que entonces quitábamos horas a nuestros estudios para llevar a cabo toda esa agitación escolar que por cierto era vastamente repudiada por la administración del Liceo y buena parte de sus profesores. También en honor a la verdad debemos decir que igual obteníamos notas suficientemente decentes como para egresar e ir a la universidad, pero seguramente no tan buenas como las de Clarita, la chica para quien todo su mundo era las materias a aprender para sacarse las mejores notas. Por cierto una opción respetable también, históricamente incluso en tiempos de gran movilización no todo el estudiantado ha estado en la calle, por lo tanto siempre ha habido un espacio amplio para la gente estudiosa, los “Mateos” como entonces se los llamaba. Clarita era uno de esos ejemplares, y enhorabuena. Por cierto es siempre alentador encontrar que gente que alguna vez hizo gala de su apoliticismo como era el caso de Clarita, súbitamente aparezca políticamente comprometida, independientemente que ello haya sido quizás por la influencia de alguna compañía sentimental que ella tuvo, al parecer el ex senador Jorge Lavanderos que luego cayó en desgracia por acusaciones de abusos sexuales a menores de las cuales aun hay dudas. Como fuera, la presencia de Clarita en el gobierno de Ricardo Lagos fue un hecho interesante de consignar, más aun si se trataba de un puesto político importante.
Lo que sí parece quedar en el trasfondo de la mente de algunas personas que provienen desde el apoliticismo, respaldado por un supuesto conocimiento técnico ampliamente reconocido, es un cierto dejo de arrogancia con el que parecen querer dictar cátedra a los demás, pobres mortales, como probablemente los categorizan privadamente.
“De producirse ese parto -que parece ya abandonado-, probablemente nacerá solo “un ridículo ratón”, como en el decir de Horacio”, escribió Clarita en El Mercurio del último fin de semana del año. El parto al cual se refiere es el de originar una asamblea constituyente.
Tomando distancia del acontecer político y queriendo mirarlo como un oráculo que—para decirlo en criollo—“se las sabe todas”, mi ex condiscípula manuelsalina descarta de una plumada la realización de una asamblea constituyente, los cientos de miles de personas que abogaron por estas aspiración habrían sido nada más que víctimas de un juego de táctica electoral: “El llamado a una AC en Chile fue táctico, eco fácil para las movilizaciones sociales; anunciar, por ejemplo, “un país de derechos y no de privilegios”. Ese sería un cambio en 180º, cercano al terremoto venezolano y afines.” Nótese que al caracterizar como “terremoto” el proceso por el cual Venezuela y otros países en la región se dotaron democráticamente de sus normas institucionales Clarita se pone en sintonía con los esfuerzos del propio diario en el cual ella escribe su columna, que apuntan a descalificar el procedimiento.
El Mercurio tiene en Clarita a una opositora a la asamblea constituyente que ofrece un discurso más sofisticado que el de quien simple y toscamente acusara a quienes propician ese mecanismo como “fumadores de opio”, pero por cierto el resultado buscado es el mismo: desalojar de la agenda de las demandas ciudadanas la realización del procedimiento más democrático que existe para dotarse de una constitución.
Por otro lado hay que reconocerle que tiene razón cuando afirma en referencia a la AC, que “En Chile eso no está en el pensamiento de los dirigentes y autoridades, que solo han explicitado la urgencia de un cambio procedimental: el binominal, modo de elegir representantes que frena a la mayoría.” En efecto, probablemente la mayor parte de la clase política, si por tal entendemos principalmente parlamentarios, dirigentes partidarios y altos funcionarios, no tiene interés en un tal ejercicio de la democracia. Quizás me quedo corto en esta caracterización, más bien dicho una gran parte de la clase política simplemente le tiene pánico a lo que ve como un terreno desconocido en el cual—lo peor de todo—sus integrantes podrían perder protagonismo. Aquí acierta pues Clarita, efectivamente gran parte de dirigentes y autoridades “no están ni ahí” con una constituyente, conformándose con cambiar el binominal, que a esta altura en verdad ha pasado a ser ambivalente ya que en ocasiones beneficia a la derecha y en otras a la centro-izquierda, modificarlo pues no despertaría ya tanta resistencia.
