El día en que Bachelet y su equipo abran sus oídos a la exigencia de una nueva Constitución, en ese momento se habrá consolidado el segundo tiempo de la post dictadura.
Pocas cosas tan peligrosas como el poder de generar una nueva carta fundamental en manos de los que han administrado la actual con brutal eficiencia.
Ninguna Constitución será de verdad democrática ni satisfará los anhelos de quienes sienten la necesidad de transitar a un país distinto, si no es el pueblo el que asume semejante desafío.
Todo lo que no sea empujado por la lucha de grandes mayorías está condenado a ser no más que remedos democráticos que tratándose de cuestiones fundamentales, lo van a dejar todo tal cual está.
Las campañas que se alzan para insistir ante los poderosos el cambio de las reglas que definen el país, no hacen sino distraer esfuerzos cuyo mayor peligro reside en que sean tomadas en cuenta y que utilizando sus recursos y manipulaciones, logren instalar una Nueva Constitución, que no sea sino la actual remozada, reforzada, maquillada.
Las campañas por juntar firmas son tan antiguas e ineficaces, que deberían ser desterradas como instrumento de movilización. De hecho, ese expediente para inscribir partidos y candidatos ha sido denunciado como fraudulento y se ha burlado de las buenas personas que aún creen: firman aquí por las ballenas y terminan allá apoyando a fulanito candidato.
De tanto usar ese mecanismo, se ha tornado estéril y vacuo. ¿A qué poderoso le importa que miles incluso millones de personas rubriquen una campaña o petición? ¿Qué campaña de firmas ha sido exitosa en lo que va de historia?
Da la impresión que ese tipo de iniciativas, muy fáciles de implementar no vienen sino a intentar suplantar la pelea efectiva, real, brutal, que la gente tiene que dar por sus derechos. En política, la fuerza se mide en hechos concretos y no es peticiones ilusas.
Los reiterados fracasos de la izquierda, pedidora de firmas por antonomasia, no puede suplirse en operaciones que no hacen sino esparcir un humo que se batirá en retirada no más sople una péquela brisa.
La misión de la izquierda es ser capaz de levantar una opción política de tal envergadura, que logre seducir a millones y que esa pasión se transforme en fuerza política real que dispute al statu quo, en todos los terrenos, en especial en dos: la calle y las urnas.
Si se quiere aportar a esta construcción, los esfuerzos deben apuntar a construir una mística que hasta el amor alcance.
Para decir las cosas como son, los estudiantes han estado prácticamente solos en su lucha ya legendaria. Los trabajadores, tímidamente, han aportado al estado de cosas que asustó al sistema al extremo de permitir que Michelle Bachelet recomponga las cosas por la vía de una operación de ofertas de alcances nunca vistos. Se trata de descomprimir el sistema y garantizar su pervivencia. Y de paso, intentar amordazar a los insurrectos.
Pero también hay que decir que a los cuadros dirigentes de los estudiantes, que ya deben ser varias centenas, les ha faltado decisión, ingrediente infaltable en toda victoria. Y, remedando lo peor de la izquierda histórica, no han sabido genera instancias capaces de asumir una reflexión que los haga incursionar en los campos de batalla en donde el régimen temblaría de terror genuino al verlos llegar: las elecciones.
Al sistema le conviene un movimiento estudiantil atrapado en sus peleas sectoriales, más allá de sus discursos que hablan de cambios estructurales. Y no ha habido un dirigente universitario que no hay planteado la necesidad de que sus luchas los transforme en sujetos de la política.
Hasta ahora, la única experiencia triunfante y que comprueba que no es una utopía ganarles en su propio territorio, la constituye Gabriel Boric en Magallanes.
Boric deja establecido un desafío mayor: ¿Qué pasaría si en cada elección venidera los estudiantes, todos ellos, levantaran su propios candidatos, dirigentes sindicales, territoriales, estudiantiles, y cada facultad y liceo se transformara en un comando desde los que se lancen a las calles a cazar votos? Como mínimo, el caos.
Si ha de haber una campaña que sea en orden a exigir de los estudiantes y sus federaciones, la toma de decisiones para salir a disputar los espacios de los que disfrutan los poderosos, los cuales por un cuarto de siglo se han dado maña para administrar de la mejor manera.
Nadie recuerda cuántas miles de firmas hizo Pablo Picasso a favor de la República y en contra del fascismo. Pero hasta ahora y por mucho tiempo más, todo el mundo sabe que el Guernica sigue siendo uno de los mayores aportes antifascistas de la historia.