Los recientes dichos del ex ministro y actual senador electo, Andrés Allamand, evidencian una profunda crisis en la derecha chilena. No resulta extraño que esta fractura se haga manifiesta después de un mayúsculo fracaso electoral, más todavía cuando el sector ha ocupado la Moneda estos últimos años. Lo cierto es que el gobierno, marcadamente personalista, del presidente Sebastián Piñera es señalado como el primer responsable de la actual debacle de la derecha, sin embargo, no parece justo ni verosímil atribuirle toda la responsabilidad.
Si bien el actual gobierno ha puesto en tensión a los diversos actores de la derecha chilena, lo que quedó claro durante la campaña, no se puede desconocer que en este año que termina se conmemoraron los cuarenta años del golpe militar y se ha acrecentado la movilización social y el descrédito del llamado “modelo chileno” El fracaso de la derecha en las recientes elecciones está marcando un nuevo clima político en el país que obedece a factores mucho más profundos que las actuaciones del presidente Piñera ante tal o cual circunstancia.
Lo que ha sido cuestionado, hoy, por una amplia mayoría de los chilenos es un estado de cosas de larga data. Basta examinar los programas de los distintos candidatos a la presidencia, incluido el programa de Michelle Bachelet, para advertir la distancia inconmensurable que los separa de los planteamientos de Evelyn Matthei y del conjunto de la derecha. Se ha producido un abismo entre un cierto “sentido común” ciudadano y aquellas ideas matrices que defiende la derecha chilena hasta el presente.
Al observar al conjunto de la derecha chilena, se constata su obstinada insistencia en la defensa de los principios neoliberales diseñados en Chacarillas que, de un modo u otro, siguen presidiendo su pensamiento y del cual la señora Matthei ha sido su mejor exponente. Lo que ha entrado en crisis es la hegemonía UDI al interior de este sector político, sin que se avizore todavía un consistente discurso alternativo en la derecha. No existe, hasta el presente, nada parecido a una “centro-derecha” que pudiera ser tomada en serio.
El peso de la herencia dictatorial y de los poderes fácticos, así como el escaso desarrollo de ideas, ha impedido hasta la fecha una verdadera renovación de la derecha chilena. La accidentada campaña presidencial y la nominación, finalmente, de Evelyn Matthei como representante del sector muestran la falta de ideas nuevas, la carencia de liderazgos y una profunda inmadurez política de la derecha, incapaz de ponerse a la altura de los tiempos. El diagnóstico más plausible pareciera ser que la derecha chilena no ha aprendido a caminar en democracia sin las muletas constitucionales que, todavía, le sirven de prótesis, una forma soterrada de nombrar el legado del pinochetismo.