La ex presidenta del CDE sin embargo da un salto retórico que tiene sólo un soporte parcial al afirmar: “Para fundamentar una AC debiéramos debatir un temario explícito sobre temas constitucionalmente trascendentes, como el rol del Estado o el orden público económico. Aquí y ahora eso no es posible, pues no se ha producido en nuestra sociedad un vuelco cultural reconocible, capaz de abandonar la lógica del mercado.” La primera frase es correcta, eso es precisamente lo que hay que hacer debatir esos temas; sin embargo para la segunda parte de su afirmación no ofrece prueba alguna, uno bien podría preguntarse “¿Qué es un vuelco cultural reconocible?” Desde una visión marxista clásica sería fácil rebatir tal afirmación advirtiendo que los efectos culturales (la superestructura) generalmente surgen después que se han producido hechos significativos en la economía (la infraestructura) y sobre estos últimos habría muchos que avalarían vuelcos importantes porque es evidente que “la lógica del mercado” no ha funcionado para resolver problemas presentes de la sociedad como los que sufre el sistema de pensiones, el transporte público, la salud y la educación, para mencionar sólo los más urgentes. Pero incluso dejando de lado la explicación teórica del marxismo, bastaría con hacer algo mucho más sencillo, escuchar el malestar de la gente en la calle respecto de cualquiera de esos puntos antes mencionados o revisar las estadísticas de abstención electoral para advertir que en efecto si aun no hay lo que Clarita llama “vuelco cultural reconocible” término por lo demás un tanto esotérico y que ella misma no define, para darse cuenta que hay condiciones o al menos se están creando de un modo consistente, para que la ciudadanía reclame su legítimo derecho a ser partícipe directa (y no mero objeto de consulta que después nadie tomará en cuenta) en la redacción de una nueva constitución.
Por lo demás en el análisis de la ex presidenta del CDE simplemente ese rol para la ciudadanía se lo descarta cuando señala: “Si interrogáramos a los dirigentes y autoridades electas, podríamos descubrir que no han pensado en un nuevo orden público económico y que no se sueñan con emigrar del libre mercado, ni de la contratación Estado-empresa, ni de la libre competencia.” Es probable, pero es por eso mismo que lo que se reclama es la participación de la ciudadanía misma, empoderada, para llevar a efecto la propuesta de una nueva constitución. En su columna ella deja ver una desconfianza respecto de los representantes en el congreso o de la clase política en general y ese se hace entonces un argumento a favor de la AC.
Pero claro, ella no apunta tanto sus fuegos a esa clase política que desconfía y teme la participación popular, su verdadero blanco son las demandas populares: “No es adecuado confundir giro cultural con descontento. El primero propone, el segundo reclama o pide.” Pero ¿Quién ha dicho que la constituyente es un mero reclamo? Por todas partes, desde las regiones, desde los grupos de las minorías sexuales, desde los estudiantes, por todas partes surgen propuestas concretas que apuntan a cambios legales que en gran medida no pueden hacerse dentro del marco de la actual constitución lo que ya ha llevado a requerir la cristalización de una nueva ley fundamental. Puede que no haya un movimiento estructurado fuerte o con propuestas unívocas sobre el tema, pero propuestas para una nueva constitución existen y por lo demás es de la naturaleza misma de la democracia que en el momento que se llame a una asamblea constituyente sus miembros puedan abocarse al estudio y debate de propuestas variadas, incluso contradictorias. No es necesario que existan propuestas redactadas (“cocinadas”) para llamar a una asamblea constituyente, en los hechos una hipotética situación como esa haría un mal servicio a la demanda de una nueva constitución originada democráticamente.
Volviendo a su rol de oráculo Clarita escribe: “Acertadamente, pero para desconcierto de los crédulos, las promesas constitucionales vacías de la campaña se van jibarizando y están derivando en “reformas” y, sin duda, luego devendrán en ley orgánica para el cambio del binominal, como lo dejó establecido en 2005 el ex Presidente Lagos.” En política por cierto todo puede ocurrir, pero sería casi una traición a las aspiraciones de aquella masa que concurrió a votar y probablemente de gran parte de aquellos desesperanzados que ni se molestaron en ir a las urnas, que todo este amplio movimiento en favor de una nueva constitución terminara logrando objetivos tan minúsculos como fueron las reformas que el propio presidente Lagos logró introducir durante su mandato. Creo que mi ex condiscípula aquí yerra cuando intenta dárselas de pitonisa, las demandas y propuestas que rodean la legítima aspiración de una asamblea constituyente podrían ser frenadas o descarriladas, eso es cierto, pero a riesgo que quienes lo hicieran perdieran su credibilidad y con ella la de los principales protagonistas en la escena política que se abrirá el 11 de marzo. En otras palabras, una nueva constitución que naciera de entre las cuatro paredes del congreso con un proceso de consultas a la ciudadanía que parecería un mero “tongo” o que surgiera de algún comité de iluminados constitucionalistas adolecería del mismo defecto de ilegitimidad que tiene la actual. Si alguien quiere correr el riesgo de jugarse por esa posibilidad nadie se lo puede impedir, pero el resultado puede ser en última instancia la ingobernabilidad del país.