Enero 13, 2025

La unidad y los desencuentros de la izquierda

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Melissa Sepúlveda, presidenta electa de la FECH, dice que con el resto de los integrantes de izquierda de la nueva mesa tiene un piso programático común. Más aún, plantea que su propio colectivo se propone fortalecer los procesos de unidad con las diferentes expresiones del movimiento popular. En su saludo, Andrés Fielbaum, actual presidente, espera que con unidad se conquiste el derecho a la educación.

Cuando se trata de la izquierda, la palabra más usada, abusada, es unidad. No es posible leer o escuchar tres frases sin que haya dos o más alusiones a ese proceso fantasmal, que de tanto estar, no está nunca. La historia de la izquierda, es la historia de la unidad de la izquierda.

 

Nunca ha sido posible que distintas visiones de idénticos procesos o fenómenos, asuman una postura común, sin antes agarrarse del moño, o simplemente, a balazos.

 

Las diferencias serían necesarias si su tratamiento permitiera avanzar. El caso es que en la mayor parte de concilios, congresos, encuentros, y eventos unitarios de naturalezas disimiles e imaginativas, lo que se pone por delante son visiones ideológicas que se diferencian en cuestiones tan sofisticadas, que al final, los supuestos beneficiados con esas disquisiciones, los pobres del mundo, llegan a ser víctimas de esos concilios, de los que nunca se enteran siquiera de que existen. Y siguen esperando.

 

Es que se pierde de vista un hecho esencial: el enemigo. Sumando y restando, lo primero que importa al momento de enfrentar cualquier lucha, es el enemigo: sus fortalezas, sus medios, sus formas, sus ideas, sus aliados, sus armas, sus debilidades. Luego, lo que continúa es la evaluación de otras variables: el terreno, los medios, las fuerzas propias.

 

Sería interesante juntar a izquierdosos de distintas vertientes y hacer con ellos el ejercicio de tomar en serio esto de luchar por una vida distinta para los perdedores de siempre, sobre la base de estos simples principios de la guerra. Claro, dejando fuera de la sala los espejos, los manuales y los revólveres, eso sí.

 

Ha habido casos, en efecto, en que las diferencias han quedado de lado. De los más cercanos, en la celdas subterráneas de las torturas, en calabozos y centros de exterminio. En esas oportunidades, entre unos y otros no había diferencias.

 

Los únicos procesos revolucionarios que han tenido alguna oportunidad, han sido los que han actuado sobre la base del actuar más o menos unidos. Ya se ha dicho, sólo meses antes del triunfo del 19 de julio de 1979, el Frente Sandinista estaba partido hace rato en tres fracciones. La inevitabilidad del triunfo, los obligó a actuar unidos en una dirección nacional. Otra cosa es lo que pasó después, pero en fin.

 

También se ha dicho del proceso de la Unidad Popular, y su larga espera hasta que se logra actuar más o menos unidos. Otra cosa es lo que pasó después, pero en fin.

 

Y, ahora algo más cerca, la Asamblea de la Civilidad, que jugó un rol unitario importante para la rendición condicional del dictadura, también fue un pegoteo unitario necesario en ese momento. Otra cosa es lo que pasó después, pero en fin.

 

El caso es que para que un proceso que intente articular a gente distinta, la palabra articular tiene una gracia mayor que la unidad, es necesario saber respecto de qué se quiere llegar a acuerdos.

 

Y ahí comienzan los desencuentros. La abundante y casi desconocida literatura revolucionaria, sus matices, diferencias históricas, sus hitos relevantes, sus mártires, triunfos y derrotas, abren un abanico infinito de posibilidades de interpretaciones y variantes respecto de las cuales unos y otros, jamás se pondrán de acuerdo. Jamás.

 

Hasta el evento más intrascendente tiene respecto de su origen, desarrollo y final, un buen número de versiones y teorías.

 

Mientras tanto, el enemigo, el de verdad, ese que ha logrado construir una cultura antípoda de la que los revolucionarios sueñan, continúan perfeccionando el modelo de dominación, corrigiendo sus errores, y aceptando entre los suyos a nuevo adeptos.

 

Es posible que si en algún momento teóricos, dirigentes, cuadros y personalidades de la izquierda fueran capaces de llegar a una síntesis, un consolidado que sí resuelva el tema de la revolución y sus recovecos, ya el enemigo habrá encontrado la pócima que anule esos esfuerzos y haya que partir de nuevo.

 

La palabra unidad es dura, espesa, exige condiciones que veces no se pueden cumplir, renunciamientos imposibles, sacrificios innecesarios. Quizás haya que explorar en otros verbos rectores con menos grados de desprestigio.

 

Articulación, unión entre dos piezas rígidas que permite el movimiento relativo entre ellas, deviene en una imagen algo menos engorrosa. Actuar articulados, es decir, vinculados sólo por aquello en lo cual interceptamos intereses comunes, y dejar todo el resto para el consumo propio, resulta algo más accesible.

 

Unidad exige actuar juntos. Articulación exige actuar de consuno. Parece lo mismo, pero no es igual.

 

Si la unidad siempre ha sido un escollo, entonces para qué insistir en ella. Lo nuevo sería inventar una especie de linchaco socio político.

 

 

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