El liberalismo chileno desapareció hace mucho tiempo: en el siglo XIX la visión liberal del hombre y de la historia representó lo más avanzado entre las tendencias socio-políticas; hubo un liberalismo llamado “rojo”, que iba desde Francisco Bilbao – lamentablemente poco conocido hasta nuestros días – hasta José Manuel Balmaceda, cuyos ideales representaban un profundo cambio libertario. Durante el siglo XX, una vez apagadas las luchas teológicas, liberales y conservadores aglutinaban a miembros de la misma oligarquía. En el parlamentarismo, (1891-1925), la Coalición conservadora y la Alianza liberal eran dos versiones del “duopolio”, como hoy lo son la Alianza y la Concertación.
Desde la apoteosis del neoliberalismo, hay poco espacio para concepciones propias del neoliberalismo político, pues esta tendencia tiende a exaltar el absolutismo del mundo del dinero por sobre cualquier búsqueda de libertad política, así, el neoliberalismo se convierte en la más radical antiutopía que haya existido durante el siglo XX y las casi dos décadas del presente siglo.
La imposibilidad de resurrección del liberalismo histórico en la derecha chilena explica el porqué la crisis, a raíz de la derrota presidencial, en diciembre de 2013 caiga, exclusivamente, en el partido Renovación Nacional, dejando casi incólumes a los fascistoides franquistas del partido UDI.
No me carece verídico asimilar a Renovación Nacional a los antiguos liberales y conservadores, como tampoco al Partido Nacional aun cuando, sabemos, son hijos del Líder Sergio Onofre Jarpa, un nacionalista corporativista que, en su tiempo, hegemonizó la derecha militarista, que luego llevó a Chile al golpe de Estado de 1973.
Renovación Nacional no fue nunca un partido político con un cuerpo ideológico de perfiles definidos, y la estulticia de la “patrulla juvenil” y del “liberalismo” de los Piñera, Espina, Matthei y Allamand, entre otros, fue más bien una invención de la Concertación que necesitaba un interlocutor de “derecha democrática” para llevar a cabo una transición a la democracia que mantuviera intacta la herencia del dictador Augusto Pinochet.
Con la perspectiva del tiempo, podemos ver con meridiana claridad que el liberalismo de Piñera, Allamand, Matthei y Espina, para sólo citar a algunos, no tenía ningún asentamiento en la realidad, sino en los deseos de una Concertación, cada día más entregada al neoliberalismo.
Esta idea de que en Renovación hay liberales e hijos de Pinochet – o si ustedes quieren, liberales y conservadores, libertarios y autoritarios – no corresponde a la realidad pues, en el fondo, siempre dominaron los conservadores a ultranza, y los intentos de Andrés Allamand, disfrazado de liberal, cayeron en el ridículo – hoy se encuentra plenamente desenmascarado -. En 1993 fue candidato a diputado por el distrito 23, Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, y fue derrotado por el UDI Carlos Bombal; en 1997, nuevamente postuló a senador, por Santiago Oriente y, nuevamente, fue cayó ante Bombal; para completar esta historia de derrotas, cayó en Las primarias contra Pablo Longueira; las únicas veces que ha tenido éxito relativo fue, 2005, en la solamente, y gracias al binominal, corrían dos candidatos en esta preciosa democracia, heredada de Pinochet – y en las parlamentarias de 2013, en que le ganó al UDI, Pablo Zalaquet.
Andrés Allamand es un personaje sinuoso que pasa, desde “travesías por el desierto” a ser “samurái” de Joaquín Lavín; de niño símbolo de la Concertación, al rey del desalojo; de “liberal”, al extremo autoritarismo, es decir, “al sol que más caliente”, sin embargo, ante el vacío de personalidades, es el único derechista con un cierto historial y peso político, en consecuencia, puede decirse, en buen chileno, que no es bueno, pero es lo que hay.
El columnista Carlos Peña deja entrever que la derecha, hoy, carece de liderazgos. Este hecho no nos puede extrañar, pues el único líder poderoso de la derecha ha sido Augusto Pinochet y, después de él sólo ha habido administradores de su brutal legado. Con la derecha chilena ocurre algo parecido a la española: dos repugnantes militares que mueren en su cama, rodeamos de cuidados y homenajes póstumos, y unas democracias que, hasta ahora, no han logrado salir de su enfermedad dictatorial de origen. Moncloa, como “los acuerdos” con Renovación Nacional, se han demostrado incapaces de la construcción de una verdadera democracia. Esta es la razón por la cual comparto menos la apología del politólogo español, Juan Linz, al referirse al parlamentarismo español que, si bien es cierto es superior en calidad al presidencialismo monárquico chileno, sin embargo, cuando un partido reaccionario, como el PP, tiene mayoría parlamentaria, puede destruir cualquier democracia, y no existe ningún fusible viable.
En síntesis, en la era del neoliberalismo posmoderno, una derecha liberal, tanto en Chile, como en España, no tiene espacio, y estamos obligados a debatirnos entre la reacción y la traición socialdemócrata.
Rafael Luis Gumucio Rivas
29/12/2013