El sociólogo y analista político explica los métodos que impuso la globalización para provocar quiebres institucionales. El concepto de complicidad civil y las nuevas formas de la represión. De la Escuela de las Américas a las actuales calificadoras de riesgo.
Los enemigos están entre nosotros, señaló Fidel Castro durante su viaje a Chile en 1971. A unos metros de él lo escuchaba el edecán militar designado a su visita, un tal Augusto Pinochet. El recuerdo es traído al presente por Marcos Roitman Rosenmann en su libro de reciente publicación Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina (2013). Es que esa advertencia no ha perdido actualidad para el doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, quien sin embargo destaca que la metodología empleada para producir quiebres institucionales ha cambiado. Ya no son las fuerzas armadas las protagonistas, sino los organismos internacionales, los bancos o las “troikas”, que no necesitan empuñar un arma o disparar un tiro.
“Detrás de la llamada ideología de la globalización, existe otra manera de dar los golpes de Estado. No necesitamos ejércitos. Tras la Segunda Guerra Mundial, los dictadores fueron eliminados bajo el criterio de nuevas formas de ejercicio del poder político. Estados Unidos necesitó, incluso en Latinoamérica post revolución cubana, la Alianza para el Progreso y construir regímenes formalmente democráticos para enfrentar las reformas agrarias, los cambios políticos nacionales, antioligárquicos, antiimperialistas, socialistas y anticapitalistas”, explica el autor chileno cuya biografía está marcada por los regímenes autoritarios.
Roitman Rosenmann nació en Santiago de Chile en 1955. Comenzó a militar a los trece años y seis más tarde, en 1974, voló a Madrid escapándose del pinochetismo y completando el viaje que su padrastro había iniciado un tiempo atrás, cuando aquel republicano español decidió exiliarse en el angosto país sudamericano lejos del alcance del dictador ibérico Francisco Franco. El Generalísimo seguía en el poder cuando él llegó a España con 19 años y algunas materias de la carrera de Ingeniería aprobadas. Ya no volvería a radicarse a su país natal, pero seguiría con atención todo lo sucedido allí en los 17 años de dictadura y en el resto de la región latinoamericana, haciendo de esa historia su objeto de estudio.
En su libro repasa los golpes de Estado en la región y concluye que marchan juntos con el anticomunismo en la historia. ¿Cómo se evidencia esta característica?
–El anticomunismo está presente en los golpes antes de la Revolución Rusa. Es decir, antes de la constitución de la Unión Soviética. La mayoría de las socialdemocracias europeas tienen en común su flagrante anticomunismo. Pero ese anticomunismo era gelatinoso, difuso. No se concentraba en aspectos esenciales de una ideología consistente, sino que era más bien utilizado de una manera maniquea y arbitraria, pero creo que más bien inconsistente. Era, en cierta medida, una herramienta de trabajo. Se atacaba al partido comunista pero no solo a él, también al movimiento obrero, el sindicalismo clasista. Por eso, en realidad, yo planteo que el ataque está dirigido al socialismo-marxista, que me parece más riguroso que el marxismo-leninismo. A partir de la Segunda Guerra Mundial cambia absolutamente el concepto. Aparece un anticomunismo consistente. Porque aparece reflejado como enemigo interno en la necesidad de la agresión. Ese elemento gelatinoso se vuelve ya antisubversión. Se vuelve guerra contrainsurgente. Leyes de “defensa de la democracia” articuladas con la declaración de ilegalidad del Partido Comunista. Es decir que el anticomunismo aparece expresado de varias maneras y el comunismo aparece como un obstáculo a la construcción de un mundo libre.
Y a la vez postula que las Fuerzas Armadas no accionan en soledad sino que forman parte de una alianza de clases que llevan adelante los golpes de Estado…
Un golpe de Estado es una técnica de toma del poder. Es el ejercicio de un sector político que es desbancado y que quiere retomar la dinámica del poder. Suele estar a cargo de las instituciones del Estado. Entonces, ¿qué institución hegemónica en el siglo veinte con capacidad de lograr obediencia, controlar el territorio y tener las armas puede hacerse como instrumento del golpe de Estado? Las Fuerzas Armadas, que de la misma manera estuvieron vinculadas a partir de la Segunda Guerra Mundial a la construcción ideológica de los EE UU. Porque allí se formaron, de allí recibieron los fondos y la tecnología. Es la famosa Escuela de las Américas. Pero para eso tiene que haber una dinámica, que podríamos llamar la cocina política, donde el poder civil –que incluye a los partidos políticos de la derecha, los terratenientes, los industriales, el capital financiero, las grandes empresas multinacionales de la época– tuviera miedo de aquellas reformas que les quitaban el poder. Por todo esto puede verse que las Fuerzas Armadas no actuaron de la misma manera que los ejércitos en la época oligárquica. Los nuevos golpes militares tenían otra doctrina. El concepto geopolítico del Estado como cuerpo vivo atacado por aquellos elementos que quieren disolver la familia, la identidad nacional, introducir valores exógenos, contrarios a la patria, a la nación. Era un discurso genérico que se articuló justamente al anticomunismo. Ahí apareció la guerra psicológica, económica, política, la informática. Aquellos elementos que fueron construyendo los ejes para que el ejército actuara. Porque el ejército fue preparado para actuar cuando le dieran la orden.
