El programa de Michelle Bachelet, en materia de nueva Constitución es ambiguo, pues no indica con claridad el camino a adoptar para el logro del fin de la “jaula de hierro” guzmaniana. Yo creo que esta vaguedad representa la nula voluntad de la Concertación, respecto a proponer una Constitución que surja de la soberanía popular.
Según Fernando Atria, miembro del comité de expertos en esta materia que asesora a Bachelet, en 2005, el Presidente Ricardo Lagos llegó al máximo de las posibilidades de reforma del monstruo creado por Jaime Guzmán, por consiguiente, no queda otro camino que cambiarla por la “razón o la fuerza”. Estos dos conceptos suenan bien, pero la verdad es que Bachelet eliminó la posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente, restringiendo la propuesta de nueva Constitución a la vía institucional, es decir, hacerla prácticamente imposible.
Para que el Congreso sea constituyente se hace necesario un doblaje tal que se reúnan los quórum que la Constitución dictatorial exige, lo que es casi imposible de lograr, pues el sistema electoral, que favorece a la segunda mayoría, lo hace infranqueable. En el caso de que se diera el escenario, ¿no sería más democrático y legítimo que el Congreso convocara a un plebiscito, a fin de decidir la convocatoria a la Asamblea Constituyente? Incluso, el parlamento, en acuerdo con el Ejecutivo, podría convocar directamente a unas elecciones de Asamblea Constituyente. La madre del cordero está en que gran parte de la Democracia Cristiana, sumada a un sector del Partido Socialista – Escalona y otros – no tienen ninguna voluntad política de redactar una nueva Constitución, donde el pueblo pueda contar con voz y voto – ellos estarían muy contentos con una reforma “gatopardista”, al estilo de la de Ricardo Lagos.
En el foro televisivo, del martes 29 de octubre, al ser interpelada la candidata de la Concertación por una de las periodistas, respondió con evasivas, sosteniendo que “veremos en el camino el procedimiento a seguir” – Bachelet, ante un tema conflictivo, desvía la pelota al córner, que es la manera de hacer tiempo en un partido que cree lo tiene ganado. De seguro, los ingenuos que creen a pie juntillas en sus falsas promesas, terminarán, lamentablemente, decepcionados, pues la Concertación no es capaz, ni tiene la voluntad de quebrar con la “jaula de hierro”.
Pienso que el único camino para el pueblo construya su propia Constitución es la ruptura democrática, que consiste en que, una vez elegido el Presidente de la república, se convoque a un plebiscito vinculante, por el cual la ciudadanía decida convocar a una Asamblea Constituyente, cuyos miembros serían elegidos sobre la base de un sistema proporcional. En este plano, al menos, existen tres candidaturas que coinciden respecto al camino a seguir la de Marco Enríquez-Ominami, de Marcel Claude y de Roxana Miranda, (que plantea una variable, la asamblea social constituyente, algo muy similar a la Asamblea Constituyente de 1925, compuesta por trabajadores, profesores e intelectuales, que terminó siendo anulada por el incumplimiento de su compromiso por parte del Presidente Arturo Alessandri, (1925), que prefirió el camino de redactarla personalmente, con el apoyo de José Maza, imponiéndola a una pequeña comisión que, aterrada ante las amenazas del inspector del ejército, Mariano Navarrete, fue aprobada por medio de un plebiscito, en que hubo más abstenciones que votos, agravado, además, por la violación del secreto del sufragio.
Algunos elementos del capítulo gobierno, que debieran considerarse en la nueva Constitución, podrían referirse a un régimen semipresidencial, declarar a Chile un país federal, la aprobación de plebiscitos revocatorios para todos los cargos de elección popular, iniciativa popular de ley, eliminación del tribunal constitucional y elección popular de los jueces, entre otros puntos importantes.
Rafael Luis Gumucio Rivas
03/11/2013