Hace 35 años, cuando Deng Xiaoping puso en marcha las cuatro grandes modernizaciones que sacarían a China del atraso (la agrícola, la industrial, la militar y la de ciencia y tecnología), los viajeros que llegaban en diciembre y meses siguientes a Pekín, padecían de gripa casi sin excepción, atribuida a la contaminación proveniente del uso del carbón para calentar hogares y negocios, a la quema de pasto seco en el campo y a las partículas que el viento traía desde las inmensas llanuras del norte. Hoy la situación es más aguda todo el año. Pekín y otras ciudades figuran en la lista de más contaminadas del mundo, por la poca atención que se tiene al ambiente y la salud. Para tratar de disminuirla, las autoridades de la capital china recientemente anunciaron limitaciones al tránsito de vehículos, que contaminan mucho, de tal forma que los días con índices peligrosos de deterioro ambiental sólo circule la mitad de los automóviles.
El problema es aún mayor en el noreste del país, al grado de tener que cerrar escuelas, autopistas y aeropuertos en ciudades como Harbin y Changchun. Las autoridades meteorológicas emitieron a mediados de octubre una alerta roja, la de mayor gravedad, porque la densidad de partículas menores de 2.5 micras, las más pequeñas y nocivas para el ser humano, rebasó varios días los 500 microgramos por metro cúbico en esas dos capitales de provincia, superando los niveles considerados peligrosos para la salud.
Y son tan peligrosos que recientemente la Agencia Internacional para Investigación del Cáncer (IARC), perteneciente a la Organización Mundial de la Salud (OMS), afirmó que el aire que respiramos en muchas ciudades es una de las principales causas de cáncer. Los expertos señalan que hay suficiente evidencia de que la exposición a las sustancias presentes en la atmósfera generan cáncer de pulmón y aumentan el riesgo del de vejiga, y que en 2010 hubo 223 mil muertes por esta enfermedad en el mundo como consecuencia de la contaminación.
Esta es la primera vez que un grupo de expertos advierte con tanta precisión que el riesgo de desarrollar cáncer de pulmón es significativamente mayor en las personas expuestas a la contaminación ambiental. Lo hicieron después de evaluar los datos de estudios epidemiológicos que incluyeron a millones de personas que viven en Europa, América y Asia. Detallan además las 111 sustancias que lo provocan, como asbesto, plutonio, polvo de silicio, radiación ultravioleta y el humo del tabaco. Christopher Wild, director del IARC, considera que esta nueva clasificación sirve nuevamente para alertar a los gobiernos de los riesgos y potenciales costos que tiene no reducir la contaminación, cuando esto siempre ha sido posible y urgente. Por su parte, Kurt Straif, encargado en el IARC de establecer la clasificación de los carcinógenos, sostiene que el aire que respiramos se ha convertido en una mezcla de sustancias que causan cáncer, la principal causa medioambiental de muertes por esa enfermedad.
La OMS había advertido del peligro de ciertas partículas para la salud humana, como las del diesel y otras provenientes del transporte automotor. Ahora agrega las de los sistemas de calefacción, las emisiones industriales y agrícolas y la producción de energía, todas vinculadas también con el aumento del riesgo de producir enfermedades cardiacas y respiratorias. Y son los países donde hay densidad elevada de población y crecimiento industrial donde más se presentan estos problemas. Destaca el caso de China.
Lo que la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer de la OMS confirma lo hicieron antes multitud de estudios científicos en diversas partes del mundo. En México, por ejemplo, donde mueren, por lo menos, 15 mil personas al año por la mala calidad del aire que se respira en sus principales ciudades. Esto lo saben los funcionarios, los legisladores, pero no hacen lo necesario para evitarlo. Por el contrario, dicen que respiramos un aire cada vez más limpio. Es hora de que nos informen con verdad sobre la contaminación atmosférica que padecemos y tomen las medidas necesarias para evitarla y garantizar el derecho constitucional a la salud.