En los últimos años este planteo ha cobrado más fuerza en las sociedades latinoamericanas que cuestionan, y hasta promueven juicios, contra los “cómplices civiles” de las dictaduras.
Cómplice no es el que actúa sino el que otorga. Por eso, yo no diría cómplices, sino partícipes de los golpes. Hay una frase de Jorge Rafael Videla, una vez preso, en la que dice que había empresarios que le decían que se había quedado corto con los que había matado… Entonces, esos son los responsables desde el punto de vista ideológico-político, en el ámbito de los partidos, empresarios y clase dominante que articularon, solventaron y armaron el golpe. Ahí no hay complicidad, son socios necesarios.
En los golpes de Estado que usted releva muestra a Estados Unidos como principal “organizador” de estas intervenciones. En las nuevas modalidades de golpe que usted llama “de guante blanco”, ¿cree que mantiene ese rol?
Simplemente hay que ver cuáles son las agencias de calificación de riesgo: estadounidenses. Lo que cambia es la forma, pero en el fondo EE UU sigue manteniendo la hegemonía. Cambia el mecanismo de ejercicio de esa hegemonía, por eso las Fuerzas Armadas pueden irse a los cuarteles. Porque otros realizan los golpes de Estado. En Chile se intentó un golpe de Estado de guante blanco contra Salvador Allende, juntando los dos tercios del Parlamento para destituirlo. Ese mecanismo tardó más de treinta años en producirse y ocurrió en Honduras en 2009. También con Fernando Lugo en Paraguay, en 2012. Pero ese siempre fue el objetivo, lo que pasa es que hubo un punto de inflexión que fue la Guerra Fría. Cuando acaba, Estados Unidos necesita otra forma de ejercicio de dominación porque el enemigo que los ataca, el comunismo, supuestamente ha sido derrotado. Curiosamente, entonces viene la primera invasión a Irak, en 1990. Y eso significa una concepción de los inicios del unilateralismo en el ámbito de que EE UU va a plantear, desde mi punto de vista, una tercera guerra mundial. Porque las guerras mundiales reconstruyen los órdenes. Tras la Segunda Guerra surgieron las Naciones Unidas, tras la primera guerra de Irak y luego con el atentado a las torres gemelas se produce otro cambio absoluto, que no quiere decir que EE UU haya perdido. Al contrario, EE UU tiene la hegemonía cultural y económica. Porque para el capitalismo no hay crisis. La crisis es para nosotros. Porque nosotros estamos viviendo en condiciones de esclavitud, nuestros jóvenes tienen el 70% de desempleo. Al capitalismo no le preocupa eso. No tiene límites para la explotación salvaje del mundo. Y EE UU opera en esa dinámica.
Sin embargo, han surgido en América Latina gobiernos que han salido a denunciar el dominio estadounidense y a tratar de marcar límites…
Por eso los golpes de Estado no han desaparecido. En Venezuela, Ecuador y Bolivia, por ejemplo, ha habido intentonas de golpes de Estado. No hace falta que el ejército actúe de manera irracional. Ahora hay una represión selectiva. No es un tanque en la calle, ni la toma de un palacio o el bombardeo de La Moneda. El capitalismo va por otra dinámica: la lógica de los grandes multinacionales de la soja, el uso del Amazonas, las dinámicas de Pascua Lama con las nuevas materias primas. Todas cosas en las que no les importa nada el poder formal, porque se ha perdido la centralidad de la política. El presidente de un Parlamento no decide nada.
Entonces, ¿quienes estén en la presidencia de los países no tienen herramientas para contrarrestar estos avances?
Claro. Tiene que ver con el concepto de hemisferio y de autonomía militar. Las fuerzas armadas perdieron el concepto de autonomía. Hoy no necesitamos estado militar, sino un estado de seguridad establecido en términos de la lucha antiterrorista, del control social, y para eso basta con las videocámaras en los centros comerciales, los subtes, el teatro, el cine, el Facebook, las redes. Evidentemente, es otra manera más perfecta de controlarnos que asustarnos directamente con los militares en las calles.
¿Y cómo se puede prevenir o cómo se puede formar una respuesta eficaz a estos golpes de guante blanco?
Esa es la pregunta del millón. No creo que se pueda prever. Nadie previó tampoco el triunfo de la Revolución Cubana más allá de la contingencia, tampoco el golpe del 11 de septiembre del ’73, ni el del ’76 o el ’66 en Argentina. Lo que hay que hacer es estar preparado y alerta en la construcción de una sociedad civil y democrática. Una sociedad que construye democracia, participación, ciudadanía, que expresa mecanismos de control institucional a través del hecho republicano no va a estar sometida a golpes de Estado desde esa tensión. Es más, si está sometida los va a poder revertir. Como pasó en Venezuela en 2002. Si la sociedad venezolana no hubiese sido democrática, ese golpe hubiese triunfado. Porque la gente salió a la calle a defender su gobierno, los elementos democráticos. Y eso generó miedo en quienes secuestraron a Chávez. Si Argentina tiene una organización institucional democrática en el ámbito del diálogo y las organizaciones populares, las posibilidades de un golpe de Estado son mínimas.
¿Y cuáles son los indicios de que se está en el mal camino?
Cuando se subvierte el orden ciudadano democrático, como pasó en Chile en el ’73, las posibilidades de éxito del golpe son muchas. Ahí está la lógica de la trama civil. Lo que pasó en Chile fue que se deslegitimó el orden político para justificar la acción de las Fuerzas Armadas. Se generó un Estado negro, la desestabilización, los atentados terroristas, se actuó contra el comandante del Ejército Carlos Prats para que renunciara. Porque en las Fuerzas Armadas hubo mayor tortura y represión en términos cualitativos después del 11 de septiembre. Son las cosas que no se saben. Tenientes, coroneles, capitanes, que se opusieron al golpe. Pinochet tuvo que cambiar las ordenanzas militares, si no el golpe no se producía. Hoy los militares se pueden ir a los cuarteles porque el orden no depende de ellos. Su papel es otro. El control territorial, la lucha contra el narcotráfico, etc. Porque quienes defienden la lógica de funcionamiento de los Estados hoy son las trasnacionales.
“Chile vende una imagen”
La salida del libro de Marcos Roitman Rosenmann coincidió con el aniversario por los 40 años del golpe en Chile. La fecha redonda, como suele suceder en todos los países, puso al aniversario en la cima de la agenda política y motivó tanto nuevos actos de homenaje a las víctimas como declaraciones de las actuales figuras políticas. Sin embargo, la situación no despertó mucha expectativa en el sociólogo chileno.
“El problema es que es un lavado de cara del estilo de lo que aquí se conoce como la teoría de los dos demonios. Porque plantean que los asesinados por la dictadura también querían matar. Entonces hay un reconocimiento espurio y bastardo, porque no se termina reconociendo realmente el asesinato, muerte y tortura y el haber sido copartícipe de la ruptura del orden constitucional. Se dice sólo que se cometieron excesos y el lenguaje es muy importante en esto”, señala. “Yo creo que no hay realmente una voluntad política de hacer justicia y reparación. Sino un intento de cerrar páginas. Si bien el pecado original fue la sangre, de alguna manera esto se ha redimido con el éxito económico. Entonces para que abrir una herida cuando todos estamos de acuerdo que gracias a la dictadura Chile está en el primer mundo”.
Usted ha planteado que eso forma parte de un mito que ha sido muy dañino para Chile.
Claro, si Chile es el segundo o tercer país en desigualdad de América Latina. Se habla del cobre chileno cuando más de la mitad de las nuevas minas están en manos de trasnacionales. Chile vende una imagen, la marca Chile que consiste en decir que tiene más de 70 tratados de libre comercio, que está en la OCDE y por tanto es un país desarrollado, que hizo una transición modélica, que salió adelante. La gente ha comprado eso.
Por eso plantea que los objetivos del golpe en Chile se cumplieron.
Claro, porque ellos refundaron el orden y construyeron un nuevo tipo de chileno. Hicieron el paso del ciudadano al consumidor. Eso significa el abandono de la democracia política en función de lo que es la economía de mercado. Eso implica un proceso que Pinochet llamó: “Yo no tengo plazos, tengo metas”. Los que se opusieron al proyecto en principio luego lo asumieron como programa propio, como pasó con la Concertación. Es lo que le permitió a la dictadura consolidar el proyecto político. Por eso hay continuidad.